Semana III de Adviento:
"Alégrete y goza Jerusalén"(Salmo 97, Francisco Palazón)
Semana III de Adviento:
Semana IV de Adviento:
La Novena de Navidad
Semana IV de Adviento:
La Novena de Navidad
Antífonas de la "O" de Vísperas:
Antífonas de adviento
Las antífonas de Vísperas del Adviento desde el día 17 al 23 de diciembre son llamadas la antífonas de la "O" porque todas empiezan con la exclamación admirativa "Oh..." seguida de uno de los títulos cristológicos de Cristo, el Mesías anunciado, esperado y hecho hombre por nosotros.
La primera comienza diciendo: "O Sapientia... ("Oh [Cristo] Sabiduría..."), y así sucesivamente cada día: "Adonai" (Señor), "Radix Jese" (Raíz de Jesé), "Clavis David" (Llave de David), "Oriens" (Sol que naces de lo alto), "Rex Gentium" (Rey de las naciones), "Emmanuel" (Enmanuel, Dios-con-nosotros).
Pero hay una cosa que llama mucho la atención, y que muestra la sabiduría de la Iglesia en el anuncio de Cristo y en la pedagogía con que quiere llevar a los hombres a la fe:
- si unimos cada una de las primeras letras de cada título de Cristo formaremos una expresión de dos palabras en latín: S-A-R-C-O-R-E, que en sí no significan nada.
Pero si le damos la vuelta a esa expresión resulta lo siguiente: E-R-O-C-R-A-S, Ero cras. Y Ero cras significa en latín "vendré mañana". O sea, que cada vez que leemos o cantamos estas antífonas de Adviento estamos proclamando sin decirlo explícitamente que Jesucristo va a venir muy pronto, inmediatamente, "mañana", por lo cual en este tiempo de Adviento cobra especial significado el anuncio de su venida (en los tres sentidos de pasado, presente y futuro) y en especial su venida en la Parusía.
Antífonas de la "O" de Vísperas:
Antífonas de adviento
Que verdaderamente la recitación o el canto de estas antífonas pongan en nuestro corazón el deseo vivo del encuentro con el Señor.
Que verdaderamente la recitación o el canto de estas antífonas pongan en nuestro corazón el deseo vivo del encuentro con el Señor.
21 Diciembre:
"Oh Sol que naces de lo alto, Resplandor de la Luz Eterna, Sol de justicia, ¡ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte!"
Himnos cristianos para Navidad
21 Diciembre:
Himnos cristianos para Navidad
Cantos del Adviento
La Virgen sueña caminos
Cantos del Adviento
La Virgen sueña caminos
DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA
La Novena de Navidad
103. La Novena de Navidad nació para comunicar a los fieles las riquezas de una Liturgia a la cual no tenían fácil acceso. La novena navideña ha desempeñado una función valiosa y la puede continuar desempeñando. Sin embargo en nuestros días, en los que se ha facilitado la participación del pueblo en las celebraciones litúrgicas, sería deseable que en los días 17 al 23 de Diciembre se solemnizara la celebración de las Vísperas con las "antífonas mayores" y se invitara a participar a los fieles. Esta celebración, antes o después de la cual podrían tener lugar algunos de los elementos especialmente queridos por la piedad popular, sería una excelente "novena de Navidad" plenamente litúrgica y atenta a las exigencias de la piedad popular. En la celebración de las Vísperas se pueden desarrollar algunos elementos, tal como está previsto (p. ej. homilía, uso del incienso, adaptación de las preces).
El Nacimiento
104. Como es bien sabido, además de las representaciones del pesebre de Belén, que existían desde la antigüedad en las iglesias, a partir del siglo XIII se difundió la costumbre de preparar pequeños nacimientos en las habitaciones de la casa, sin duda por influencia del "nacimiento" construido en Greccio por San Francisco de Asís, en el año 1223. La preparación de los mismos (en la cual participan especialmente los niños) se convierte en una ocasión para que los miembros de la familia entren en contacto con el misterio de la Navidad, y para que se recojan en un momento de oración o de lectura de las páginas bíblicas referidas al episodio del nacimiento de Jesús.
La piedad popular y el espíritu del Adviento
105. La piedad popular, a causa de su comprensión intuitiva del misterio cristiano, puede contribuir eficazmente a salvaguardar algunos de los valores del Adviento, amenazados por la costumbre de convertir la preparación a la Navidad en una "operación comercial", llena de propuestas vacías, procedentes de una sociedad consumista.
La piedad popular percibe que no se puede celebrar el Nacimiento de Señor si no es en un clima de sobriedad y de sencillez alegre, y con una actitud de solidaridad para con los pobres y marginados; la espera del nacimiento del Salvador la hace sensible al valor de la vida y al deber de respetarla y protegerla desde su concepción; intuye también que no se puede celebrar con coherencia el nacimiento del que "salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21) sin un esfuerzo para eliminar de sí el mal del pecado, viviendo en la vigilante espera del que volverá al final de los tiempos.
DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA
La Novena de Navidad
103. La Novena de Navidad nació para comunicar a los fieles las riquezas de una Liturgia a la cual no tenían fácil acceso. La novena navideña ha desempeñado una función valiosa y la puede continuar desempeñando. Sin embargo en nuestros días, en los que se ha facilitado la participación del pueblo en las celebraciones litúrgicas, sería deseable que en los días 17 al 23 de Diciembre se solemnizara la celebración de las Vísperas con las "antífonas mayores" y se invitara a participar a los fieles. Esta celebración, antes o después de la cual podrían tener lugar algunos de los elementos especialmente queridos por la piedad popular, sería una excelente "novena de Navidad" plenamente litúrgica y atenta a las exigencias de la piedad popular. En la celebración de las Vísperas se pueden desarrollar algunos elementos, tal como está previsto (p. ej. homilía, uso del incienso, adaptación de las preces).
El Nacimiento
104. Como es bien sabido, además de las representaciones del pesebre de Belén, que existían desde la antigüedad en las iglesias, a partir del siglo XIII se difundió la costumbre de preparar pequeños nacimientos en las habitaciones de la casa, sin duda por influencia del "nacimiento" construido en Greccio por San Francisco de Asís, en el año 1223. La preparación de los mismos (en la cual participan especialmente los niños) se convierte en una ocasión para que los miembros de la familia entren en contacto con el misterio de la Navidad, y para que se recojan en un momento de oración o de lectura de las páginas bíblicas referidas al episodio del nacimiento de Jesús.
La piedad popular y el espíritu del Adviento
105. La piedad popular, a causa de su comprensión intuitiva del misterio cristiano, puede contribuir eficazmente a salvaguardar algunos de los valores del Adviento, amenazados por la costumbre de convertir la preparación a la Navidad en una "operación comercial", llena de propuestas vacías, procedentes de una sociedad consumista.
La piedad popular percibe que no se puede celebrar el Nacimiento de Señor si no es en un clima de sobriedad y de sencillez alegre, y con una actitud de solidaridad para con los pobres y marginados; la espera del nacimiento del Salvador la hace sensible al valor de la vida y al deber de respetarla y protegerla desde su concepción; intuye también que no se puede celebrar con coherencia el nacimiento del que "salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21) sin un esfuerzo para eliminar de sí el mal del pecado, viviendo en la vigilante espera del que volverá al final de los tiempos.
DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA
En el tiempo de Adviento
96. El Adviento es tiempo de espera, de conversión, de esperanza:
- espera-memoria de la primera y humilde venida del Salvador en nuestra carne mortal; espera-súplica de la última y gloriosa venida de Cristo, Señor de la historia y Juez universal;
- conversión, a la cual invita con frecuencia la Liturgia de este tiempo, mediante la voz de los profetas y sobre todo de Juan Bautista: "Convertios, porque está cerca el reino de los cielos" (Mt 3,2);
- esperanza gozosa de que la salvación ya realizada por Cristo (cfr. Rom 8,24-25) y las realidades de la gracia ya presentes en el mundo lleguen a su madurez y plenitud, por lo que la promesa se convertirá en posesión, la fe en visión y "nosotros seremos semejantes a Él porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3,2).
97. La piedad popular es sensible al tiempo de Adviento, sobre todo en cuanto memoria de la preparación a la venida del Mesías. Está sólidamente enraizada en el pueblo cristiano la conciencia de la larga espera que precedió a la venida del Salvador. Los fieles saben que Dios mantenía, mediante las profecías, la esperanza de Israel en la venida del Mesías.
A la piedad popular no se le escapa, es más, subraya llena de estupor, el acontecimiento extraordinario por el que el Dios de la gloria se ha hecho niño en el seno de una mujer virgen, pobre y humilde. Los fieles son especialmente sensibles a las dificultades que la Virgen María tuvo que afrontar durante su embarazo y se conmueven al pensar que en la posada no hubo un lugar para José ni para María, que estaba a punto de dar a luz al Niño (cfr. Lc 2,7).
Con referencia al Adviento han surgido diversas expresiones de piedad popular, que alientan la fe del pueblo cristiano y transmiten, de una generación a otra, la conciencia de algunos valores de este tiempo litúrgico.
La Corona de Adviento
98. La colocación de cuatro cirios sobre una corona de ramos verdes, que es costumbre sobre todo en los países germánicos y en América del Norte, se ha convertido en un símbolo del Adviento en los hogares cristianos.
La Corona de Adviento, cuyas cuatro luces se encienden progresivamente, domingo tras domingo hasta la solemnidad de Navidad, es memoria de las diversas etapas de la historia de la salvación antes de Cristo y símbolo de la luz profética que iba iluminando la noche de la espera, hasta el amanecer del Sol de justicia (cfr. Mal 3,20; Lc 1,78).
Las Procesiones de Adviento
99. En el tiempo de Adviento se celebran, en algunas regiones, diversas procesiones, que son un anuncio por las calles de la ciudad del próximo nacimiento del Salvador (la "clara estrella" en algunos lugares de Italia), o bien representaciones del camino de José y María hacia Belén, y su búsqueda de un lugar acogedor para el nacimiento de Jesús (las "posadas" de la tradición española y latinoamericana).
La Virgen María en el Adviento
101. Durante el tiempo de Adviento, la Liturgia celebra con frecuencia y de modo ejemplar a la Virgen María: recuerda algunas mujeres de la Antigua Alianza, que eran figura y profecía de su misión; exalta la actitud de fe y de humildad con que María de Nazaret se adhirió, total e inmediatamente, al proyecto salvífico de Dios; subraya su presencia en los acontecimientos de gracia que precedieron el nacimiento del Salvador. También la piedad popular dedica, en el tiempo de Adviento, una atención particular a Santa María; lo atestiguan de manera inequívoca diversos ejercicios de piedad, y sobre todo las novenas de la Inmaculada y de la Navidad.
Sin embargo, la valoración del Adviento "como tiempo particularmente apto para el culto de la Madre del Señor" no quiere decir que este tiempo se deba presentar como un "mes de María".
En los calendarios litúrgicos del Oriente cristiano, el periodo de preparación al misterio de la manifestación (Adviento) de la salvación divina (Teofanía) en los misterios de la Navidad-Epifanía del Hijo Unigénito de Dios Padre, tiene un carácter marcadamente mariano. Se centra la atención sobre la preparación a la venida del Señor en el misterio de la Deípara. Para el Oriente, todos los misterios marianos son misterios cristológicos, esto es, referidos al misterio de nuestra salvación en Cristo. Así, en el rito copto durante este periodo se cantan las Laudes de María en los Theotokia; en el Oriente sirio este tiempo es denominado Subbara, esto es, Anunciación, para subrayar de esta manera su fisonomía mariana. En el rito bizantino se nos prepara a la Navidad mediante una serie creciente de fiestas y cantos marianos.
102. La solemnidad de la Inmaculada (8 de Diciembre), profundamente sentida por los fieles, da lugar a muchas manifestaciones de piedad popular, cuya expresión principal es la novena de la Inmaculada. No hay duda de que el contenido de la fiesta de la Concepción purísima y sin mancha de María, en cuanto preparación fontal al nacimiento de Jesús, se armoniza bien con algunos temas principales del Adviento: nos remite a la larga espera mesiánica y recuerda profecías y símbolos del Antiguo Testamento, empleados también en la Liturgia del Adviento.
Donde se celebre la Novena de la Inmaculada se deberían destacar los textos proféticos que partiendo del vaticinio de Génesis 3,15, desembocan en el saludo de Gabriel a la "llena de gracia" (Lc 1,28) y en el anuncio del nacimiento del Salvador (cfr. Lc 1,31-33).
DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA
En el tiempo de Adviento
96. El Adviento es tiempo de espera, de conversión, de esperanza:
- espera-memoria de la primera y humilde venida del Salvador en nuestra carne mortal; espera-súplica de la última y gloriosa venida de Cristo, Señor de la historia y Juez universal;
- conversión, a la cual invita con frecuencia la Liturgia de este tiempo, mediante la voz de los profetas y sobre todo de Juan Bautista: "Convertios, porque está cerca el reino de los cielos" (Mt 3,2);
- esperanza gozosa de que la salvación ya realizada por Cristo (cfr. Rom 8,24-25) y las realidades de la gracia ya presentes en el mundo lleguen a su madurez y plenitud, por lo que la promesa se convertirá en posesión, la fe en visión y "nosotros seremos semejantes a Él porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3,2).
97. La piedad popular es sensible al tiempo de Adviento, sobre todo en cuanto memoria de la preparación a la venida del Mesías. Está sólidamente enraizada en el pueblo cristiano la conciencia de la larga espera que precedió a la venida del Salvador. Los fieles saben que Dios mantenía, mediante las profecías, la esperanza de Israel en la venida del Mesías.
A la piedad popular no se le escapa, es más, subraya llena de estupor, el acontecimiento extraordinario por el que el Dios de la gloria se ha hecho niño en el seno de una mujer virgen, pobre y humilde. Los fieles son especialmente sensibles a las dificultades que la Virgen María tuvo que afrontar durante su embarazo y se conmueven al pensar que en la posada no hubo un lugar para José ni para María, que estaba a punto de dar a luz al Niño (cfr. Lc 2,7).
Con referencia al Adviento han surgido diversas expresiones de piedad popular, que alientan la fe del pueblo cristiano y transmiten, de una generación a otra, la conciencia de algunos valores de este tiempo litúrgico.
La Corona de Adviento
98. La colocación de cuatro cirios sobre una corona de ramos verdes, que es costumbre sobre todo en los países germánicos y en América del Norte, se ha convertido en un símbolo del Adviento en los hogares cristianos.
La Corona de Adviento, cuyas cuatro luces se encienden progresivamente, domingo tras domingo hasta la solemnidad de Navidad, es memoria de las diversas etapas de la historia de la salvación antes de Cristo y símbolo de la luz profética que iba iluminando la noche de la espera, hasta el amanecer del Sol de justicia (cfr. Mal 3,20; Lc 1,78).
Las Procesiones de Adviento
99. En el tiempo de Adviento se celebran, en algunas regiones, diversas procesiones, que son un anuncio por las calles de la ciudad del próximo nacimiento del Salvador (la "clara estrella" en algunos lugares de Italia), o bien representaciones del camino de José y María hacia Belén, y su búsqueda de un lugar acogedor para el nacimiento de Jesús (las "posadas" de la tradición española y latinoamericana).
La Virgen María en el Adviento
101. Durante el tiempo de Adviento, la Liturgia celebra con frecuencia y de modo ejemplar a la Virgen María: recuerda algunas mujeres de la Antigua Alianza, que eran figura y profecía de su misión; exalta la actitud de fe y de humildad con que María de Nazaret se adhirió, total e inmediatamente, al proyecto salvífico de Dios; subraya su presencia en los acontecimientos de gracia que precedieron el nacimiento del Salvador. También la piedad popular dedica, en el tiempo de Adviento, una atención particular a Santa María; lo atestiguan de manera inequívoca diversos ejercicios de piedad, y sobre todo las novenas de la Inmaculada y de la Navidad.
Sin embargo, la valoración del Adviento "como tiempo particularmente apto para el culto de la Madre del Señor" no quiere decir que este tiempo se deba presentar como un "mes de María".
En los calendarios litúrgicos del Oriente cristiano, el periodo de preparación al misterio de la manifestación (Adviento) de la salvación divina (Teofanía) en los misterios de la Navidad-Epifanía del Hijo Unigénito de Dios Padre, tiene un carácter marcadamente mariano. Se centra la atención sobre la preparación a la venida del Señor en el misterio de la Deípara. Para el Oriente, todos los misterios marianos son misterios cristológicos, esto es, referidos al misterio de nuestra salvación en Cristo. Así, en el rito copto durante este periodo se cantan las Laudes de María en los Theotokia; en el Oriente sirio este tiempo es denominado Subbara, esto es, Anunciación, para subrayar de esta manera su fisonomía mariana. En el rito bizantino se nos prepara a la Navidad mediante una serie creciente de fiestas y cantos marianos.
102. La solemnidad de la Inmaculada (8 de Diciembre), profundamente sentida por los fieles, da lugar a muchas manifestaciones de piedad popular, cuya expresión principal es la novena de la Inmaculada. No hay duda de que el contenido de la fiesta de la Concepción purísima y sin mancha de María, en cuanto preparación fontal al nacimiento de Jesús, se armoniza bien con algunos temas principales del Adviento: nos remite a la larga espera mesiánica y recuerda profecías y símbolos del Antiguo Testamento, empleados también en la Liturgia del Adviento.
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Laudes CantadosDomingo, 21 de diciembre de 2025
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ADORACIÓN PERPETUA
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DEL STMO. SACRAMENTO EN VIVO
Parroquia Ntra. Sra. de la MercedInstituto del Verbo EncarnadoCapilla "San Ignacio de Loyola"(Manresa, España)
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"Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna" (Mt 19,29)
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Homilía Domingo IV Semana de Adviento,de Mons. Munilla
Homilía Domingo IV Semana de Adviento,
del P. Santiago Martín
(21.12.2025)
Homilía I Vísperas IV Domingo de Adviento,
(20.12.2025)
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SANTORAL DE HOY
El santo del día en un minuto:
Para ver el video de su vida, pincha aquíElogio: San Pedro Canisio, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús y doctor de la Iglesia, que, enviado a Alemania, se dedicó con ahínco a defender la fe católica y a confirmarla con la predicación y los escritos, entre los que sobresale el Catecismo, y encontró el reposo de sus trabajos en Friburgo, población de Suiza.
Patronazgos: patrono de la prensa católica, de los redactores de catecismos.
Refieren a este santo: San Estanislao de Kostka, San Ignacio de Loyola.
Elogio: San Pedro Canisio, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús y doctor de la Iglesia, que, enviado a Alemania, se dedicó con ahínco a defender la fe católica y a confirmarla con la predicación y los escritos, entre los que sobresale el Catecismo, y encontró el reposo de sus trabajos en Friburgo, población de Suiza.
Patronazgos: patrono de la prensa católica, de los redactores de catecismos.
Refieren a este santo: San Estanislao de Kostka, San Ignacio de Loyola.
San Miqueas, santo del AT
Conmemoración de san Miqueas, profeta, el cual, en los días de Joatán, Acaz y Ezequías, reyes de Judá, defendió con su predicación a los oprimidos, condenó los ídolos y las perversidades, y anunció al pueblo elegido que desde los días eternos nacería en Belén de Judá un caudillo que apacentaría a Israel con la fortaleza del Señor.
San Temístocles, mártir
En Licia, san Temístocles, mártir, el cual, según se cuenta, en tiempo del emperador Decio se ofreció en lugar de san Dióscoro, que era buscado para ser ajusticiado, y tras haber sido torturado en el potro, arrastrado y apaleado, alcanzó la corona del martirio.
Beato Domingo Spadafora, religioso presbítero
En Montecerignone, de la Romagna, beato Domingo Spadafora, presbítero de la Orden de Predicadores, que trabajó diligentemente en el ministerio de la predicación.
Santos Andrés Dung Lac y Pedro Truong Van Thi, presbíteros y mártires
En Hanoi, en Tonquín, pasión de los santos Andrés Dung Lac y Pedro Truong Van Thi, presbíteros y mártires, los cuales, al desoir el mandato de pisotear la cruz, consumaron el martirio con la decapitación. Su memoria se celebra el día veinticuatro de noviembre.
Beato Pedro Friedhofen, fundador
En Coblenza, en Alemania, beato Pedro Friedhofen, religioso, que, desempeñando el oficio de caminero, fundó después la Comunidad de Hermanos de la Misericordia de María Auxiliadora, a causa de lo cual sufrió plácidamente y con ánimo sereno muchas burlas y molestias.
San Miqueas, santo del AT
Conmemoración de san Miqueas, profeta, el cual, en los días de Joatán, Acaz y Ezequías, reyes de Judá, defendió con su predicación a los oprimidos, condenó los ídolos y las perversidades, y anunció al pueblo elegido que desde los días eternos nacería en Belén de Judá un caudillo que apacentaría a Israel con la fortaleza del Señor.
San Temístocles, mártir
En Licia, san Temístocles, mártir, el cual, según se cuenta, en tiempo del emperador Decio se ofreció en lugar de san Dióscoro, que era buscado para ser ajusticiado, y tras haber sido torturado en el potro, arrastrado y apaleado, alcanzó la corona del martirio.
Beato Domingo Spadafora, religioso presbítero
En Montecerignone, de la Romagna, beato Domingo Spadafora, presbítero de la Orden de Predicadores, que trabajó diligentemente en el ministerio de la predicación.
Santos Andrés Dung Lac y Pedro Truong Van Thi, presbíteros y mártires
En Hanoi, en Tonquín, pasión de los santos Andrés Dung Lac y Pedro Truong Van Thi, presbíteros y mártires, los cuales, al desoir el mandato de pisotear la cruz, consumaron el martirio con la decapitación. Su memoria se celebra el día veinticuatro de noviembre.
Beato Pedro Friedhofen, fundador
En Coblenza, en Alemania, beato Pedro Friedhofen, religioso, que, desempeñando el oficio de caminero, fundó después la Comunidad de Hermanos de la Misericordia de María Auxiliadora, a causa de lo cual sufrió plácidamente y con ánimo sereno muchas burlas y molestias.
LITURGIA DE HOY
Las ferias del 17 al 24 de diciembre, inclusive, tienen la finalidad de preparar más directamente la Navidad (NUALC, n. 42).
Misa del Domingo (morado).
MISAL: ants. y oracs. props., sin Gl., Cr., Pf. II o IV Adv.
LECC.: vol. I (A).
- Is 7, 10-14. Mirad: la virgen está encinta.
- Sal 23. R. Va a entrar el Señor; él es el Rey de la gloria.
- Rom 1, 1-7. Jesucristo, de la estirpe de David, Hijo de Dios.
- Mt 1, 18-24. Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David.
- Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.
Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Ant. Mag. «Oh, Sol». Dom. II.
Martirologio: elogs. del 22 de diciembre, pág. 729.
Las ferias del 17 al 24 de diciembre, inclusive, tienen la finalidad de preparar más directamente la Navidad (NUALC, n. 42).
Misa del Domingo (morado).
MISAL: ants. y oracs. props., sin Gl., Cr., Pf. II o IV Adv.
LECC.: vol. I (A).
- Is 7, 10-14. Mirad: la virgen está encinta.
- Sal 23. R. Va a entrar el Señor; él es el Rey de la gloria.
- Rom 1, 1-7. Jesucristo, de la estirpe de David, Hijo de Dios.
- Mt 1, 18-24. Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David.
- Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.
Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Ant. Mag. «Oh, Sol». Dom. II.
Martirologio: elogs. del 22 de diciembre, pág. 729.
RITOS INICIALES
RITOS INICIALES
Monición de entrada
Hoy, en vísperas de la gran fiesta del nacimiento del Salvador, nuestra esperanza se hace plegaria, y con el profeta Isaías decimos «Cielos, destilad desde lo alto la justicia, las nubes la derramen, se abra la tierra y brote la salvación y con ella germine la justicia».
La liturgia de este domingo
es como un pregón de la ya próxima Navidad. Así, la oración colecta nos
presenta la finalidad última de la Encarnación del Hijo de Dios que anuncia el
ángel: que por su pasión y cruz, nosotros lleguemos a la gloria de la resurrección.
Y ello será posible por la respuesta de fe de María que lo concibió por obra
del Espíritu Santo sin perder la gloria de su virginidad (1 Lect y Ev). Así se
cumplirán plenamente las profecías: Jesucristo, de la estirpe de David, Hijo de
Dios. Él nos ha llamado a responder a la fe formando parte de su pueblo santo
(2 Lect).[La cercanía, pues, de la Navidad nos recuerda que hemos de esperar al Señor como lo hicieron la Virgen María y san José con este propósito encendemos el cuarto cirio de la corona de Adviento].
Antífona de entrada Cf. Is 45, 8Cielos, destilad desde lo alto; nubes derramad al Justo; ábrase la tierra y brote al Salvador.
No se dice Gloria.
Oración colectaDERRAMA, Señor, tu gracia en nuestros corazones,
para que, quienes hemos conocido, por el anuncia del ángel,
la encarnación de Cristo, tu Hijo,
lleguemos, por su pasión y su cruz,
a la gloria de la resurrección.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Monición de entrada
[La cercanía, pues, de la Navidad nos recuerda que hemos de esperar al Señor como lo hicieron la Virgen María y san José con este propósito encendemos el cuarto cirio de la corona de Adviento].
No se dice Gloria.
Oración colecta
para que, quienes hemos conocido, por el anuncia del ángel,
la encarnación de Cristo, tu Hijo,
lleguemos, por su pasión y su cruz,
a la gloria de la resurrección.
Por nuestro Señor Jesucristo.
LITURGIA DE LA PALABRA
LITURGIA DE LA PALABRA
Lectura del libro de Isaías 7, 10-14
EN AQUELLOS DÍAS, el Señor habló a Ajaz y le dijo:
«Pide un signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo
alto del cielo».
Respondió Ajaz:
«No lo pido, no quiero tentar al Señor».
Entonces dijo Isaías:
«Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel».
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL (Sal 23, 1b-2. 3-4ab. 5-6 [R.: cf. 7c.
10c])
R. Va a entrar el Señor; él es el Rey de la gloria.
V. Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
R. Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria.
V. ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos.
R. Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria.
V. Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Este es la generación que busca al Señor,
que busca tu rostro, Dios de Jacob.
R. Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 1,
1-7)
PABLO, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido
para el Evangelio de Dios,
que fue prometido por sus profetas en las Escrituras Santas y se
refiere a su Hijo, nacido de la estirpe de David según la carne, constituido
Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad por la resurrección de
entre los muertos: Jesucristo nuestro Señor.
Por él hemos recibido la gracia del apostolado, para suscitar la
obediencia de la fe entre todos los gentiles, para gloria de su nombre. Entre
ellos os encontráis también vosotros, llamados Jesucristo.
A todos los que están en Roma, amados de Dios, llamados santos, gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Palabra de Dios.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 1, 18-24
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habla dicho el Señor por medio del profeta:
«Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.
Palabra del Señor.
Papa Francisco
ÁNGELUS. Domingo, 22 de diciembre de 2019
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos
días!
En este cuarto y último domingo de
Adviento, el Evangelio (cf. Mateo 1, 18-24) nos guía hacia la Navidad, a través
de la experiencia de san José, una figura aparentemente de segundo plano, pero
en cuya actitud está contenida toda la sabiduría cristiana. Él, junto con Juan
Bautista y María, es uno de los personajes que la liturgia nos propone para el
tiempo de Adviento; y de los tres es el más modesto. El que no predica, no
habla, sino que trata de hacer la voluntad de Dios; y lo hace al estilo del
Evangelio y de las Bienaventuranzas. Pensemos: «Bienaventurados los pobres de
espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mateo 5, 3). Y José es
pobre porque vive de lo esencial, trabaja, vive del trabajo; es la pobreza
típica de quien es consciente de que depende en todo de Dios y pone en Él toda
su confianza.
La narración del Evangelio de hoy
presenta una situación humanamente incómoda y conflictiva. José y María están
comprometidos; todavía no viven juntos, pero ella está esperando un hijo por
obra de Dios. José, ante esta sorpresa, naturalmente permanece perturbado pero,
en lugar de reaccionar de manera impulsiva y punitiva ―como era costumbre, la ley lo protegía― busca una
solución que respete
la dignidad y la integridad de su amada María. El
Evangelio lo dice así: «Su marido José, como era justo y no quería ponerla en
evidencia, resolvió repudiarla en secreto» (v. 19). José sabía que si
denunciaba a su prometida, la expondría a graves consecuencias, incluso a la
muerte. Tenía plena confianza en María, a quien eligió como su esposa. No
entiende, pero busca otra solución.
Esta circunstancia inexplicable le
llevó a cuestionar su compromiso; por eso, con gran sufrimiento, decidió
separarse de María sin crear escándalo. Pero el Ángel del Señor interviene para
decirle que la solución que él propone no es la deseada por Dios. Por el
contrario, el Señor le abrió un nuevo camino, un camino de unión, de amor y de
felicidad, y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu
mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (v. 20).
En este punto, José confía totalmente
en Dios, obedece las palabras del Ángel y se lleva a María con él. Fue
precisamente esta confianza inquebrantable en Dios la que le permitió aceptar
una situación humanamente difícil y, en cierto sentido, incomprensible. José
entiende, en la fe, que el niño nacido en el seno de María no es su hijo, sino
el Hijo de Dios, y él, José, será su guardián, asumiendo plenamente su
paternidad terrenal. El ejemplo de este hombre gentil y sabio nos exhorta a
levantar la vista, a mirar más allá. Se trata de recuperar la sorprendente
lógica de Dios que, lejos de pequeños o grandes cálculos, está hecha de
apertura hacia nuevos horizontes, hacia Cristo y Su Palabra.
Que la Virgen María y su casto esposo
José nos ayuden a escuchar a Jesús que viene, y que pide ser acogido en
nuestros planes y elecciones.
Papa Benedicto XVI
ÁNGELUS, Domingo IV de Adviento, 19 de diciembre de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
En este cuarto domingo de Adviento el
evangelio de san Mateo narra cómo sucedió el nacimiento de Jesús situándose
desde el punto de vista de san José. Él era el prometido de María, la cual
"antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del
Espíritu Santo" (Mt 1, 18). El Hijo de Dios, realizando una antigua
profecía (cf. Is 7, 14), se hace hombre en el seno de una virgen, y ese
misterio manifiesta a la vez el amor, la sabiduría y el poder de Dios a favor
de la humanidad herida por el pecado. San José se presenta como hombre
"justo" (Mt 1, 19), fiel a la ley de Dios, disponible a cumplir su
voluntad. Por eso entra en el misterio de la Encarnación después de que un
ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le anuncia: "José, hijo de
David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella
es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús,
porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 20-21). Abandonando
el pensamiento de repudiar en secreto a María, la toma consigo, porque ahora
sus ojos ven en ella la obra de Dios.
San Ambrosio comenta que "en José
se dio la amabilidad y la figura del justo, para hacer más digna su calidad de
testigo" (Exp. Ev. sec. Lucam II, 5: ccl 14, 32-33). Él
–prosigue san Ambrosio– "no habría podido contaminar el templo del
Espíritu Santo, la Madre del Señor, el seno fecundado por el misterio"
(ib., II, 6: CCL 14, 33). A pesar de haber experimentado turbación, José actúa
"como le había ordenado el ángel del Señor", seguro de hacer lo que
debía. También poniendo el nombre de "Jesús" a ese Niño que rige todo
el universo, él se inserta en el grupo de los servidores humildes y fieles,
parecido a los ángeles y a los profetas, parecido a los mártires y a los
apóstoles, como cantan antiguos himnos orientales. San José anuncia los
prodigios del Señor, dando testimonio de la virginidad de María, de la acción
gratuita de Dios, y custodiando la vida terrena del Mesías. Veneremos, por
tanto, al padre legal de Jesús (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 532),
porque en él se perfila el hombre nuevo, que mira con fe y valentía al futuro,
no sigue su propio proyecto, sino que se confía totalmente a la infinita
misericordia de Aquel que realiza las profecías y abre el tiempo de la
salvación.
Queridos amigos, a san José, patrono
universal de la Iglesia, deseo confiar a todos los pastores, exhortándolos a
ofrecer "a los fieles cristianos y al mundo entero la humilde y cotidiana
propuesta de las palabras y de los gestos de Cristo" (Carta de
convocatoria del Año sacerdotal, 16.VI.09). Que nuestra vida se adhiera cada
vez más a la Persona de Jesús, precisamente porque "el que es la Palabra
asume él mismo un cuerpo; viene de Dios como hombre y atrae a sí toda la
existencia humana, la lleva al interior de la palabra de Dios" (Jesús de
Nazaret, Madrid 2007, p. 387). Invoquemos con confianza a la Virgen María, la
llena de gracia "adornada de Dios", para que, en la Navidad ya
inminente, nuestros ojos se abran y vean a Jesús, y el corazón se alegre en
este admirable encuentro de amor.
* * *
La Infancia de Jesús, Concepción y nacimiento de Jesús según Mateo
Después de la reflexión sobre la
narración lucana de la Anunciación, ahora hemos de escuchar aún la tradición
del Evangelio de Mateo sobre dicho acontecimiento. A diferencia de Lucas, Mateo
habla de esto exclusivamente desde la perspectiva de san José, que, como
descendiente de David, ejerce de enlace de la figura de Jesús con la promesa
hecha a David.
Mateo nos dice en primer lugar que
María era prometida de José. Según el derecho judío entonces vigente, el
compromiso significaba ya un vínculo jurídico entre las dos partes, de modo que
María podía ser llamada la mujer de José, aunque aún no se había producido el
acto de recibirla en casa, que fundaba la comunión matrimonial. Como prometida,
«la mujer seguía viviendo en el hogar paterno y se mantenía bajo la patria
potestas. Después de un año tenía lugar la acogida en casa, es decir, la
celebración del matrimonio» (Gnilka, Matthäus, I, p. 17). Ahora bien, José
constató que María «esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18).
Pero lo que Mateo anticipa aquí sobre
el origen del niño José aún no lo sabe. Ha de suponer que María había roto el
compromiso y –según la ley– debe abandonarla. A este respecto, puede elegir
entre un acto jurídico público y una forma privada: puede llevar a María ante
un tribunal o entregarle una carta privada de repudio. José escoge el segundo
procedimiento para no «denunciarla» (Mt 1, 19). En esa decisión, Mateo ve un
signo de que José era un «hombre justo».
La calificación de José como hombre
justo (zaddik) va mucho más allá de la decisión de aquel momento: ofrece un
cuadro completo de san José y, a la vez, lo incluye entre las grandes figuras
de la Antigua Alianza, comenzando por Abraham, el justo. Si se puede decir que
la forma de religiosidad que aparece en el Nuevo Testamento se compendia en la
palabra «fiel», el conjunto de una vida conforme a la Escritura se resume en el
Antiguo Testamento con el término «justo».
El Salmo (Sal 1, 1) ofrece la imagen
clásica del «justo». Así pues, podemos considerarlo casi como un retrato de la
figura espiritual de san José. Justo, según este Salmo, es un hombre que vive
en intenso contacto con la Palabra de Dios; «que su gozo está en la ley del
Señor» (Sal 1, 2). Es como un árbol que, plantado junto a los cauces de agua,
da siempre fruto. La imagen de los cauces de agua de las que se nutre ha de
entenderse naturalmente como la Palabra viva de Dios, en la que el justo hunde
las raíces de su existencia. La voluntad de Dios no es para él una ley impuesta
desde fuera, sino «gozo». La ley se convierte espontáneamente para él en
«evangelio», buena nueva, porque la interpreta con actitud de apertura personal
y llena de amor a Dios, y así aprende a comprenderla y a vivirla desde dentro.
Mientras que el Salmo 1 considera como
característico del «hombre dichoso» su habitar en la Tora, en la
Palabra de Dios, el texto paralelo en Jeremías (Jr 17, 7) llama «bendito» a
quien «confía en el Señor y pone en el Señor su confianza». Aquí se destaca de
manera más fuerte que en el salmo la naturaleza personal de la justicia, el
fiarse de Dios, una actitud que da esperanza al hombre. Aunque ninguno de los
dos textos habla directamente del justo, sino del hombre dichoso o bendito,
podemos no obstante considerarlos con Hans-Joachim Kraus la imagen auténtica
del justo veterotestamentario y, así, aprender también a partir de aquí lo que
Mateo quiere decirnos cuando presenta a san José como un «hombre justo». Esta
imagen del hombre que hunde sus raíces en las aguas vivas de la Palabra de
Dios, que está siempre en diálogo con Dios y por eso da fruto constantemente,
se hace concreta en el acontecimiento descrito, así como en todo lo que a
continuación se dice de José de Nazaret.
Después de lo que José ha descubierto,
se trata de interpretar y aplicar la ley de modo justo. Él lo hace con amor, no
quiere exponer públicamente a María a la ignominia. La ama incluso en el
momento de la gran desilusión. No encarna esa forma de legalidad de fachada que
Jesús denuncia en Mateo (Mt 23, 1) y contra la que san Pablo arremete. Vive la
ley como evangelio, busca el camino de la unidad entre la ley y el amor. Y,
así, está preparado interiormente para el mensaje nuevo, inesperado y
humanamente increíble, que recibirá de Dios.
Mientras que el ángel «entra» donde se
encuentra María (Lc 1, 28), a José sólo se le aparece en sueños, pero en sueños
que son realidad y revelan realidades. Se nos muestra una vez más un rasgo
esencial de la figura de san José: su finura para percibir lo divino y su
capacidad de discernimiento. Sólo a una persona íntimamente atenta a lo divino,
dotada de una peculiar sensibilidad por Dios y sus senderos, le puede llegar el
mensaje de Dios de esta manera. Y la capacidad de discernimiento era necesaria
para reconocer si se trataba sólo de un sueño o si verdaderamente había venido
el mensajero de Dios y le había hablado.
El mensaje que se le consigna es
impresionante y requiere una fe excepcionalmente valiente, ¿Es posible que Dios
haya realmente hablado? ¿Que José haya recibido en sueños la verdad, una verdad
que va más allá de todo lo que cabe esperar? ¿Es posible que Dios haya actuado
de esta manera en un ser humano? ¿Que Dios haya realizado de este modo el
comienzo de una nueva historia con los hombres? Mateo había dicho antes que
José estaba «considerando en su interior» (enthyméthèntos) cuál debería
ser la reacción justa ante el embarazo de María. Podemos por tanto imaginar
cómo luche ahora en lo más íntimo con este mensaje inaudito de su sueño: «José,
hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la
criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo» (Mt 1, 20).
A José se le interpela explícitamente
en cuanto hijo de David, indicando con eso al mismo tiempo el cometido que se
le confía en este acontecimiento: como destinatario de la promesa hecha a
David, él debe hacerse garante de la fidelidad de Dios. «No temas» aceptar esta
tarea, que verdaderamente puede suscitar temor. «No temas» es lo que el ángel de
la Anunciación había dicho también a María. Con la misma exhortación del ángel,
José se encuentra ahora implicado en el misterio de la Encarnación de Dios.
A la comunicación sobre la concepción
del niño en virtud del Espíritu Santo, sigue un encargo: María «dará a luz un
hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los
pecados» (Mt 1 , 2 1). Junto a la invitación de tomar con él a María como su
mujer, José recibe la orden de dar un nombre al niño, adoptándolo así
legalmente como hijo suyo. Es el mismo nombre que el ángel había indicado
también a María para que se lo pusiera al niño: el nombre Jesús (Jeshua)
significa YHWH es salvación. El mensajero de Dios que habla a José en sueños
aclara en qué consiste esta salvación: «Él salvará a su pueblo de los pecados.»
Con esto se asigna al niño un alto
cometido teológico, pues sólo Dios mismo puede perdonar los pecados. Se le pone
por tanto en relación inmediata con Dios, se le vincula directamente con el
poder sagrado y salvífico de Dios. Pero, por otro lado, esta definición de la
misión del Mesías podría también aparecer decepcionante. La expectación común
de la salvación estaba orientada sobre todo a la situación penosa de Israel: a
la restauración del reino davídico, a la libertad e independencia de Israel y,
con ello, también naturalmente al bienestar material de un pueblo en gran parte
empobrecido. La promesa del perdón de los pecados parece demasiado poco y a la
vez excesivo: excesivo porque se invade la esfera reservada a Dios mismo;
demasiado poco porque parece que no se toma en consideración el sufrimiento
concreto de Israel y su necesidad real de salvación.
En el fondo, en estas palabras se
anticipa ya toda la controversia sobre el mesianismo de Jesús: ¿Ha redimido
verdaderamente a Israel? ¿Acaso no ha quedado todo como antes? La misión, tal
como él la ha vivido, ¿es o no la respuesta a la promesa? Seguramente no se
corresponde con la expectativa de la salvación mesiánica inmediata que tenían
los hombres, que se sentían oprimidos no tanto por sus pecados, sino más bien
por su penuria, por su falta de libertad, por la miseria de su existencia.
Jesús mismo ha suscitado drásticamente
la cuestión sobre la prioridad de la necesidad humana de redención en aquella
ocasión en que cuatro hombres, a causa del gentío, no podían introducir al
paralítico por la puerta y lo descolgaron por el techo, poniéndolo a sus pies.
La propia existencia del enfermo era una oración, un grito que clamaba
salvación, un grito al que Jesús, en pleno contraste con las expectativas del
enfermo mismo y de quienes lo llevaban, respondió con estas palabras: «Hijo,
tus pecados quedan perdonados» (Mc 2, 5). La gente no se esperaba precisamente
esto. No encajaba con sus intereses. El paralítico debía poder andar, no ser liberado
de los pecados. Los escribas impugnaban la presunción teológica de las palabras
de Jesús; el enfermo y los hombres a su alrededor estaban decepcionados, porque
Jesús parecía hacer caso omiso de la verdadera necesidad de este hombre.
Pienso que toda la escena es
absolutamente significativa para la cuestión de la misión de Jesús, tal como se
describe por primera vez en la palabra del ángel a José. Aquí se tiene en
cuenta tanto la crítica de los escribas como la expectativa silenciosa de la
gente. Que Jesús es capaz de perdonar los pecados lo muestra ahora mandando al
enfermo, ya curado, que tome su camilla y eche a andar. No obstante, de esta
manera queda a salvo la prioridad del perdón de los pecados como fundamento de
toda verdadera curación del hombre.
El hombre es un ser relacional. Si se
trastoca la primera y fundamental relación del hombre –la relación con Dios–
entonces ya no queda nada más que pueda estar verdaderamente en orden. De esta
prioridad se trata en el mensaje y el obrar de Jesús. Él quiere en primer lugar
llamar la atención del hombre sobre el núcleo de su mal y hacerle comprender:
Si no eres curado en esto, no obstante todas las cosas buenas que puedas
encontrar, no estarás verdaderamente curado.
En este sentido, la explicación del nombre
de Jesús que se indicó a José en sueños es ya una aclaración fundamental de
cómo se ha de concebir la salvación del hombre, y en qué consiste por tanto la
tarea esencial del portador de la salvación.
En Mateo, al anuncio del ángel a José
sobre la concepción y nacimiento virginal de Jesús, siguen dos afirmaciones
integrantes.
El evangelista muestra en primer lugar
que con ello se cumple todo lo que había anunciado la Escritura. Esto forma
parte de la estructura fundamental de su Evangelio: proporcionar a todos los
acontecimientos esenciales una «prueba de la Escritura»; dejar claro que las
palabras de la Escritura aguardaban dichos acontecimientos, los han preparado
desde dentro. Así, Mateo enseña cómo las antiguas palabras se hacen realidad en
la historia de Jesús. Pero muestra al mismo tiempo que esa historia es
verdadera, es decir, proviene de la Palabra de Dios, y está sostenida y
entretejida por ella.
Después de la cita bíblica, Mateo
completa la narración. Refiere que José se despertó y procedió como le había
mandado el ángel del Señor. Llevó consigo a María, su esposa, pero no la
«conoció» antes de que diera a luz a su hijo. Así se subraya una vez más que el
hijo no fue engendrado por él, sino por el Espíritu Santo. Por último, el
evangelista añade: «Él le puso por nombre Jesús» (Mt 1, 25).
También aquí, y de modo muy concreto,
se nos presenta de nuevo a José como «hombre justo»: su estar interiormente
atento a Dios –una actitud gracias a la cual puede acoger y comprender el
mensaje– se convierte espontáneamente en obediencia. Si antes se había puesto a
cavilar con su propio talento, ahora sabe lo que es justo y lo que debe hacer.
Como hombre justo, sigue los mandatos de Dios, como dice el Salmo 1.
Pero ahora hemos de escuchar la prueba
escriturística que presenta Mateo, que –como no podía ser de otro modo– ha sido
objeto de largas discusiones exegéticas. El versículo dice: «Todo esto sucedió
para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: “Mirad: la
virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel”, que
significa “Dios con nosotros”» (Mt 1, 22 s; cf. Is 7, 14). Tratemos ante todo
de comprender en su contexto histórico original esta frase del profeta,
convertida a través de Mateo en un grande y fundamental texto cristológico,
para ver después de qué manera se refleja en ella el misterio de Jesucristo.
Excepcionalmente podemos fijar con
mucha precisión la fecha de este versículo de Isaías: se sitúa en el año 733
antes de Cristo. El rey asirio Tiglath-Pileser III había rechazado con una
maniobra militar repentina el comienzo de una insurrección de los estados
sirio-palestinos. Entonces el rey Rezín de Damasco-Siria, y Pékaj de Israel se
unieron en una coalición contra la gran potencia asiria. Puesto que no fueron
capaces de persuadir al rey Acaz de Judá de sumarse a su alianza, decidieron
entrar en campaña contra el rey de Jerusalén para incluir a su país en su
coalición.
A Acaz y a su pueblo
–comprensiblemente– les entra miedo ante la alianza enemiga; los corazones del
rey y del pueblo se agitan «como se agitan los árboles del bosque con el
viento» (Is 7, 2). Sin embargo Acaz, claramente un político que calcula con
prudencia y frialdad, mantiene la línea ya tomada: no quiere unirse a una
alianza antiasiria, a la que ve claramente sin posibilidad alguna frente al
enorme predominio de la gran potencia. En su lugar, firma un pacto de
protección con Asiria, lo que, por un lado, le garantiza seguridad y salva a su
país de la destrucción, pero que, por otro lado, exige como precio la adoración
de las divinidades estatales de la potencia protectora.
Efectivamente, después de la
estipulación del pacto con Asiria, concluido por Acaz a pesar de la advertencia
del profeta Isaías, se llegó a la construcción de un altar en el templo de
Jerusalén según el modelo asirio (cf. 2R 16, 11 ss; cf. Kaiser, p. 73). En el
momento al que se refiere la cita de Isaías usada por Mateo todavía no se había
llegado a este punto. Pero una cosa estaba clara: si Acaz llegara a estipular
un pacto con el gran rey asirio, significaría que él, como hombre político,
confiaba más en el poder del rey que en el poder de Dios, el cual, como es
obvio, no le parecía suficientemente realista. En último término, pues, aquí no
se trataba de un problema político, sino de una cuestión de fe.
En este contexto, Isaías dice al rey
que no debe tener miedo a «esos dos cabos de tizones humeantes», Asiria e
Israel (Efraín), y que, por tanto, no hay motivo alguno para el pacto de
protección con Asiria: debe apoyarse en la fe y no en el cálculo político. De
manera completamente inusual, invita a Acaz a pedir un signo de Dios, bien de
las profundidades de los infiernos, bien de lo alto. La respuesta del rey judío
parece devota: no quiere tentar a Dios ni pedir un signo (cf. Is 7, 10-12). El
profeta que habla en nombre de Dios no se deja desconcertar. Él sabe que la
renuncia del rey a un signo no es –como parece– una expresión de fe sino, por
el contrario, un indicio de que no quiere ser molestado en su «realpolitik».
Llegados a este punto, el profeta
anuncia que ahora el Señor mismo dará un signo por su cuenta: «Mirad: la virgen
está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que
significa: “Dios-con-nosotros”» (Is 7, 14).
¿Cuál es el signo que se le promete a
Acaz con esto? Mateo, y con él toda la tradición cristiana, ve aquí un anuncio
del nacimiento de Jesús de la Virgen María: Jesús, que en realidad no lleva el
nombre de Emmanuel, sino que es el Emmanuel, como trata de explicar todo el
relato de los Evangelios. Este hombre –nos explican– es él mismo la permanencia
de Dios con los hombres. Es el verdadero hombre y, a la vez, el verdadero Hijo
de Dios.
Pero ¿ha entendido así Isaías el signo
anunciado? Sobre esto se objeta en primer lugar, por un lado –y con razón– que
se anuncia de hecho a Acaz ciertamente un signo, que en aquel momento se le
habría dado para llevarlo a la fe en el Dios de Israel como el verdadero dueño
del mundo. El signo se debería buscar e identificar por tanto en el contexto
histórico contemporáneo en el que fue enunciado por el profeta. En
consecuencia, la exégesis ha ido en busca de una explicación histórica
contemporánea al desarrollo de los hechos, con gran escrupulosidad y con todas
las posibilidades de erudición histórica, y ha fracasado.
Rudolf Kilian ha descrito brevemente
en su comentario a Isaías los intentos esenciales de este tipo. Menciona cuatro
modelos principales. El primero dice: con el término «Emmanuel» nos referimos
al Mesías. Pero la idea del Mesías se ha desarrollado plenamente sólo en el
período del exilio y sucesivamente después. Aquí se podría encontrar a lo sumo
una anticipación de esta figura; una correspondencia histórica contemporánea no
es posible identificarla. La segunda hipótesis supone que el «Dios con
nosotros» es un hijo del rey Acaz, tal vez Ezequías, una propuesta que no
encuentra respaldo en ninguna parte. La tercera teoría imagina que se trata de
uno de los hijos del profeta Isaías, los cuales llevan nombres proféticos:
Sehar Yasub, «un resto volverá», y Maher-Salal-jas-Baz, «pronto al
saqueo/rápido al botín» (cf. Is 7, 3; Is 8, 3). Pero tampoco este tentativo
resulta convincente. Una cuarta tesis se esfuerza por una interpretación
colectiva: Emmanuel sería el nuevo Israel, y la almáh («virgen»)
no sería sino «la figura simbólica de Sión». Pero el contexto del profeta no
ofrece indicio alguno para una concepción como ésta, entre otras razones porque
no sería un signo histórico contemporáneo. Kilian concluye su análisis de los
distintos tipos de interpretación de la siguiente manera: «Como resultado de
esta visión de conjunto, resulta, pues, que ni siquiera uno de los intentos de
interpretación consigue realmente convencer. En torno a la madre y el niño
sigue reinando el misterio, al menos para el lector de hoy, pero
presumiblemente también para el oyente de entonces, y tal vez incluso para el
profeta mismo» (Jesaja, p. 62).
Sí, yo creo que precisamente hoy,
después de toda la afanosa investigación de la exégesis crítica, podemos
compartir de una forma completamente nueva el estupor de que una palabra del
año 733 a. C., que había quedado incomprensible, se haya hecho realidad en el
momento de la concepción de Jesucristo, que Dios nos haya dado efectivamente un
gran signo que se refiere al mundo entero.
Entonces, ¿qué podemos decir? La
afirmación sobre la virgen que da a luz al Emmanuel, de manera análoga al gran
canto del Siervo del Señor en Isaías (Is 53), es una palabra en espera. En su
contexto histórico no se encuentra correspondencia alguna. Esto deja abierta la
cuestión: no es una palabra dirigida solamente a Acaz. Tampoco se trata sólo de
Israel. Se dirige a la humanidad. El signo que Dios mismo anuncia no se ofrece
para una situación política determinada, sino que concierne al hombre y su
historia en su conjunto.
Y los cristianos ¿no debían quizá oír
esta palabra como una palabra para ellos? Interpelados por la palabra, ¿no
debían llegar a la certeza de que la palabra, que siempre estaba allí de modo
tan extraño, y esperando a ser descifrada, se ha hecho ahora realidad? ¿No
debían estar convencidos de que en el nacimiento de Jesús de la Virgen María,
Dios nos ha dado ahora este signo? El Emmanuel ha llegado. Marius Reiser ha
resumido en esta frase la experiencia que tuvieron los lectores cristianos
respecto a esta palabra: «La profecía del profeta es como un ojo de cerradura
milagrosamente predispuesto, en el cual encaja perfectamente la llave Cristo»
(Bibelkritik, p. 328).
Oración de los fieles
El Dios de la salvación nos hace justicia. Oremos confiadamente.
- Por la Iglesia, que ha recibido, como la Virgen María, la misión de dar a luz a Cristo, para que sepa hacerlo presente en medio de nuestro mundo. Roguemos al Señor.
- Por la sociedad en que vivimos, para que recupere el sentido cristiano de la Navidad. Roguemos al Señor.
- Por todos los que en las próximas fiestas estarán lejos de sus hogares, para que encuentren en los demás solidaridad, comprensión y ayuda, que mitigue su dolor y su nostalgia. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, que nos disponemos a celebrar la Navidad del Señor, para que vivamos estas fiestas con sentido cristiano, en convivencia fraternal. Roguemos al Señor.
que nos has enviado a tu Hijo,
revestido de nuestra condición humana,
escucha nuestras súplicas.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
LITURGIA EUCARÍSTICA
LITURGIA EUCARÍSTICA
Oración sobre las ofrendas
las entrañas de santa María,
santifique, Señor, estos dones
que hemos colocado sobre tu altar.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
por el misterio de la Virgen Madre.
en el seno virginal de la hija de Sion
ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles,
y ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz.
En ella, madre de todos los hombres,
la maternidad, redimida del pecado y de la muerte,
se abre al don de una vida nueva.
Así, donde había crecido el pecado,
se ha desbordado tu misericordia en Cristo, nuestro Salvador.
mientras esperamos la venida de Cristo,
unidos a los ángeles y a los santos,
cantamos el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo…
Antífona de comunión Is 7, 14
Mirad: la Virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel.
después de recibir la prenda de la redención eterna,
te pedimos que crezca en nosotros tanto el fervor
para celebrar dignamente el misterio del nacimiento de tu Hijo,
cuanto más se acerca la gran fiesta de la salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Se puede decir la bendición solemne de Adviento.
Dios todopoderoso y rico en
misericordia, por su Hijo Jesucristo, cuya venida en carne creéis y cuyo
retorno glorioso esperáis, en la celebración de los misterios del Adviento, os
ilumine y os llene de sus bendiciones.
R. Amén.
Dios os mantenga durante esta vida firmes en la fe, alegres por la esperanza y diligentes en el amor.
R. Amén.
Y así, los que ahora os alegráis por
el próximo nacimiento de nuestro Redentor, cuando vengo de nuevo en la majestad
de su gloria recibáis el premio de la vida eterna.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo + y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os
acompañe siempre.
R. Amén.
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Él, que había tenido el poder de crearlo todo a partir de la nada, se negó a rehacer lo que había sido profanado si no concurría María» (San Anselmo).
«San José es modelo del hombre “justo” que, en perfecta sintonía con su esposa, acoge al Hijo de Dios hecho hombre con una actitud de total disponibilidad a la voluntad divina» (Benedicto XVI).
«‘Dios envió a su Hijo’ (Ga 4,4), pero para “formarle un cuerpo” quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a ‘una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María’ (Lc 1,26-27). El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 488).
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«Él, que había tenido el poder de crearlo todo a partir de la nada, se negó a rehacer lo que había sido profanado si no concurría María» (San Anselmo).
«San José es modelo del hombre “justo” que, en perfecta sintonía con su esposa, acoge al Hijo de Dios hecho hombre con una actitud de total disponibilidad a la voluntad divina» (Benedicto XVI).
«‘Dios envió a su Hijo’ (Ga 4,4), pero para “formarle un cuerpo” quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a ‘una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María’ (Lc 1,26-27). El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 488).

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