PROGRAMA PARROQUIAL:DOMINGO, 28 DE SEPTIEMBREPARROQUIA DEL CARMEN:
- Eucaristía del Domingo de la XXVI Semana del Tiempo Ordinario (a las 11.00 h.).
PARROQUIA DE LOS DOLORES:
- Eucaristía del Domingo de la XXVI Semana del Tiempo Ordinario (a las 12.30 h.).
PARROQUIA DEL CARMEN:
- Eucaristía del Domingo de la XXVI Semana del Tiempo Ordinario (a las 11.00 h.).
PARROQUIA DE LOS DOLORES:
¡¡ATENCIÓN!!
¡¡CAMBIO DE HORARIO
A PARTIR DEL 1 DE OCTUBRE!!
HORARIOS
PARROQUIA NTRA. SRA. DEL CARMEN
(HUELVA)
HORARIO DE INVIERNO
(desde el 1 de octubre hasta el 31 de marzo)* MISAS:
- Lunes (día de descanso de la parroquia).
- Martes a Sábado, y Vísperas de Fiesta: a las 18.30 h.
- Jueves: Adoración y Hora Santa con el Santísimo (de 17.00-18.00 h.)
- Domingos y Fiestas: a las 11.00 h.
* CONFESIONES:
- Media hora antes de Misa.* DESPACHO PARRROQUIAL:
- De Martes a Viernes: de 17.00-18.00 h.
- Cáritas parroquial: Martes, de 10.00-12.00 h.
HORARIOS
PARROQUIA NTRA. SRA. DE LOS DOLORES
(HUELVA)
HORARIO DE INVIERNO
(desde el 1 de octubre hasta el 31 de marzo)* MISAS:
- Lunes (día de descanso de la parroquia).
- Martes a Sábado, y Vísperas de Fiesta: a las 19.30 h.
- Jueves: Adoración y Hora Santa con el Santísimo (de 18.00-19.00 h.)
- Domingos y Fiestas: a las 12.30 h.
* CONFESIONES:
- Media hora antes de Misa.* DESPACHO PARRROQUIAL:
- Martes, Jueves y Viernes: de 18.00-19.00 h.
- Cáritas parroquial: Jueves, de 18.00-20.00 h. (excepto el mes de agosto).
¡¡ATENCIÓN!!
¡¡CAMBIO DE HORARIO
A PARTIR DEL 1 DE OCTUBRE!!
HORARIOS
(HUELVA)
(desde el 1 de octubre hasta el 31 de marzo)
* MISAS:
- Lunes (día de descanso de la parroquia).
- Martes a Sábado, y Vísperas de Fiesta: a las 18.30 h.
- Jueves: Adoración y Hora Santa con el Santísimo (de 17.00-18.00 h.)
- Domingos y Fiestas: a las 11.00 h.
* CONFESIONES:
* DESPACHO PARRROQUIAL:
- De Martes a Viernes: de 17.00-18.00 h.
- Cáritas parroquial: Martes, de 10.00-12.00 h.
HORARIOS
(HUELVA)
(desde el 1 de octubre hasta el 31 de marzo)
* MISAS:
- Lunes (día de descanso de la parroquia).
- Martes a Sábado, y Vísperas de Fiesta: a las 19.30 h.
- Jueves: Adoración y Hora Santa con el Santísimo (de 18.00-19.00 h.)
- Domingos y Fiestas: a las 12.30 h.
* CONFESIONES:
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- Martes, Jueves y Viernes: de 18.00-19.00 h.
- Cáritas parroquial: Jueves, de 18.00-20.00 h. (excepto el mes de agosto).
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ADORACIÓN PERPETUA
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SANTORAL DE HOY
Elogio: San Wenceslao, mártir, duque de Bohemia, que, educado por su abuela santa Ludmila en sabiduría divina y humana, fue severo consigo, pacífico en la administración del reino y misericordioso para con los pobres, pues redimió, para ser bautizados, a esclavos paganos que estaban en Praga para ser vendidos. Después de sufrir muchas dificultades en el gobierno de sus súbditos, así como en formarlos en la fe, traicionado por su hermano Boleslao, fue asesinado por sicarios en la iglesia de Stara Boleslav, en Bohemia.
Elogio: Santos Lorenzo de Manila Ruiz y quince compañeros, mártires, tanto presbíteros como religiosos y seglares, sembradores de la fe cristiana en Filipinas, Formosa y otras islas japonesas, a causa de lo cual, por decreto del supremo gobernador de Japón, Tokugawa Yemitsu, en distintos días, pero celebrados en una única conmemoración, consumaron en Nagasaki su martirio por amor a Cristo. Sus nombres son: santos Domingo Ibáñez de Erquicia, Jacobo Kyuhei Gorobioye Tomonaga, Antonio González, Miguel de Aozaraza, Guillermo Courtet, Vicente Shiwozuka, Lucas Alonso Gordo, Jordán (Jacinto) Ansalone y Tomás Hioji Rokuzayemon Nishi, presbíteros de la Orden dominicana; Francisco Shoyemon, Miguel Kurobioye y Mateo Kohioye, religiosos de la misma Orden; Magdalena de Nagasaki, virgen de la Tercera Orden de San Agustín; Marina de Omura, virgen de la Tercera Orden dominicana; Lázaro de Kyoto, seglar.
Oración
Concédenos, Señor y Dios nuestro, la constancia de ánimo de tus santos mártires Lorenzo Ruiz y compañeros para servirte a ti y al prójimo, ya que son felices en tu reino los que han sufrido persecución por causa de la justicia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Santos Alfeo, Alejandro y Zósimo, mártires
En Calidone, de Pisidia, santos hermanos Alfeo, Alejandro y Zósimo, mártires.
San Caritón, abad
En el monasterio de Souka, cerca de Belén, en Palestina, san Garitón, abad, perseverante en la oración y en ayunos, y fundador de muchas lauras en el desierto de Judea.
San Zama de Bolonia, obispo
En Bolonia, en la Emilia, san Zama, considerado como primer obispo de esta ciudad.
San Exuperio de Toulouse, obispo
En Toulouse, ciudad de Aquitania, san Exuperio, obispo, que dedicó una basílica en honor de san Saturnino, defendió acérrimamente su ciudad ante la invasión de los bárbaros y, al decir de san Jerónimo, fue tan parco consigo mismo como dadivoso con los demás.
Santa Eustoquio, virgen
En Belén de Judea, conmemoración de santa Eustoquio, virgen, la cual, con su madre santa Paula, pasó de Roma a Belén para no privarse del consejo del maestro san Jerónimo, y allí, llena de preclaros méritos, voló al cielo.
San Salonio de Ginebra, monje y obispo
En Ginebra, en la región de Helvecia, san Salonio, obispo, y antes monje en la isla de Lérins, que, durante su obispado, afirmó la doctrina del papa san León Magno y explicó en sentido místico las Sagradas Escrituras.
San Fausto de Riez, monje y obispo
En Riez, lugar de Provenza, en la Galia, san Fausto, obispo, y antes abad de Lérins, que contra los arrianos escribió sobre el Verbo Encarnado y el Espíritu Santo consubstancial al Padre y al Hijo y coeterno con ellos, y fue exiliado por el rey Eurico.
San Anemundo de Lyon, obispo y mártir
En Lyon, de la Galia, san Anemundo, obispo y mártir.
Santos Cunialdo y Gisilario, presbíteros
En Salzburgo, de Baviera, santos Cunialdo y Gisilario, presbíteros, colaboradores pastorales del obispo san Ruperto.
Santa Leoba, abadesa
Cerca de Maguncia, ciudad de Renania, en Austrasia, santa Leoba, virgen, la cual, pariente de san Bonifacio, fue llamada por él desde Inglaterra a Germania y presidió el monasterio situado a orillas del Tauber, donde con la palabra y el testimonio condujo a las siervas de Dios por el camino de la perfección.
Beato Bernardino de Feltre, religioso presbítero
En Pavía, en la Lombardía, beato Bernardino de Feltre (Martín) Tomitano, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que obtuvo buenos frutos en su función de predicador, fundó contra la usura y para el ahorro el llamado Monte de Piedad y, como hombre de paz, fue delegado del papa Sixto IV para conciliar discordias civiles.
San Simón de Rojas, religioso presbítero
En Madrid, en España, san Simón de Rojas, presbítero de la Orden de la Santísima Trinidad para la redención de cautivos, que, acompañando al séquito de la reina de España, nunca viajó en carroza ni percibió sueldo, sino, más bien, entre regios fastos siempre se mostró humilde y pobre, así como misericordioso hacia los necesitados y fervorosamente devoto para con Dios.
Beatos Juan Shozaburo, Mancio Ichizayemon, Miguel Taiemon Kinoshi, Lorenzo Hachizo, Pedro Terai Kuhioye y Tomás Terai Kahioye, mártires
En Nagasaki, de Japón, beatos Juan Shozaburo, catequista, Mancio Ichizayemon, Miguel Taiemon Kinoshi, Lorenzo Hachizo, Pedro Terai Kuhioye y Tomás Terai Kahioye, mártires, degollados todos ellos por su fe en Cristo.
Beato Francisco Javier Ponsa Casallarch, religioso y mártir
En la localidad de Sant Feliu de Codines, en Cataluña, en España, beato Francisco Javier Ponsa Casallarch, religioso de la Orden Hospitalaria San Juan de Dios y mártir, que llegó a la gloriosa palma del martirio por Cristo y la Iglesia, en la cruel persecución religiosa desencadenada en aquel tiempo.
Beata Amalia Abad Casasempere, mártir
En Benillup, en la provincia de Alicante, también en España, beata Amalia Abad Casasempere, mártir, madre de familia, que coronó su fe dando testimonio de Cristo en la misma persecución religiosa.
Beato José Tarrats Comaposada, religioso y mártir
En Valencia, de nuevo en España, beato José Tarrats Comaposada, religioso de la Orden de la Compañía de Jesús y mártir, que llegó a la gloria de Cristo durante la referida persecución.
Beato Nicetas Budka, obispo y mártir
En la ciudad de Karadzar, cerca de Karaganda, en Kazajstán, beato Nicetas Budka, primer obispo en Canadá al frente de fieles católicos de rito bizantino, que, en tiempo de un régimen hostil a Dios, fue deportado a un campo de concentración, donde, por amor a Cristo, perseveró en la fe arrostrando la muerte con fortaleza de ánimo frente a todas las adversidades.
Santos Alfeo, Alejandro y Zósimo, mártires
En Calidone, de Pisidia, santos hermanos Alfeo, Alejandro y Zósimo, mártires.
En el monasterio de Souka, cerca de Belén, en Palestina, san Garitón, abad, perseverante en la oración y en ayunos, y fundador de muchas lauras en el desierto de Judea.
En Bolonia, en la Emilia, san Zama, considerado como primer obispo de esta ciudad.
En Toulouse, ciudad de Aquitania, san Exuperio, obispo, que dedicó una basílica en honor de san Saturnino, defendió acérrimamente su ciudad ante la invasión de los bárbaros y, al decir de san Jerónimo, fue tan parco consigo mismo como dadivoso con los demás.
En Belén de Judea, conmemoración de santa Eustoquio, virgen, la cual, con su madre santa Paula, pasó de Roma a Belén para no privarse del consejo del maestro san Jerónimo, y allí, llena de preclaros méritos, voló al cielo.
En Ginebra, en la región de Helvecia, san Salonio, obispo, y antes monje en la isla de Lérins, que, durante su obispado, afirmó la doctrina del papa san León Magno y explicó en sentido místico las Sagradas Escrituras.
En Riez, lugar de Provenza, en la Galia, san Fausto, obispo, y antes abad de Lérins, que contra los arrianos escribió sobre el Verbo Encarnado y el Espíritu Santo consubstancial al Padre y al Hijo y coeterno con ellos, y fue exiliado por el rey Eurico.
En Lyon, de la Galia, san Anemundo, obispo y mártir.
En Salzburgo, de Baviera, santos Cunialdo y Gisilario, presbíteros, colaboradores pastorales del obispo san Ruperto.
Cerca de Maguncia, ciudad de Renania, en Austrasia, santa Leoba, virgen, la cual, pariente de san Bonifacio, fue llamada por él desde Inglaterra a Germania y presidió el monasterio situado a orillas del Tauber, donde con la palabra y el testimonio condujo a las siervas de Dios por el camino de la perfección.
En Pavía, en la Lombardía, beato Bernardino de Feltre (Martín) Tomitano, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que obtuvo buenos frutos en su función de predicador, fundó contra la usura y para el ahorro el llamado Monte de Piedad y, como hombre de paz, fue delegado del papa Sixto IV para conciliar discordias civiles.
En Madrid, en España, san Simón de Rojas, presbítero de la Orden de la Santísima Trinidad para la redención de cautivos, que, acompañando al séquito de la reina de España, nunca viajó en carroza ni percibió sueldo, sino, más bien, entre regios fastos siempre se mostró humilde y pobre, así como misericordioso hacia los necesitados y fervorosamente devoto para con Dios.
En Nagasaki, de Japón, beatos Juan Shozaburo, catequista, Mancio Ichizayemon, Miguel Taiemon Kinoshi, Lorenzo Hachizo, Pedro Terai Kuhioye y Tomás Terai Kahioye, mártires, degollados todos ellos por su fe en Cristo.
En la localidad de Sant Feliu de Codines, en Cataluña, en España, beato Francisco Javier Ponsa Casallarch, religioso de la Orden Hospitalaria San Juan de Dios y mártir, que llegó a la gloriosa palma del martirio por Cristo y la Iglesia, en la cruel persecución religiosa desencadenada en aquel tiempo.
En Benillup, en la provincia de Alicante, también en España, beata Amalia Abad Casasempere, mártir, madre de familia, que coronó su fe dando testimonio de Cristo en la misma persecución religiosa.
En Valencia, de nuevo en España, beato José Tarrats Comaposada, religioso de la Orden de la Compañía de Jesús y mártir, que llegó a la gloria de Cristo durante la referida persecución.
En la ciudad de Karadzar, cerca de Karaganda, en Kazajstán, beato Nicetas Budka, primer obispo en Canadá al frente de fieles católicos de rito bizantino, que, en tiempo de un régimen hostil a Dios, fue deportado a un campo de concentración, donde, por amor a Cristo, perseveró en la fe arrostrando la muerte con fortaleza de ánimo frente a todas las adversidades.
LITURGIA DE HOY
LITURGIA DE HOY
Misa del Domingo (verde).MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Cr., Pf. dominical.LECC.: vol. I (C).- Am 6, 1a. 4-7. Ahora se acabará la orgía de los disolutos.- Sal 145. R. ¡Alaba, alma mía, al Señor!- 1 Tim 6, 11-16. Guarda el mandamiento hasta la manifestación del Señor.- Lc 16, 19-31. Recibiste bienes, y Lázaro males: ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.- JORNADA MUNDIAL DEL MIGRANTE Y DEL REFUGIADO (pontificia). Liturgia del día (por mandato o con permiso del ordinario del lugar puede usarse el formulario «Por los prófugos y los exiliados», cf. OGMR, n. 373), alusión en la mon. de entrada y en la hom., intención en la orac. univ.- Hoy no se permiten las misas de difuntos, excepto la exequial.Liturgia de las Horas: oficio dominical. Te Deum. Comp. Dom. II.Martirologio: elogs. del 29 de septiembre, pág. 583.
RITOS INICIALES
RITOS INICIALES
San Lorenzo Ruiz y compañeros, mártires
Memoria libre
Memoria libre
Estos siervos fidelísimos de Dios, sembraron la fe cristiana en las Islas Filipinas, en Taiwan y en Japón. Confirmaron su fidelidad en el martirio, fruto de la persecución padecida entre los años 1633 y 1636. Muchos de ellos pertenecieron a la Orden de los Predicadores y eran oriundos de Europa y Asia.
Lorenzo Ruiz fue el primer mártir de Filipinas.
INTRODUCCIÓNAl rico de la parábola Jesús no le pone nombre, y no se dice de él que haya conseguido su riqueza explotando a los pobres. Lo que se dice es que banqueteaba y vivía entre lujos mientras que un pobre se moría en su puerta. Es la injusticia de acumular y vivir entre lujos, mientras otros no tienen lo mínimo para vivir, como denuncia el profeta Amós. Este rico anónimo se celebra a sí mismo, mientras que el pobre apenas puede vivir, pero Jesús a este pobre sí le pone un nombre, porque Dios está con él: es lo que significa «Lázaro». Escuchar la Palabra de Dios (Moisés y los profetas) nos tiene que llevar a escuchar al pobre: este será nuestro juicio.
Antífona de entrada Cf. Dan 3, 31. 29. 30. 43. 42 Todo lo que hiciste con nosotros, Señor, es verdaderamente justo, porque pecamos contra ti y no obedecimos tu ley; pero glorifica tu nombre, tratándonos según tu gran misericordia.
Gloria.
Oración colectaDios nuestro, que manifiestas tu poder
sobre todo en la misericordia y el perdón,
derrama sin cesar tu gracia sobre nosotros,
para que, deseando tus promesas,
nos hagas participar de los bienes celestiales.
Por nuestro Señor Jesucristo.
sobre todo en la misericordia y el perdón,
derrama sin cesar tu gracia sobre nosotros,
para que, deseando tus promesas,
nos hagas participar de los bienes celestiales.
Por nuestro Señor Jesucristo.
LITURGIA DE LA PALABRA
LITURGIA DE LA PALABRA
PRIMERA LECTURA Ahora se acabará la orgía
de los disolutos
Lectura de la profecía de
Amós 6, 1a. 4-7
ESTO DICE el Señor
omnipotente:
«¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sion,
confiados en la montaña de Samaría!
Se acuestan en lechos de marfil,
se arrellanan en sus divanes,
comen corderos del rebaño y terneros del establo;
tartamudean como insensatos
e inventan como David instrumentos musicales;
beben el vino en elegantes copas,
se ungen con el mejor de los aceites
pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José. Por eso irán al
destierro,
a la cabeza de los deportados,
y se acabará la orgía de los disolutos».
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL (Sal 145, 6c-7. 8-9a. 9bc-10 [R.: 1b])
R. Alaba, alma mía,
al Señor.
O bien: Aleluya.
V. El Señor mantiene
su fidelidad perpetuamente,
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos.
R. Alaba, alma mía,
al Señor.
V. El Señor abre los
ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos.
R. Alaba, alma mía,
al Señor.
V. Sustenta al
huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.
R. Alaba, alma mía,
al Señor.
SEGUNDA LECTURAGuarda el mandamiento
hasta la manifestación del Señor
Lectura de la primera
carta apóstol san Pablo a Timoteo 6, 11-16
HOMBRE DE DIOS, busca la
justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.
Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste
llamado y que tú profesaste noblemente delante de muchos testigos.
Delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que proclamó
tan noble profesión de fe ante Poncio Pilato, te ordeno que guardes el
mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor
Jesucristo, que, en el tiempo apropiado, mostrará el bienaventurado y único
Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la
inmortalidad, que habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni
puede ver.
A él honor y poder eterno. Amén.
Palabra de Dios.
Aleluya 2Co 8, 9
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.R. Jesucristo,
siendo rico, se hizo pobre,para enriqueceros con su
pobreza. R. EVANGELIORecibiste bienes, y
Lázaro males:ahora él es aquí
consolado, mientras que tú eres atormentado
Lectura de la profecía de
Amós 6, 1a. 4-7
ESTO DICE el Señor
omnipotente:
«¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sion,
confiados en la montaña de Samaría!
Se acuestan en lechos de marfil,
se arrellanan en sus divanes,
comen corderos del rebaño y terneros del establo;
tartamudean como insensatos
e inventan como David instrumentos musicales;
beben el vino en elegantes copas,
se ungen con el mejor de los aceites
pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José. Por eso irán al
destierro,
a la cabeza de los deportados,
y se acabará la orgía de los disolutos».
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL (Sal 145, 6c-7. 8-9a. 9bc-10 [R.: 1b])
R. Alaba, alma mía,
al Señor.
O bien: Aleluya.
V. El Señor mantiene
su fidelidad perpetuamente,
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos.
R. Alaba, alma mía,
al Señor.
V. El Señor abre los
ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos.
R. Alaba, alma mía,
al Señor.
V. Sustenta al
huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.
R. Alaba, alma mía, al Señor.
Lectura de la primera
carta apóstol san Pablo a Timoteo 6, 11-16
HOMBRE DE DIOS, busca la
justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.
Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste
llamado y que tú profesaste noblemente delante de muchos testigos.
Delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que proclamó
tan noble profesión de fe ante Poncio Pilato, te ordeno que guardes el
mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor
Jesucristo, que, en el tiempo apropiado, mostrará el bienaventurado y único
Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la
inmortalidad, que habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni
puede ver.
A él honor y poder eterno. Amén.
Palabra de Dios.
✠
Lectura del santo
Evangelio según san Lucas 16, 19-31
EN AQUEL TIEMPO, dijo
Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que
se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.
Y un mendigo llamado
Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse
de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían
y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el
mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y
fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó
los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
“Padre Abrahán, ten
piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque
la lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le dijo:
«Hijo, recuerda que
recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es
aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y, además, entre nosotros
y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde
aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.
Él dijo:
“Te ruego, entonces,
padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé
testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de
tormento”.
Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los
profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo:
“No, padre Abrahán. Pero
si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.
Abrahán le dijo:
«Si no escuchan a Moisés
y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».
Palabra del Señor.
Papa Benedicto XVIEncíclica Spes
salvi (44-45)
En la parábola del rico
epulón y el pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31), Jesús ha presentado como
advertencia la imagen de un alma similar, arruinada por la arrogancia y la
opulencia, que ha cavado ella misma un foso infranqueable entre sí y el pobre:
el foso de su cerrazón en los placeres materiales, el foso del olvido del otro
y de la incapacidad de amar, que se transforma ahora en una sed ardiente y ya
irremediable. Hemos de notar aquí que, en esta parábola, Jesús no habla del
destino definitivo después del Juicio universal, sino que se refiere a una de
las concepciones del judaísmo antiguo, es decir, la de una condición intermedia
entre muerte y resurrección, un estado en el que falta aún la sentencia última.
Esta visión del antiguo
judaísmo de la condición intermedia incluye la idea de que las almas no se
encuentran simplemente en una especie de recinto provisional, sino que padecen
ya un castigo, como demuestra la parábola del rico epulón, o que por el
contrario gozan ya de formas provisionales de bienaventuranza. Y, en fin,
tampoco falta la idea de que en este estado se puedan dar también
purificaciones y curaciones, con las que el alma madura para la comunión con
Dios. La Iglesia primitiva ha asumido estas concepciones, de las que después se
ha desarrollado paulatinamente en la Iglesia occidental la doctrina del
purgatorio. No necesitamos examinar aquí el complicado proceso histórico de
este desarrollo; nos preguntamos solamente de qué se trata realmente. La opción
de vida del hombre se hace en definitiva con la muerte; esta vida suya está
ante el Juez. Su opción, que se ha fraguado en el transcurso de toda la vida,
puede tener distintas formas. Puede haber personas que han destruido totalmente
en sí mismas el deseo de la verdad y la disponibilidad para el amor. Personas
en las que todo se ha convertido en mentira; personas que han vivido para el
odio y que han pisoteado en ellas mismas el amor. Ésta es una perspectiva
terrible, pero en algunos casos de nuestra propia historia podemos distinguir
con horror figuras de este tipo. En semejantes individuos no habría ya nada
remediable y la destrucción del bien sería irrevocable: esto es lo que se
indica con la palabra infierno (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n.
1033-1037).
Por otro lado, puede
haber personas purísimas, que se han dejado impregnar completamente de Dios y,
por consiguiente, están totalmente abiertas al prójimo; personas cuya comunión
con Dios orienta ya desde ahora todo su ser y cuyo caminar hacia Dios les lleva
sólo a culminar lo que ya son (Cf. ibíd., n. 1023-1029).
Jesús de Nazaret I.
La parábola del rico
epulón y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31)
De nuevo nos encontramos
en esta historia dos figuras contrastantes: el rico, que lleva una vida
disipada llena de placeres, y el pobre, que ni siquiera puede tomar las migajas
que los comensales tiran de la mesa, siguiendo la costumbre de la época de
limpiarse las manos con trozos de pan y luego arrojarlos al suelo. En parte,
los Padres han aplicado a esta parábola el esquema de los dos hermanos, refiriéndolo
a la relación entre Israel (el rico) y la Iglesia (el pobre Lázaro), pero con
ello han perdido la tipología completamente diversa que aquí se plantea. Esto
se ve ya en el distinto desenlace. Mientras los textos precedentes sobre los
dos hermanos quedan abiertos, terminan con una pregunta y una invitación, aquí
se describe el destino irrevocable tanto de uno como del otro protagonista.
Como trasfondo que nos
permite entender este relato hay que considerar la serie de Salmos en los que
se eleva a Dios la queja del pobre que vive en la fe en Dios y obedece a sus
preceptos, pero sólo conoce desgracias, mientras los cínicos que desprecian a
Dios van de éxito en éxito y disfrutan de toda la felicidad en la tierra.
Lázaro forma parte de aquellos pobres cuya voz escuchamos, por ejemplo, en el
Salmo 44: "Nos haces el escarnio de nuestros vecinos, irrisión y burla de
los que nos rodean... Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como
ovejas de matanza" (Sal 44, 14 . 23; cf. Rm 8, 36). La antigua sabiduría
de Israel se fundaba sobre el presupuesto de que Dios premia a los justos y
castiga a los pecadores, de que, por tanto, al pecado le corresponde la
infelicidad y a la justicia la felicidad. Esta sabiduría había entrado en
crisis al menos desde el exilio. No era sólo el hecho de que Israel como pueblo
sufriera más en conjunto que los pueblos de su alrededor, sino que lo
expulsaron al exilio y lo oprimieron; también en el ámbito privado se mostraba
cada vez más claro que el cinismo es ventajoso y que, en este mundo, el justo
está destinado a sufrir. En los Salmos y en la literatura sapiencial tardía
vemos la búsqueda afanosa para resolver esta contradicción, un nuevo intento de
convertirse en "sabio", de entender correctamente la vida, de encontrar
y comprender de un modo nuevo a Dios, que parece injusto o incluso del todo
ausente.
Uno de los textos más
penetrantes de esta búsqueda, el Salmo 73, puede considerarse en este sentido
como el trasfondo espiritual de nuestra parábola. Allí vemos como cincelada la
figura del rico que lleva una vida regalada, ante el cual el orante -Lázaro- se
lamenta: "Envidiaba a los perversos, viendo prosperar a los malvados. Para
ellos no hay sinsabores, están sanos y orondos; no pasan las fatigas humanas ni
sufren como los demás. Por eso su collar es el orgullo... De las carnes les
rezuma la maldad... su boca se atreve con el cielo... Por eso mi pueblo se
vuelve a ellos y se bebe sus palabras. Ellos dicen: "¿Es que Dios lo va a
saber, se va a enterar el Altísimo?"" (Sal 73, 3-11).
El justo que sufre, y que
ve todo esto, corre el peligro de extraviarse en su fe. ¿Es que realmente Dios
no ve? ¿No oye? ¿No le preocupa el destino de los hombres? "Para qué he
purificado yo mi corazón... ? ¿Para qué aguanto yo todo el día y me corrijo
cada mañana...? Mi corazón se agriaba..." (Sal 73, 13 s.21). El cambio
llega de repente, cuando el justo que sufre mira a Dios en el santuario y,
mirándolo, ensancha su horizonte. Ahora ve que la aparente inteligencia de los
cínicos ricos y exitosos,
puesta a la luz, es estupidez: este tipo de sabiduría significa ser "necio
e ignorante", ser "como un animal" (cf. Sal 73, 22).Se quedan en
la perspectiva del animal y pierden la perspectiva del hombre que va más allá
de lo material: hacia Dios y la vida eterna.
En este punto podemos
recurrir a otro Salmo, en el que uno que es perseguido dice al final: "De
tu despensa les llenarás el vientre, se saciarán sus hijos... Pero yo con mi
apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante"
(Sal 17, 14 s). Aquí se contraponen dos tipos de saciedad: el hartarse de
bienes materiales y el llenarse "de tu semblante", la saciedad del
corazón mediante el encuentro con el amor infinito. "Al despertar"
hace referencia en definitiva al despertar a una vida nueva, eterna; pero
también se refiere a un "despertar" más profundo ya en este mundo:
despertar a la verdad, que ya ahora da al hombre una nueva forma de saciedad.
El Salmo 73 habla de este
despertar en la oración. En efecto, ahora el orante ve que la felicidad del
cínico, tan envidiada, es sólo "como un sueño al despertar"; ve que
el Señor, al despertar, "desprecia sus sombras" (cf. Sal 73, 20). Y
entonces el orante reconoce la verdadera felicidad: "Pero yo siempre
estaré contigo, tú agarras mi mano derecha... ¿No te tengo a ti en el cielo?; y
contigo, ¿qué me importa la tierra?... Para mí lo bueno es estar junto a
Dios..." (Sal 73, 23.25.28). No se trata de una vaga esperanza en el más
allá, sino del despertar a la percepción de la auténtica grandeza del ser
humano, de la que forma parte también naturalmente la llamada a la vida eterna.
Con esto nos hemos
alejado de la parábola sólo en apariencia. En realidad, con este relato el
Señor nos quiere introducir en ese proceso del "despertar" que los
Salmos describen. No se trata de una condena mezquina de la riqueza y de los
ricos nacida de la envidia. En los Salmos que hemos considerado brevemente está
superada la envidia; más aún, para el orante es obvio que la envidia por este
tipo de riqueza es necia, porque él ha conocido el verdadero bien. Tras la
crucifixión de Jesús, nos encontramos a dos hombres acaudalados -Nicodemo y
José de Arimatea- que han encontrado al Señor y se están
"despertando". El Señor nos quiere hacer pasar de un ingenio necio a
la verdadera sabiduría, enseñarnos a reconocer el bien verdadero. Así, aunque
no aparezca en el texto, a partir de los Salmos podemos decir que el rico de
vida licenciosa era ya en este mundo un hombre de corazón fatuo, que con su
despilfarro sólo quería ahogar el vacío en el que se encontraba: en el más allá
aparece sólo la verdad que ya existía en este mundo. Naturalmente, esta
parábola, al despertarnos, es al mismo tiempo una exhortación al amor que ahora
debemos dar a nuestros hermanos pobres y a la responsabilidad que debemos tener
respecto a ellos, tanto a gran escala, en la sociedad mundial, como en el
ámbito más reducido de nuestra vida diaria.
En la descripción del más
allá que sigue después en la parábola, Jesús se atiene a las ideas corrientes
en el judaísmo de su tiempo. En este sentido no se puede forzar esta parte del
texto: Jesús toma representaciones ya existentes sin por ello incorporarlas
formalmente a su doctrina sobre el más allá. No obstante, aprueba claramente lo
esencial de las imágenes usadas. Por eso no carece de importancia que Jesús
recurra aquí a las ideas sobre el estado intermedio entre muerte y
resurrección, que ya se habían generalizado en la fe judía. El rico se
encuentra en el Hades como un lugar provisional, no en la "Gehenna"(el
infierno), que es el nombre del estado final (Jeremias, p. 152). Jesús no
conoce una "resurrección en la muerte", pero, como se ha dicho, esto
no es lo que el Señor nos quiere enseñar con esta parábola. Se trata más bien,
como Jeremias ha explicado de modo convincente, de la petición de signos, que
aparece en un segundo punto de la parábola.
El hombre rico dice a
Abraham desde el Hades lo que muchos hombres, entonces como ahora, dicen o les
gustaría decir a Dios: si quieres que te creamos y que nuestras vidas se rijan
por la palabra de revelación de la Biblia, entonces debes ser más claro.
Mándanos a alguien desde el más allá que nos pueda decir que eso es realmente
así. El problema de la petición de pruebas, la exigencia de una mayor evidencia
de la revelación, aparece a lo largo de todo el Evangelio. La respuesta de
Abraham, así como, al margen de la parábola, la que da Jesús a la petición de
pruebas por parte de sus contemporáneos, es clara: quien no crea en la palabra
de la Escritura tampoco creerá a uno que venga del más allá. Las verdades
supremas no pueden someterse a la misma evidencia empírica que, por definición,
es propia sólo de las cosas materiales.
Abraham no puede enviar a
Lázaro a la casa paterna del rico epulón. Pero hay algo que nos llama la atención.
Pensemos en la resurrección de Lázaro de Betania que nos narra el Evangelio de
Juan. ¿Qué ocurre? "Muchos judíos... creyeron en él", nos dice el
evangelista. Van a los fariseos y les cuentan lo ocurrido, tras lo cual se
reúne el Sanedrín para deliberar. Allí se ve la cuestión desde el punto de
vista político: se podía producir un movimiento popular que alertaría a los
romanos y provocar una situación peligrosa. Entonces se decide matar a Jesús:
el milagro no conduce a la fe, sino al endurecimiento (cf. Jn 11, 45-53).
Pero nuestros
pensamientos van más allá. ¿Acaso no reconocemos tras la figura de Lázaro, que
yace cubierto de llagas a la puerta del rico, el misterio de Jesús, que
"padeció fuera de la ciudad" (Hb 13, 12) y, desnudo y clavado en la
cruz, su cuerpo cubierto de sangre y heridas, fue expuesto a la burla y al
desprecio de la multitud?: "Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza
de la gente, desprecio del pueblo" (Sal 22, 7).
Este Lázaro auténtico ha
resucitado, ha venido para decírnoslo. Así pues, si en la historia de Lázaro
vemos la respuesta de Jesús a la petición de signos por parte de sus
contemporáneos, estamos de acuerdo con la respuesta central que Jesús da a esta
exigencia. En Mateo se dice: "Esta generación perversa y adúltera exige
una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y
tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo, pues tres días y tres
noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra" (Mt 12, 39 s).
En Lucas leemos: "Esta generación es una generación perversa. Pide un
signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un
signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta
generación" (Lc 11, 29 s).
No necesitamos analizar
aquí las diferencias entre estas dos versiones. Una cosa está clara: la señal
de Dios para los hombres es el Hijo del hombre, Jesús mismo. Y lo es de manera
profunda en su misterio pascual, en el misterio de muerte y resurrección. Él
mismo es el "signo de Jonás". El, el crucificado y resucitado, es el
verdadero Lázaro: creer en Él y seguirlo, es el gran signo de Dios, es la
invitación de la parábola, que es más que una parábola. Ella habla de la
realidad, de la realidad decisiva de la historia por excelencia.
Se dice Credo.
Oración de los fieles.
Oremos al Señor, nuestro
Dios. El hace justicia a los oprimidos.
- Para que la Iglesia
sepa dar a sus bienes un destino pastoral y social. Roguemos al Señor.
- Para que los
economistas, en la ejecución de sus planes, no pierdan nunca de vista el
desarrollo integral de la persona. Roguemos al Señor.
- Para que los ricos
de nuestras sociedades opulentas, refinadas, caigan en la cuenta de los pobres
Lázaros que están a la puerta de sus banquetes, esperando sus migajas. Roguemos
al Señor.
- Para que no se
endurezca nuestro corazón y seamos sensibles a la llamada de Dios a través de
los pobres de este mundo. Roguemos al Señor.
Enséñanos, Señor, a ser
misericordiosos,
guardando el mandamiento
de tu Hijo, sin mancha ni reproche,
y así alcancemos tu
misericordia.
Por Jesucristo, nuestro
Señor.
Lectura del santo
Evangelio según san Lucas 16, 19-31
EN AQUEL TIEMPO, dijo
Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que
se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.
Y un mendigo llamado
Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse
de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían
y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el
mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y
fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó
los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
“Padre Abrahán, ten
piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque
la lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le dijo:
«Hijo, recuerda que
recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es
aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y, además, entre nosotros
y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde
aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.
Él dijo:
“Te ruego, entonces,
padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé
testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de
tormento”.
Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los
profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo:
“No, padre Abrahán. Pero
si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.
Abrahán le dijo:
«Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».
Palabra del Señor.
En la parábola del rico
epulón y el pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31), Jesús ha presentado como
advertencia la imagen de un alma similar, arruinada por la arrogancia y la
opulencia, que ha cavado ella misma un foso infranqueable entre sí y el pobre:
el foso de su cerrazón en los placeres materiales, el foso del olvido del otro
y de la incapacidad de amar, que se transforma ahora en una sed ardiente y ya
irremediable. Hemos de notar aquí que, en esta parábola, Jesús no habla del
destino definitivo después del Juicio universal, sino que se refiere a una de
las concepciones del judaísmo antiguo, es decir, la de una condición intermedia
entre muerte y resurrección, un estado en el que falta aún la sentencia última.
Esta visión del antiguo
judaísmo de la condición intermedia incluye la idea de que las almas no se
encuentran simplemente en una especie de recinto provisional, sino que padecen
ya un castigo, como demuestra la parábola del rico epulón, o que por el
contrario gozan ya de formas provisionales de bienaventuranza. Y, en fin,
tampoco falta la idea de que en este estado se puedan dar también
purificaciones y curaciones, con las que el alma madura para la comunión con
Dios. La Iglesia primitiva ha asumido estas concepciones, de las que después se
ha desarrollado paulatinamente en la Iglesia occidental la doctrina del
purgatorio. No necesitamos examinar aquí el complicado proceso histórico de
este desarrollo; nos preguntamos solamente de qué se trata realmente. La opción
de vida del hombre se hace en definitiva con la muerte; esta vida suya está
ante el Juez. Su opción, que se ha fraguado en el transcurso de toda la vida,
puede tener distintas formas. Puede haber personas que han destruido totalmente
en sí mismas el deseo de la verdad y la disponibilidad para el amor. Personas
en las que todo se ha convertido en mentira; personas que han vivido para el
odio y que han pisoteado en ellas mismas el amor. Ésta es una perspectiva
terrible, pero en algunos casos de nuestra propia historia podemos distinguir
con horror figuras de este tipo. En semejantes individuos no habría ya nada
remediable y la destrucción del bien sería irrevocable: esto es lo que se
indica con la palabra infierno (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n.
1033-1037).
Por otro lado, puede
haber personas purísimas, que se han dejado impregnar completamente de Dios y,
por consiguiente, están totalmente abiertas al prójimo; personas cuya comunión
con Dios orienta ya desde ahora todo su ser y cuyo caminar hacia Dios les lleva
sólo a culminar lo que ya son (Cf. ibíd., n. 1023-1029).
La parábola del rico epulón y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31)
De nuevo nos encontramos
en esta historia dos figuras contrastantes: el rico, que lleva una vida
disipada llena de placeres, y el pobre, que ni siquiera puede tomar las migajas
que los comensales tiran de la mesa, siguiendo la costumbre de la época de
limpiarse las manos con trozos de pan y luego arrojarlos al suelo. En parte,
los Padres han aplicado a esta parábola el esquema de los dos hermanos, refiriéndolo
a la relación entre Israel (el rico) y la Iglesia (el pobre Lázaro), pero con
ello han perdido la tipología completamente diversa que aquí se plantea. Esto
se ve ya en el distinto desenlace. Mientras los textos precedentes sobre los
dos hermanos quedan abiertos, terminan con una pregunta y una invitación, aquí
se describe el destino irrevocable tanto de uno como del otro protagonista.
Como trasfondo que nos
permite entender este relato hay que considerar la serie de Salmos en los que
se eleva a Dios la queja del pobre que vive en la fe en Dios y obedece a sus
preceptos, pero sólo conoce desgracias, mientras los cínicos que desprecian a
Dios van de éxito en éxito y disfrutan de toda la felicidad en la tierra.
Lázaro forma parte de aquellos pobres cuya voz escuchamos, por ejemplo, en el
Salmo 44: "Nos haces el escarnio de nuestros vecinos, irrisión y burla de
los que nos rodean... Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como
ovejas de matanza" (Sal 44, 14 . 23; cf. Rm 8, 36). La antigua sabiduría
de Israel se fundaba sobre el presupuesto de que Dios premia a los justos y
castiga a los pecadores, de que, por tanto, al pecado le corresponde la
infelicidad y a la justicia la felicidad. Esta sabiduría había entrado en
crisis al menos desde el exilio. No era sólo el hecho de que Israel como pueblo
sufriera más en conjunto que los pueblos de su alrededor, sino que lo
expulsaron al exilio y lo oprimieron; también en el ámbito privado se mostraba
cada vez más claro que el cinismo es ventajoso y que, en este mundo, el justo
está destinado a sufrir. En los Salmos y en la literatura sapiencial tardía
vemos la búsqueda afanosa para resolver esta contradicción, un nuevo intento de
convertirse en "sabio", de entender correctamente la vida, de encontrar
y comprender de un modo nuevo a Dios, que parece injusto o incluso del todo
ausente.
Uno de los textos más
penetrantes de esta búsqueda, el Salmo 73, puede considerarse en este sentido
como el trasfondo espiritual de nuestra parábola. Allí vemos como cincelada la
figura del rico que lleva una vida regalada, ante el cual el orante -Lázaro- se
lamenta: "Envidiaba a los perversos, viendo prosperar a los malvados. Para
ellos no hay sinsabores, están sanos y orondos; no pasan las fatigas humanas ni
sufren como los demás. Por eso su collar es el orgullo... De las carnes les
rezuma la maldad... su boca se atreve con el cielo... Por eso mi pueblo se
vuelve a ellos y se bebe sus palabras. Ellos dicen: "¿Es que Dios lo va a
saber, se va a enterar el Altísimo?"" (Sal 73, 3-11).
El justo que sufre, y que
ve todo esto, corre el peligro de extraviarse en su fe. ¿Es que realmente Dios
no ve? ¿No oye? ¿No le preocupa el destino de los hombres? "Para qué he
purificado yo mi corazón... ? ¿Para qué aguanto yo todo el día y me corrijo
cada mañana...? Mi corazón se agriaba..." (Sal 73, 13 s.21). El cambio
llega de repente, cuando el justo que sufre mira a Dios en el santuario y,
mirándolo, ensancha su horizonte. Ahora ve que la aparente inteligencia de los
cínicos ricos y exitosos,
puesta a la luz, es estupidez: este tipo de sabiduría significa ser "necio
e ignorante", ser "como un animal" (cf. Sal 73, 22).Se quedan en
la perspectiva del animal y pierden la perspectiva del hombre que va más allá
de lo material: hacia Dios y la vida eterna.
En este punto podemos
recurrir a otro Salmo, en el que uno que es perseguido dice al final: "De
tu despensa les llenarás el vientre, se saciarán sus hijos... Pero yo con mi
apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante"
(Sal 17, 14 s). Aquí se contraponen dos tipos de saciedad: el hartarse de
bienes materiales y el llenarse "de tu semblante", la saciedad del
corazón mediante el encuentro con el amor infinito. "Al despertar"
hace referencia en definitiva al despertar a una vida nueva, eterna; pero
también se refiere a un "despertar" más profundo ya en este mundo:
despertar a la verdad, que ya ahora da al hombre una nueva forma de saciedad.
El Salmo 73 habla de este
despertar en la oración. En efecto, ahora el orante ve que la felicidad del
cínico, tan envidiada, es sólo "como un sueño al despertar"; ve que
el Señor, al despertar, "desprecia sus sombras" (cf. Sal 73, 20). Y
entonces el orante reconoce la verdadera felicidad: "Pero yo siempre
estaré contigo, tú agarras mi mano derecha... ¿No te tengo a ti en el cielo?; y
contigo, ¿qué me importa la tierra?... Para mí lo bueno es estar junto a
Dios..." (Sal 73, 23.25.28). No se trata de una vaga esperanza en el más
allá, sino del despertar a la percepción de la auténtica grandeza del ser
humano, de la que forma parte también naturalmente la llamada a la vida eterna.
Con esto nos hemos
alejado de la parábola sólo en apariencia. En realidad, con este relato el
Señor nos quiere introducir en ese proceso del "despertar" que los
Salmos describen. No se trata de una condena mezquina de la riqueza y de los
ricos nacida de la envidia. En los Salmos que hemos considerado brevemente está
superada la envidia; más aún, para el orante es obvio que la envidia por este
tipo de riqueza es necia, porque él ha conocido el verdadero bien. Tras la
crucifixión de Jesús, nos encontramos a dos hombres acaudalados -Nicodemo y
José de Arimatea- que han encontrado al Señor y se están
"despertando". El Señor nos quiere hacer pasar de un ingenio necio a
la verdadera sabiduría, enseñarnos a reconocer el bien verdadero. Así, aunque
no aparezca en el texto, a partir de los Salmos podemos decir que el rico de
vida licenciosa era ya en este mundo un hombre de corazón fatuo, que con su
despilfarro sólo quería ahogar el vacío en el que se encontraba: en el más allá
aparece sólo la verdad que ya existía en este mundo. Naturalmente, esta
parábola, al despertarnos, es al mismo tiempo una exhortación al amor que ahora
debemos dar a nuestros hermanos pobres y a la responsabilidad que debemos tener
respecto a ellos, tanto a gran escala, en la sociedad mundial, como en el
ámbito más reducido de nuestra vida diaria.
En la descripción del más
allá que sigue después en la parábola, Jesús se atiene a las ideas corrientes
en el judaísmo de su tiempo. En este sentido no se puede forzar esta parte del
texto: Jesús toma representaciones ya existentes sin por ello incorporarlas
formalmente a su doctrina sobre el más allá. No obstante, aprueba claramente lo
esencial de las imágenes usadas. Por eso no carece de importancia que Jesús
recurra aquí a las ideas sobre el estado intermedio entre muerte y
resurrección, que ya se habían generalizado en la fe judía. El rico se
encuentra en el Hades como un lugar provisional, no en la "Gehenna"(el
infierno), que es el nombre del estado final (Jeremias, p. 152). Jesús no
conoce una "resurrección en la muerte", pero, como se ha dicho, esto
no es lo que el Señor nos quiere enseñar con esta parábola. Se trata más bien,
como Jeremias ha explicado de modo convincente, de la petición de signos, que
aparece en un segundo punto de la parábola.
El hombre rico dice a
Abraham desde el Hades lo que muchos hombres, entonces como ahora, dicen o les
gustaría decir a Dios: si quieres que te creamos y que nuestras vidas se rijan
por la palabra de revelación de la Biblia, entonces debes ser más claro.
Mándanos a alguien desde el más allá que nos pueda decir que eso es realmente
así. El problema de la petición de pruebas, la exigencia de una mayor evidencia
de la revelación, aparece a lo largo de todo el Evangelio. La respuesta de
Abraham, así como, al margen de la parábola, la que da Jesús a la petición de
pruebas por parte de sus contemporáneos, es clara: quien no crea en la palabra
de la Escritura tampoco creerá a uno que venga del más allá. Las verdades
supremas no pueden someterse a la misma evidencia empírica que, por definición,
es propia sólo de las cosas materiales.
Abraham no puede enviar a
Lázaro a la casa paterna del rico epulón. Pero hay algo que nos llama la atención.
Pensemos en la resurrección de Lázaro de Betania que nos narra el Evangelio de
Juan. ¿Qué ocurre? "Muchos judíos... creyeron en él", nos dice el
evangelista. Van a los fariseos y les cuentan lo ocurrido, tras lo cual se
reúne el Sanedrín para deliberar. Allí se ve la cuestión desde el punto de
vista político: se podía producir un movimiento popular que alertaría a los
romanos y provocar una situación peligrosa. Entonces se decide matar a Jesús:
el milagro no conduce a la fe, sino al endurecimiento (cf. Jn 11, 45-53).
Pero nuestros
pensamientos van más allá. ¿Acaso no reconocemos tras la figura de Lázaro, que
yace cubierto de llagas a la puerta del rico, el misterio de Jesús, que
"padeció fuera de la ciudad" (Hb 13, 12) y, desnudo y clavado en la
cruz, su cuerpo cubierto de sangre y heridas, fue expuesto a la burla y al
desprecio de la multitud?: "Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza
de la gente, desprecio del pueblo" (Sal 22, 7).
Este Lázaro auténtico ha
resucitado, ha venido para decírnoslo. Así pues, si en la historia de Lázaro
vemos la respuesta de Jesús a la petición de signos por parte de sus
contemporáneos, estamos de acuerdo con la respuesta central que Jesús da a esta
exigencia. En Mateo se dice: "Esta generación perversa y adúltera exige
una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y
tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo, pues tres días y tres
noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra" (Mt 12, 39 s).
En Lucas leemos: "Esta generación es una generación perversa. Pide un
signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un
signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta
generación" (Lc 11, 29 s).
No necesitamos analizar aquí las diferencias entre estas dos versiones. Una cosa está clara: la señal de Dios para los hombres es el Hijo del hombre, Jesús mismo. Y lo es de manera profunda en su misterio pascual, en el misterio de muerte y resurrección. Él mismo es el "signo de Jonás". El, el crucificado y resucitado, es el verdadero Lázaro: creer en Él y seguirlo, es el gran signo de Dios, es la invitación de la parábola, que es más que una parábola. Ella habla de la realidad, de la realidad decisiva de la historia por excelencia.
Se dice Credo.
Oración de los fieles.
Oremos al Señor, nuestro
Dios. El hace justicia a los oprimidos.
- Para que la Iglesia
sepa dar a sus bienes un destino pastoral y social. Roguemos al Señor.
- Para que los
economistas, en la ejecución de sus planes, no pierdan nunca de vista el
desarrollo integral de la persona. Roguemos al Señor.
- Para que los ricos
de nuestras sociedades opulentas, refinadas, caigan en la cuenta de los pobres
Lázaros que están a la puerta de sus banquetes, esperando sus migajas. Roguemos
al Señor.
- Para que no se
endurezca nuestro corazón y seamos sensibles a la llamada de Dios a través de
los pobres de este mundo. Roguemos al Señor.
guardando el mandamiento de tu Hijo, sin mancha ni reproche,
y así alcancemos tu misericordia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
LITURGIA EUCARÍSTICA
LITURGIA EUCARÍSTICA
Oración sobre las ofrendasDios misericordioso,
concédenos que nuestra ofrenda te sea aceptable,
y que, mediante ella, se nos abra la fuente de toda bendición.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
concédenos que nuestra ofrenda te sea aceptable,
y que, mediante ella, se nos abra la fuente de toda bendición.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio
El misterio de la salvación en Cristo
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
darte gracias, Padre santo,
siempre y en todo lugar,
por Jesucristo, tu Hijo amado.Por él, que es tu palabra, hiciste todas las cosas;
tú nos lo enviaste
para que, hecho hombre por obra del Espíritu Santo
y nacido de María la Virgen,
fuera nuestro Salvador y Redentor.Él, en cumplimiento de tu voluntad,
para destruir la muerte
y manifestar la resurrección,
extendió sus brazos en la cruz,
y así adquirió para ti un pueblo santo.Por eso,
con los ángeles y los santos,
cantamos tu gloria diciendo:Santo, Santo, Santo...
El misterio de la salvación en Cristo
es nuestro deber y salvación,
darte gracias, Padre santo,
siempre y en todo lugar,
por Jesucristo, tu Hijo amado.
tú nos lo enviaste
para que, hecho hombre por obra del Espíritu Santo
y nacido de María la Virgen,
fuera nuestro Salvador y Redentor.
para destruir la muerte
y manifestar la resurrección,
extendió sus brazos en la cruz,
y así adquirió para ti un pueblo santo.
con los ángeles y los santos,
cantamos tu gloria diciendo:
Antífona de comunión Cf. Sal 118, 49-50 Acuérdate, Señor, de la palabra que diste a tu servidor, ella me infunde esperanza y consuelo en mi dolor.
Oración después de la comuniónPor esta eucaristía que hemos celebrado,
renueva, Señor, nuestro cuerpo y nuestro espíritu,
para que participemos de la herencia gloriosa de tu Hijo,
cuya muerte anunciamos y compartimos.
Él que vive y reina por los siglos de los siglos.
renueva, Señor, nuestro cuerpo y nuestro espíritu,
para que participemos de la herencia gloriosa de tu Hijo,
cuya muerte anunciamos y compartimos.
Él que vive y reina por los siglos de los siglos.
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«¡Ah!, Dios mío!, que la mayor parte de los hombres prosiguen hoy gritando: “No a éste, sino a Barrabás”, cada vez que menosprecian a Cristo por un placer, por puntillos de honra, por un desahogo de cólera» (San Alfonso Mª de Ligorio).
«El acontecimiento de la Cruz sólo revela su sentido pleno si ‘este hombre’, que sufrió y murió en la Cruz, ‘era verdaderamente Hijo de Dios’, usando las palabras pronunciadas por el centurión ante el Crucificado» (Benedicto XVI).
«Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda, los que se sumergen en los desórdenes y en el mal ‘crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia’ (Hb 6,6) (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 598).
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«¡Ah!, Dios mío!, que la mayor parte de los hombres prosiguen hoy gritando: “No a éste, sino a Barrabás”, cada vez que menosprecian a Cristo por un placer, por puntillos de honra, por un desahogo de cólera» (San Alfonso Mª de Ligorio).
«El acontecimiento de la Cruz sólo revela su sentido pleno si ‘este hombre’, que sufrió y murió en la Cruz, ‘era verdaderamente Hijo de Dios’, usando las palabras pronunciadas por el centurión ante el Crucificado» (Benedicto XVI).
«Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda, los que se sumergen en los desórdenes y en el mal ‘crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia’ (Hb 6,6) (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 598).
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