PROGRAMA PARROQUIAL:MIÉRCOLES, 14 DE FEBREROPARROQUIA DEL CARMEN:
- Celebración de la Imposición de la Ceniza con los niños de catequesis (a las 18.00 h.).
- Eucaristía del Miércoles de Ceniza, en la Parroquia (a las 18.45 h.).
PARROQUIA DE LOS DOLORES:
- Celebración de la Imposición de la Ceniza con los niños de catequesis (a las 17.00 h.).
- Rezo del Santo Rosario (19.30 h.) y Eucaristía del Miércoles de Ceniza, en la Parroquia (a las 20.00 h.): Segundo Día del Quinario del Cristo de la Lanzada.
- Celebración de la Imposición de la Ceniza - Comunidades Neocatecumenales (a las 21.00 h.).
PARROQUIA DEL CARMEN:
- Celebración de la Imposición de la Ceniza con los niños de catequesis (a las 18.00 h.).
- Eucaristía del Miércoles de Ceniza, en la Parroquia (a las 18.45 h.).
PARROQUIA DE LOS DOLORES:
- Celebración de la Imposición de la Ceniza con los niños de catequesis (a las 17.00 h.).
- Rezo del Santo Rosario (19.30 h.) y Eucaristía del Miércoles de Ceniza, en la Parroquia (a las 20.00 h.): Segundo Día del Quinario del Cristo de la Lanzada.
- Celebración de la Imposición de la Ceniza - Comunidades Neocatecumenales (a las 21.00 h.).
NOTICIAS DE ACTUALIDAD
MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
(01.02.2024)
Publicamos a continuación el Mensaje del
Santo Padre Francisco para la Cuaresma de 2024 cuyo tema es «A través del
desierto Dios nos guía a la libertad».
“A través del desierto Dios nos guía a la libertad”
Queridos hermanos y hermanas:
Cuando nuestro Dios se revela, comunica la
libertad: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar
de esclavitud» (Ex 20,2). Así se abre el Decálogo dado a Moisés en el monte
Sinaí. El pueblo sabe bien de qué éxodo habla Dios; la experiencia de la
esclavitud todavía está impresa en su carne. Recibe las diez palabras de la
alianza en el desierto como camino hacia la libertad. Nosotros las llamamos
“mandamientos”, subrayando la fuerza del amor con el que Dios educa a su
pueblo. La llamada a la libertad es, en efecto, una llamada vigorosa. No se
agota en un acontecimiento único, porque madura durante el camino. Del mismo
modo que Israel en el desierto lleva todavía a Egipto dentro de sí ―en efecto,
a menudo echa de menos el pasado y murmura contra el cielo y contra Moisés―,
también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe
decidirse a abandonar. Nos damos cuenta de ello cuando nos falta esperanza y
vagamos por la vida como en un páramo desolado, sin una tierra prometida hacia
la cual encaminarnos juntos. La Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el
desierto vuelve a ser ―como anuncia el profeta Oseas― el lugar del primer amor
(cf. Os 2,16-17). Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y
experimente el paso de la muerte a la vida. Como un esposo nos atrae nuevamente
hacia sí y susurra palabras de amor a nuestros corazones.
El éxodo de la esclavitud a la libertad no es
un camino abstracto. Para que nuestra Cuaresma sea también concreta, el primer
paso es querer ver la realidad. Cuando en la zarza ardiente el Señor atrajo a
Moisés y le habló, se reveló inmediatamente como un Dios que ve y sobre todo
escucha: «Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído
los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus
sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a
hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra
que mana leche y miel» (Ex 3,7-8). También hoy llega al cielo el grito de
tantos hermanos y hermanas oprimidos. Preguntémonos: ¿nos llega también a
nosotros? ¿Nos sacude? ¿Nos conmueve? Muchos factores nos alejan los unos de
los otros, negando la fraternidad que nos une desde el origen.
En mi viaje a Lampedusa, ante la
globalización de la indiferencia planteé dos preguntas, que son cada vez más
actuales: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9) y «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). El
camino cuaresmal será concreto si, al escucharlas de nuevo, confesamos que
seguimos bajo el dominio del Faraón. Es un dominio que nos deja exhaustos y nos
vuelve insensibles. Es un modelo de crecimiento que nos divide y nos roba el
futuro; que ha contaminado la tierra, el aire y el agua, pero también las
almas. Porque, si bien con el bautismo ya ha comenzado nuestra liberación,
queda en nosotros una inexplicable añoranza por la esclavitud. Es como una
atracción hacia la seguridad de lo ya visto, en detrimento de la libertad.
Quisiera señalarles un detalle de no poca
importancia en el relato del Éxodo: es Dios quien ve, quien se conmueve y quien
libera, no es Israel quien lo pide. El Faraón, en efecto, destruye incluso los
sueños, roba el cielo, hace que parezca inmodificable un mundo en el que se
pisotea la dignidad y se niegan los vínculos auténticos. Es decir, logra
mantener todo sujeto a él. Preguntémonos: ¿deseo un mundo nuevo? ¿Estoy
dispuesto a romper los compromisos con el viejo? El testimonio de muchos
hermanos obispos y de un gran número de aquellos que trabajan por la paz y la
justicia me convence cada vez más de que lo que hay que denunciar es un déficit
de esperanza. Es un impedimento para soñar, un grito mudo que llega hasta el
cielo y conmueve el corazón de Dios. Se parece a esa añoranza por la esclavitud
que paraliza a Israel en el desierto, impidiéndole avanzar. El éxodo puede
interrumpirse. De otro modo no se explicaría que una humanidad que ha alcanzado
el umbral de la fraternidad universal y niveles de desarrollo científico,
técnico, cultural y jurídico, capaces de garantizar la dignidad de todos,
camine en la oscuridad de las desigualdades y los conflictos.
Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la
Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a
nosotros: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar
de esclavitud» (Ex 20,2). Es tiempo de conversión, tiempo de libertad. Jesús
mismo, como recordamos cada año en el primer domingo de Cuaresma, fue conducido
por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante cuarenta
días estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado. A diferencia
del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos. El desierto es el espacio en
el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a
caer en la esclavitud. En Cuaresma, encontramos nuevos criterios de juicio y
una comunidad con la cual emprender un camino que nunca antes habíamos
recorrido.
Esto implica una lucha, que el libro del
Éxodo y las tentaciones de Jesús en el desierto nos narran claramente. A la voz
de Dios, que dice: «Tú eres mi Hijo muy querido» (Mc 1,11) y «no tendrás otros
dioses delante de mí» (Ex 20,3), se oponen de hecho las mentiras del enemigo.
Más temibles que el Faraón son los ídolos; podríamos considerarlos como su voz en
nosotros. El sentirse omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja sobre
los demás: todo ser humano siente en su interior la seducción de esta mentira.
Es un camino trillado. Por eso, podemos apegarnos al dinero, a ciertos
proyectos, ideas, objetivos, a nuestra posición, a una tradición e incluso a
algunas personas. Esas cosas en lugar de impulsarnos, nos paralizarán. En lugar
de unirnos, nos enfrentarán. Existe, sin embargo, una nueva humanidad, la de
los pequeños y humildes que no han sucumbido al encanto de la mentira. Mientras
que los ídolos vuelven mudos, ciegos, sordos, inmóviles a quienes les sirven
(cf. Sal 115,8), los pobres de espíritu están inmediatamente abiertos y bien
dispuestos; son una fuerza silenciosa del bien que sana y sostiene el mundo.
Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es
también detenerse. Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y
detenerse como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios y al
prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia
de Dios, en la carne del prójimo. Por eso la oración, la limosna y el ayuno no
son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de
vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan.
Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará. Por tanto, desacelerar y
detenerse. La dimensión contemplativa de la vida, que la Cuaresma nos hará
redescubrir, movilizará nuevas energías. Delante de la presencia de Dios nos
convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva
intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros
de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos
cuando salimos de la esclavitud.
La forma sinodal de la Iglesia, que en estos
últimos años estamos redescubriendo y cultivando, sugiere que la Cuaresma sea
también un tiempo de decisiones comunitarias, de pequeñas y grandes decisiones
a contracorriente, capaces de cambiar la cotidianeidad de las personas y la
vida de un barrio: los hábitos de compra, el cuidado de la creación, la
inclusión de los invisibles o los despreciados. Invito a todas las comunidades
cristianas a hacer esto: a ofrecer a sus fieles momentos para reflexionar sobre
los estilos de vida; a darse tiempo para verificar su presencia en el barrio y
su contribución para mejorarlo. Ay de nosotros si la penitencia cristiana fuera
como la que entristecía a Jesús. También a nosotros Él nos dice: «No pongan
cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se
note que ayunan» (Mt 6,16). Más bien, que se vea la alegría en los rostros, que
se sienta la fragancia de la libertad, que se libere ese amor que hace nuevas
todas las cosas, empezando por las más pequeñas y cercanas. Esto puede suceder
en cada comunidad cristiana.
En la medida en que esta Cuaresma sea de
conversión, entonces, la humanidad extraviada sentirá un estremecimiento de
creatividad; el destello de una nueva esperanza. Quisiera decirles, como a los
jóvenes que encontré en Lisboa el verano pasado: «Busquen y arriesguen, busquen
y arriesguen. En este momento histórico los desafíos son enormes, los quejidos
dolorosos —estamos viviendo una tercera guerra mundial a pedacitos—, pero
abrazamos el riesgo de pensar que no estamos en una agonía, sino en un parto;
no en el final, sino al comienzo de un gran espectáculo. Y hace falta coraje
para pensar esto» (Discurso a los universitarios, 3 agosto 2023). Es la
valentía de la conversión, de salir de la esclavitud. La fe y la caridad llevan
de la mano a esta pequeña esperanza. Le enseñan a caminar y, al mismo tiempo,
es ella la que las arrastra hacia adelante.[1]
Los bendigo a todos y a vuestro camino
cuaresmal.
Roma, San Juan de Letrán, 3 de diciembre de
2023, I Domingo de Adviento.
FRANCISCO
[1] Cf. Ch. Péguy, El pórtico del misterio de
la segunda virtud, Madrid 1991, 21-23.
(01.02.2024)
Publicamos a continuación el Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma de 2024 cuyo tema es «A través del desierto Dios nos guía a la libertad».
“A través del desierto Dios nos guía a la libertad”
Queridos hermanos y hermanas:
Cuando nuestro Dios se revela, comunica la libertad: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Así se abre el Decálogo dado a Moisés en el monte Sinaí. El pueblo sabe bien de qué éxodo habla Dios; la experiencia de la esclavitud todavía está impresa en su carne. Recibe las diez palabras de la alianza en el desierto como camino hacia la libertad. Nosotros las llamamos “mandamientos”, subrayando la fuerza del amor con el que Dios educa a su pueblo. La llamada a la libertad es, en efecto, una llamada vigorosa. No se agota en un acontecimiento único, porque madura durante el camino. Del mismo modo que Israel en el desierto lleva todavía a Egipto dentro de sí ―en efecto, a menudo echa de menos el pasado y murmura contra el cielo y contra Moisés―, también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar. Nos damos cuenta de ello cuando nos falta esperanza y vagamos por la vida como en un páramo desolado, sin una tierra prometida hacia la cual encaminarnos juntos. La Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser ―como anuncia el profeta Oseas― el lugar del primer amor (cf. Os 2,16-17). Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida. Como un esposo nos atrae nuevamente hacia sí y susurra palabras de amor a nuestros corazones.
El éxodo de la esclavitud a la libertad no es un camino abstracto. Para que nuestra Cuaresma sea también concreta, el primer paso es querer ver la realidad. Cuando en la zarza ardiente el Señor atrajo a Moisés y le habló, se reveló inmediatamente como un Dios que ve y sobre todo escucha: «Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel» (Ex 3,7-8). También hoy llega al cielo el grito de tantos hermanos y hermanas oprimidos. Preguntémonos: ¿nos llega también a nosotros? ¿Nos sacude? ¿Nos conmueve? Muchos factores nos alejan los unos de los otros, negando la fraternidad que nos une desde el origen.
En mi viaje a Lampedusa, ante la globalización de la indiferencia planteé dos preguntas, que son cada vez más actuales: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9) y «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). El camino cuaresmal será concreto si, al escucharlas de nuevo, confesamos que seguimos bajo el dominio del Faraón. Es un dominio que nos deja exhaustos y nos vuelve insensibles. Es un modelo de crecimiento que nos divide y nos roba el futuro; que ha contaminado la tierra, el aire y el agua, pero también las almas. Porque, si bien con el bautismo ya ha comenzado nuestra liberación, queda en nosotros una inexplicable añoranza por la esclavitud. Es como una atracción hacia la seguridad de lo ya visto, en detrimento de la libertad.
Quisiera señalarles un detalle de no poca importancia en el relato del Éxodo: es Dios quien ve, quien se conmueve y quien libera, no es Israel quien lo pide. El Faraón, en efecto, destruye incluso los sueños, roba el cielo, hace que parezca inmodificable un mundo en el que se pisotea la dignidad y se niegan los vínculos auténticos. Es decir, logra mantener todo sujeto a él. Preguntémonos: ¿deseo un mundo nuevo? ¿Estoy dispuesto a romper los compromisos con el viejo? El testimonio de muchos hermanos obispos y de un gran número de aquellos que trabajan por la paz y la justicia me convence cada vez más de que lo que hay que denunciar es un déficit de esperanza. Es un impedimento para soñar, un grito mudo que llega hasta el cielo y conmueve el corazón de Dios. Se parece a esa añoranza por la esclavitud que paraliza a Israel en el desierto, impidiéndole avanzar. El éxodo puede interrumpirse. De otro modo no se explicaría que una humanidad que ha alcanzado el umbral de la fraternidad universal y niveles de desarrollo científico, técnico, cultural y jurídico, capaces de garantizar la dignidad de todos, camine en la oscuridad de las desigualdades y los conflictos.
Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Es tiempo de conversión, tiempo de libertad. Jesús mismo, como recordamos cada año en el primer domingo de Cuaresma, fue conducido por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante cuarenta días estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado. A diferencia del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos. El desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud. En Cuaresma, encontramos nuevos criterios de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca antes habíamos recorrido.
Esto implica una lucha, que el libro del Éxodo y las tentaciones de Jesús en el desierto nos narran claramente. A la voz de Dios, que dice: «Tú eres mi Hijo muy querido» (Mc 1,11) y «no tendrás otros dioses delante de mí» (Ex 20,3), se oponen de hecho las mentiras del enemigo. Más temibles que el Faraón son los ídolos; podríamos considerarlos como su voz en nosotros. El sentirse omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja sobre los demás: todo ser humano siente en su interior la seducción de esta mentira. Es un camino trillado. Por eso, podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a nuestra posición, a una tradición e incluso a algunas personas. Esas cosas en lugar de impulsarnos, nos paralizarán. En lugar de unirnos, nos enfrentarán. Existe, sin embargo, una nueva humanidad, la de los pequeños y humildes que no han sucumbido al encanto de la mentira. Mientras que los ídolos vuelven mudos, ciegos, sordos, inmóviles a quienes les sirven (cf. Sal 115,8), los pobres de espíritu están inmediatamente abiertos y bien dispuestos; son una fuerza silenciosa del bien que sana y sostiene el mundo.
Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo. Por eso la oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará. Por tanto, desacelerar y detenerse. La dimensión contemplativa de la vida, que la Cuaresma nos hará redescubrir, movilizará nuevas energías. Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud.
La forma sinodal de la Iglesia, que en estos últimos años estamos redescubriendo y cultivando, sugiere que la Cuaresma sea también un tiempo de decisiones comunitarias, de pequeñas y grandes decisiones a contracorriente, capaces de cambiar la cotidianeidad de las personas y la vida de un barrio: los hábitos de compra, el cuidado de la creación, la inclusión de los invisibles o los despreciados. Invito a todas las comunidades cristianas a hacer esto: a ofrecer a sus fieles momentos para reflexionar sobre los estilos de vida; a darse tiempo para verificar su presencia en el barrio y su contribución para mejorarlo. Ay de nosotros si la penitencia cristiana fuera como la que entristecía a Jesús. También a nosotros Él nos dice: «No pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan» (Mt 6,16). Más bien, que se vea la alegría en los rostros, que se sienta la fragancia de la libertad, que se libere ese amor que hace nuevas todas las cosas, empezando por las más pequeñas y cercanas. Esto puede suceder en cada comunidad cristiana.
En la medida en que esta Cuaresma sea de conversión, entonces, la humanidad extraviada sentirá un estremecimiento de creatividad; el destello de una nueva esperanza. Quisiera decirles, como a los jóvenes que encontré en Lisboa el verano pasado: «Busquen y arriesguen, busquen y arriesguen. En este momento histórico los desafíos son enormes, los quejidos dolorosos —estamos viviendo una tercera guerra mundial a pedacitos—, pero abrazamos el riesgo de pensar que no estamos en una agonía, sino en un parto; no en el final, sino al comienzo de un gran espectáculo. Y hace falta coraje para pensar esto» (Discurso a los universitarios, 3 agosto 2023). Es la valentía de la conversión, de salir de la esclavitud. La fe y la caridad llevan de la mano a esta pequeña esperanza. Le enseñan a caminar y, al mismo tiempo, es ella la que las arrastra hacia adelante.[1]
Los bendigo a todos y a vuestro camino cuaresmal.
Roma, San Juan de Letrán, 3 de diciembre de 2023, I Domingo de Adviento.
FRANCISCO
[1] Cf. Ch. Péguy, El pórtico del misterio de la segunda virtud, Madrid 1991, 21-23.
DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA
En el tiempo de Cuaresma
124. La Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua. Tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del Bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más frecuente a las "armas de la penitencia cristiana": la oración, el ayuno y la limosna (cfr. Mt 6,1-6.16-18).
En el ámbito de la piedad popular no se percibe fácilmente el sentido mistérico de la Cuaresma y no se han asimilado algunos de los grandes valores y temas, como la relación entre el "sacramento de los cuarenta días" y los sacramentos de la iniciación cristiana, o el misterio del "éxodo", presente a lo largo de todo el itinerario cuaresmal. Según una constante de la piedad popular, que tiende a centrarse en los misterios de la humanidad de Cristo, en la Cuaresma los fieles concentran su atención en la Pasión y Muerte del Señor.
125. El comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se caracteriza por el austero símbolo de las Cenizas, que distingue la Liturgia del Miércoles de Ceniza. Propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. Se debe ayudar a los fieles, que acuden en gran número a recibir la Ceniza, a que capten el significado interior que tiene este gesto, que abre a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual.
A pesar de la secularización de la sociedad contemporánea, el pueblo cristiano advierte claramente que durante la Cuaresma hay que dirigir el espíritu hacia las realidades que son verdaderamente importantes; que hace falta un esfuerzo evangélico y una coherencia de vida, traducida en buenas obras, en forma de renuncia a lo superfluo y suntuoso, en expresiones de solidaridad con los que sufren y con los necesitados.
También los fieles que frecuentan poco los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía saben, por una larga tradición eclesial, que el tiempo de Cuaresma-Pascua está en relación con el precepto de la Iglesia de confesar lo propios pecados graves, al menos una vez al año, preferentemente en el tiempo pascual.
126. La divergencia existente entre la concepción litúrgica y la visión popular de la Cuaresma, no impide que el tiempo de los "Cuarenta días" sea un espacio propicio para una interacción fecunda entre Liturgia y piedad popular.
Un ejemplo de esta interacción lo tenemos en el hecho de que la piedad popular favorece algunos días, algunos ejercicios de piedad y algunas actividades apostólicas y caritativas, que la misma Liturgia cuaresmal prevé y recomienda. La práctica del ayuno, tan característica desde la antigüedad en este tiempo litúrgico, es un "ejercicio" que libera voluntariamente de las necesidades de la vida terrena para redescubrir la necesidad de la vida que viene del cielo: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4; cfr. Dt 8,3; Lc 4,4; antífona de comunión del I Domingo de Cuaresma).
Portada
CULTURA Todo
lo que debes saber de una fiesta con demasiado ruido alrededorPERSONAJES Habla
con Creo TV de las raíces católicas de la empresa, de su fe y los retiros
«Entretiempo»POLÉMICAS Su
supuesta existencia desató una ola de atentados anticatólicos que aún perduraNUEVA
EVANGELIZACIÓN ¿De dónde sale la ceniza? ¿Qué significa? ¿Cómo se
calcula el inicio de Cuaresma?NUEVA
EVANGELIZACIÓN Podrás obtener una «transformación radical» y «un nivel
de libertad nunca antes experimentado»EUROPA Se
decretó «de forma sistemática la supresión de la Iglesia en la vida social»CIENCIA
Y FE Mujeres en la ciencia: Carmen Castillo, Ana María Echaide, Pilar
Sesma, Pilar Fernández Otero...AMÉRICA
LATINA Francisco presidió en el Vaticano la canonización de la beata
«tocada por Dios y armada con la cruz»VIDA
Y FAMILIA Se dirigió a las familias abrumadas por la culpa: «Volverán
a la fe, Dios les estará esperando»NUEVA
EVANGELIZACIÓN P. Luis Fernando de Prada: «Nuestro carisma es anunciar
el Evangelio, fieles a lo esencial de la fe»Radio
María cumple 25 años evangelizando como «parroquia en las ondas»: «La Virgen se
sirve de ella»POLÉMICAS El
«sensus fidelium» está bien, pero las doctrinas no se deciden democráticamenteCULTURA Todo
lo que debes saber sobre las apariciones de la Virgen a Santa Bernadette
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calcula el inicio de Cuaresma?NUEVA
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Y FE Mujeres en la ciencia: Carmen Castillo, Ana María Echaide, Pilar
Sesma, Pilar Fernández Otero...AMÉRICA
LATINA Francisco presidió en el Vaticano la canonización de la beata
«tocada por Dios y armada con la cruz»VIDA
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a la fe, Dios les estará esperando»NUEVA
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el Evangelio, fieles a lo esencial de la fe»Radio
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sirve de ella»POLÉMICAS El
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lo que debes saber sobre las apariciones de la Virgen a Santa Bernadette
SANTORAL DE HOY
Elogio: Fiesta de san Cirilo, monje, y san Metodio, obispo, hermanos nacidos en Tesalónica, que enviados a Moravia por el obispo Focio de Constantinopla para predicar la fe cristiana, allí crearon signos propios para traducir del griego a la lengua eslava los libros sagrados. En un posterior viaje a Roma, Cirilo, que antes se llamaba Constantino, enfermó, y habiendo profesado como monje, descansó en el Señor en este día. Metodio, constituido obispo de Sirmium por el papa Adriano II, evangelizó la región de Panonia, y en todas las dificultades que soportó fue siempre ayudado por los Pontífices Romanos; recibió finalmente el premio celestial por sus trabajos en Velherad, en Moravia, el día seis de abril.
Patronazgos: patronos de Europa, Bohemia y Moravia, Polonia, República Checa, Bulgaria, Eslovaquia y Serbia, y protectores contra las tormentas eléctricas.
Refieren a este santo: Santos Clemente, Gorazdo, Nahum, Sabas y Angelario, San Esteban de Perm.
San Valentín, mártir
En
Roma, en la vía Flaminia, cerca del puente Milvio, san Valentín, mártir.
San Vital de
Spoleto, mártir
En la
ciudad de Spoleto, en la Umbría, san Vital, mártir, santificado por la fe
conservada y su imitación de Cristo.
San Zenón de
Roma, mártir
En
Roma, en el cementerio de Pretextato, en la vía Apia, san Zenón, mártir.
Santos Basiano
y ocho compañeros, mártires
En
Alejandría de Egipto, conmemoración de los santos mártires Basiano, Tonión,
Proto y Lucio, que fueron arrojados al mar; Cirión, presbítero, Agatón,
exorcista, y Moisés, que quemaron vivos; y Dionisio y Ammonio, que entraron en
la gloria eterna tras ser decapitados.
San Eleucadio
de Ravena, obispo
En
Ravena, de la Flaminia, san Eleucadio, obispo.
San Auxencio,
abad
En el
monte Scopa, en Bitinia, san Auxencio, presbítero y archimandrita, que desde el
lugar donde vivía defendió la fe de Calcedonia con la potente voz de sus
virtudes.
San Nostriano
de Nápoles, obispo
Conmemoración
de san Nostriano, obispo de Nápoles.
San Antonino,
abad
En
Sorrento, de la Campania, san Antonino, abad, que al ser destruido su
monasterio por los lombardos se refugió en la soledad.
San Juan
Bautista de la Concepción García, religioso presbítero
En
Córdoba, ciudad de España, san Juan Bautista de la Concepción García,
presbítero de la Orden de la Santísima Trinidad, que, habiendo iniciado la
renovación de su Orden, la culminó con gran esfuerzo en medio de dificultades y
persecuciones.
Beato Vicente
Vilar David, mártir
En Valencia, también en España, beato Vicente Vilar David, mártir, el cual, en la persecución contra la religión, acogió en su casa a sacerdotes y religiosos, y prefirió morir antes que renegar de su fe.
TIEMPO DE CUARESMA
Día
de ceniza e inicio de la muy sagrada Cuaresma: he aquí que vienen días de
penitencia para la remisión de los pecados, para la salvación de las almas; he
aquí el tiempo favorable, en el que se asciende a la montaña santa de la Pascua (elog. del
Martirologio Romano).
Día 1º de Cuaresma:
Tiempo favorable para convertirse obrando según Dios
Misa de feria (morado).
MISAL: ants. y oracs. props., se
omite el acto penitencial, Pf. III o IV Cuaresma. No se puede decir la PE IV.
LECC.: vol. II.
* Después del Evangelio y la
homilía, se bendice e impone la ceniza, hecha de los ramos de olivo o de otros
árboles, bendecidos el año precedente.
* La bendición e
imposición de la ceniza se puede hacer también fuera de la misa. En este caso
es recomendable que preceda una liturgia de la Palabra, utilizando la antífona
de entrada, la oración colecta, las lecturas con sus cantos, como en la misa.
Sigue después la homilía y la bendición e imposición de la ceniza. El rito
concluye con la oración universal, bendición y despedida de los fieles.
* Hoy no se permiten
otras celebraciones, excepto la misa exequial.
Martirologio: elogs. del 18 de febrero, pág. 168.
CALENDARIOS: Ciudad Real: Aniversario
de la muerte de Mons. Rafael Torija de la Fuente, obispo, emérito (2019).
RITOS INICIALES
RITOS INICIALES
La
bendición e imposición de la ceniza se puede hacer también fuera de la misa. En
este caso es recomendable que preceda una liturgia de la Palabra, utilizando la
antífona de entrada, la oración colecta, las lecturas con sus cantos, como en
la misa. Sigue después la homilía y la bendición e imposición de la ceniza. El
rito concluye con la oración universal, bendición y despedida de los fieles.
Ritos iniciales y liturgia de la Palabra
Antífona de entrada Cf. Sab 11, 23-24.
Te
compadeces de todos, Señor, y no aborreces nada de lo que hiciste; pasas por
alto los pecados de los hombres para que se arrepientan, y los perdonas, porque
tú eres nuestro Dios y Señor.
Monición de entrada
Con
esta celebración inauguramos la Cuaresma, tiempo especialmente propicio para
escuchar la Palabra de Dios, y asimilarla en profundidad mediante la meditación
y la oración.
Con
la escucha de la Palabra de Dios, la oración, la limosna y el ayuno, nos
preparamos para celebrar el momento cumbre del año cristiano: la Pascua del
Señor: su pasión, muerte y resurrección; en la noche santa de la resurrección de
Cristo renovaremos los compromisos de nuestro bautismo.
Por
todo ello, la Cuaresma lleva consigo una llamada de Dios a la conversión: a
reconocer nuestros pasos extraviados y orientar toda nuestra vida de acuerdo
con la voluntad de Dios sobre nosotros.
Se
omite el acto penitencial, ya que en esta celebración es sustituido por la
imposición de la ceniza.
Oración colecta
LITURGIA DE LA PALABRA
LITURGIA DE LA PALABRA
convertíos a mí de todo corazón,
con ayunos, llantos y lamentos;
rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos,
y convertíos al Señor vuestro Dios,
un Dios compasivo y misericordioso,
lento a la cólera y rico en amor,
que se arrepiente del castigo.
¡Quién sabe si cambiará y se arrepentirá
dejando tras de sí la bendición,
ofrenda y libación
para el Señor, vuestro Dios!
Tocad la trompeta en Sion,
proclamad un ayuno santo,
convocad a la asamblea,
reunid a la gente,
santificad a la comunidad,
llamad a los ancianos;
congregad a los muchachos
y a los niños de pecho;
salga el esposo de la alcoba
y la esposa del tálamo.
Entre el atrio y el altar
lloren los sacerdotes,
servidores del Señor,
y digan:
«Ten compasión de tu pueblo, Señor;
no entregues tu heredad al oprobio
ni a las burlas de los pueblos».
¿Por qué van a decir las gentes:
«Dónde está su Dios»?
Entonces se encendió
el celo de Dios por su tierra
y perdonó a su pueblo.
V. Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
R. Misericordia, Señor, hemos pecado.
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad en tu presencia.
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5, 20-6, 2
HERMANOS:
Actuamos
como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de
nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.
Al
que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros
llegáramos a ser justicia de Dios en él.
Y
como cooperadores suyos, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de
Dios. Pues dice:
Pues mirad: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación.
Palabra de Dios.
Versículo antes del
Evangelio cf.
Sal 94, 8ab. 7d
Lectura
del santo Evangelio según san Mateo 6, 1-6.16-18
EN AQUEL TIEMPO, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuidad
de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por
ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial.
Por
tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen
los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la
gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
Tú,
en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu
derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará.
Cuando
oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las
sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En
verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
Tú,
en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre,
que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo
recompensará.
Cuando
ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros
para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido
su paga.
Tú,
en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu
ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu
Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».
Catecismo de la Iglesia
Católica
1438 Los tiempos y los días de
penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en
memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial
de la Iglesia (cf SC 109-110; CIC can. 1249-1253; CCEO 880-883). Estos tiempos
son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias
penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones
voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes
(obras caritativas y misioneras).
SANTA MISA, BENDICIÓN E
IMPOSICIÓN DE LA CENIZA
SANTO PADRE FRANCISCO
Iniciamos
el camino de la cuaresma. Este se abre con las palabras del profeta Joel, que
indican la dirección a seguir. Hay una invitación que nace del corazón de Dios,
que con los brazos abiertos y los ojos llenos de nostalgia nos suplica:
«Vuélvanse a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Vuélvanse a mí. La cuaresma es un
viaje de regreso a Dios. Cuántas veces, ocupados o indiferentes, le hemos
dicho: “Señor, volveré a Ti después, espera… Hoy no puedo, pero mañana empezaré
a rezar y a hacer algo por los demás”. Y así un día después de otro. Ahora Dios
llama a nuestro corazón. En la vida tendremos siempre cosas que hacer y
tendremos excusas para dar, pero, hermanos y hermanas, hoy es el tiempo de
regresar a Dios.
Vuélvanse
a mí, dice, con todo el corazón. La cuaresma es un viaje que implica toda
nuestra vida, todo lo que somos. Es el tiempo para verificar las sendas que
estamos recorriendo, para volver a encontrar el camino de regreso a casa, para
redescubrir el vínculo fundamental con Dios, del que depende todo. La cuaresma
no es hacer un ramillete espiritual, es discernir hacia dónde está orientado el
corazón. Este es el centro de la cuaresma: ¿Hacia dónde está orientado mi
corazón? Preguntémonos: ¿Hacia dónde me lleva el navegador de mi vida, hacia
Dios o hacia mi yo? ¿Vivo para agradar al Señor, o para ser visto, alabado,
preferido, puesto en el primer lugar y así sucesivamente? ¿Tengo un corazón
“bailarín”, que da un paso hacia adelante y uno hacia atrás, ama un poco al
Señor y un poco al mundo, o un corazón firme en Dios? ¿Me siento a gusto con
mis hipocresías, o lucho por liberar el corazón de la doblez y la falsedad que
lo encadenan?
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
Basílica
de San Pedro. Miércoles, 17 de febrero de 2021
El
viaje de la cuaresma es un éxodo, es un éxodo de la esclavitud a la libertad.
Son cuarenta días que recuerdan los cuarenta años en los que el pueblo de Dios
viajó en el desierto para regresar a su tierra de origen. Pero, ¡qué difícil es
dejar Egipto! Fue más difícil dejar el Egipto que estaba en el corazón del
pueblo de Dios, ese Egipto que se llevaron siempre dentro, que dejar la tierra
de Egipto… Es muy difícil dejar el Egipto. Siempre, durante el camino, estaba
la tentación de añorar las cebollas, de volver atrás, de atarse a los recuerdos
del pasado, a algún ídolo. También para nosotros es así: el viaje de regreso a
Dios se dificulta por nuestros apegos malsanos, se frena por los lazos seductores
de los vicios, de las falsas seguridades del dinero y del aparentar, del
lamento victimista que paraliza. Para caminar es necesario desenmascarar estas
ilusiones.
Pero
nos preguntamos: ¿cómo proceder entonces en el camino hacia Dios? Nos ayudan
los viajes de regreso que nos relata la Palabra de Dios.
Miramos
al hijo pródigo y comprendemos que también para nosotros es tiempo de volver al
Padre. Como ese hijo, también nosotros hemos olvidado el perfume de casa, hemos
despilfarrado bienes preciosos por cosas insignificantes y nos hemos quedado
con las manos vacías y el corazón infeliz. Hemos caído: somos hijos que caen
continuamente, somos como niños pequeños que intentan caminar y caen al suelo,
y siempre necesitan que su papá los vuelva a levantar. Es el perdón del Padre
que vuelve a ponernos en pie: el perdón de Dios, la confesión, es el primer
paso de nuestro viaje de regreso. He dicho la confesión, por favor, los
confesores, sean como el padre, no con el látigo, sino con el abrazo.
Después
necesitamos volver a Jesús, hacer como aquel leproso sanado que volvió a
agradecerle. Diez fueron curados, pero sólo él fue también salvado, porque
volvió a Jesús (cf. Lc 17,12-19). Todos, todos tenemos enfermedades
espirituales, solos no podemos curarlas; todos tenemos vicios arraigados, solos
no podemos extirparlos; todos tenemos miedos que nos paralizan, solos no
podemos vencerlos. Necesitamos imitar a aquel leproso, que volvió a Jesús y se
postró a sus pies. Necesitamos la curación de Jesús, es necesario presentarle nuestras
heridas y decirle: “Jesús, estoy aquí ante Ti, con mi pecado, con mis miserias.
Tú eres el médico, Tú puedes liberarme. Sana mi corazón”.
Además,
la Palabra de Dios nos pide que volvamos al Padre, nos pide que volvamos a
Jesús, y estamos llamados a volver al Espíritu Santo. La ceniza sobre la cabeza
nos recuerda que somos polvo y al polvo volveremos. Pero sobre este polvo
nuestro Dios ha infundido su Espíritu de vida. Entonces, no podemos vivir
persiguiendo el polvo, detrás de cosas que hoy están y mañana desaparecen.
Volvamos al Espíritu, Dador de vida, volvemos al Fuego que hace resurgir
nuestras cenizas, a ese Fuego que nos enseña a amar. Seremos siempre polvo,
pero, como dice un himno litúrgico, polvo enamorado. Volvamos a rezar al
Espíritu Santo, redescubramos el fuego de la alabanza, que hace arder las
cenizas del lamento y la resignación.
Hermanos
y hermanas: Nuestro viaje de regreso a Dios es posible sólo porque antes se
produjo su viaje de ida hacia nosotros. De otro modo no habría sido posible.
Antes que nosotros fuéramos hacia Él, Él descendió hacia nosotros. Nos ha
precedido, ha venido a nuestro encuentro. Por nosotros descendió más abajo de
cuanto podíamos imaginar: se hizo pecado, se hizo muerte. Es cuanto nos ha
recordado san Pablo: «A quien no cometió pecado, Dios lo asemejó al pecado por
nosotros» (2 Co 5,21). Para no dejarnos solos y acompañarnos en el camino
descendió hasta nuestro pecado y nuestra muerte, ha tocado el pecado, ha tocado
nuestra muerte. Nuestro viaje, entonces, consiste en dejarnos tomar de la mano.
El Padre que nos llama a volver es Aquel que sale de casa para venir a
buscarnos; el Señor que nos cura es Aquel que se dejó herir en la cruz; el
Espíritu que nos hace cambiar de vida es Aquel que sopla con fuerza y dulzura sobre
nuestro barro.
He
aquí, entonces, la súplica del Apóstol: «Déjense reconciliar con Dios» (v. 20).
Déjense reconciliar: el camino no se basa en nuestras fuerzas; nadie puede
reconciliarse con Dios por sus propias fuerzas, no se puede. La conversión del
corazón, con los gestos y las obras que la expresan, sólo es posible si parte
del primado de la acción de Dios. Lo que nos hace volver a Él no es presumir de
nuestras capacidades y nuestros méritos, sino acoger su gracia. Nos salva la
gracia, la salvación es pura gracia, pura gratuidad. Jesús nos lo ha dicho
claramente en el Evangelio: lo que nos hace justos no es la justicia que
practicamos ante los hombres, sino la relación sincera con el Padre. El
comienzo del regreso a Dios es reconocernos necesitados de Él, necesitados de
misericordia, necesitados de su gracia. Este es el camino justo, el camino de
la humildad. ¿Yo me siento necesitado o me siento autosuficiente?
Hoy
bajamos la cabeza para recibir las cenizas. Cuando acabe la cuaresma nos
inclinaremos aún más para lavar los pies de los hermanos. La cuaresma es un
abajamiento humilde en nuestro interior y hacia los demás. Es entender que la
salvación no es una escalada hacia la gloria, sino un abajamiento por amor. Es
hacerse pequeños. En este camino, para no perder la dirección, pongámonos ante
la cruz de Jesús: es la cátedra silenciosa de Dios. Miremos cada día sus
llagas, las llagas que Él ha llevado al Cielo y muestra al Padre todos los días
en su oración de intercesión. Miremos cada día sus llagas. En esos agujeros reconocemos
nuestro vacío, nuestras faltas, las heridas del pecado, los golpes que nos han
hecho daño. Sin embargo, precisamente allí vemos que Dios no nos señala con el
dedo, sino que abre los brazos de par en par. Sus llagas están abiertas por
nosotros y en esas heridas hemos sido sanados (cf. 1 P 2,24; Is 53,5).
Besémoslas y entenderemos que justamente ahí, en los vacíos más dolorosos de la
vida, Dios nos espera con su misericordia infinita. Porque allí, donde somos
más vulnerables, donde más nos avergonzamos, Él viene a nuestro encuentro. Y
ahora que ha venido a nuestro encuentro, nos invita a regresar a Él, para
volver a encontrar la alegría de ser amados.
Bendición e imposición de la
ceniza
Después
de la homilía, el sacerdote, de pie, dice con las manos juntas:
Con actitud humilde oremos,
hermanos, a Dios nuestro Padre, para que se digne bendecir con su gracia estas
cenizas que vamos a imponer en nuestras cabezas en señal de penitencia.
Y,
después de una breve oración en silencio, con las manos extendidas, dice una de
las siguientes oraciones:
Y
asperja con agua bendita las cenizas, sin decir nada.
Seguidamente,
el sacerdote impone la ceniza a todos los presentes que se acercan hasta él; a
cada uno le dice:
Convertíos y creed en el
Evangelio. Cf.
Mc 1, 15
O
bien:
Acuérdate de que eres polvo
y al polvo volverás. Cf. Gn 3, 19
Mientras
tanto se canta:
Antífona
1 Cf. Jl 2, 13
Cambiemos
nuestro vestido por la ceniza y el cilicio; ayunemos y lloremos delante del
Señor, porque nuestro Dios es compasivo y misericordioso para perdonar nuestros
pecados.
Antífona
2 Jl 2, 17; Est 4, 17
Entre
el atrio y el altar lloren los sacerdotes, servidores del Señor, y digan:
ten compasión de tu pueblo y no cierres, Señor, los labios de los que te
alaban.
Antífona
3 Sal 50, 3
Dios
mío, borra mi culpa.
Puede
repetirse después de cada uno de los versículos del salmo 50: Misericordia,
Dios mío.
Responsorio
Cf. Bar 3, 2; Sal 78, 9
R. Corrijamos
aquello que por ignorancia hemos cometido, no sea que, sorprendidos por el día
de la muerte, busquemos, sin poder encontrarlo, el tiempo de hacer penitencia. * Escucha,
Señor, y ten piedad, porque hemos pecado contra ti.
V. Socórrenos,
Dios Salvador nuestro; por el honor de tu nombre, líbranos, Señor. * Escucha,
Señor, y ten piedad, porque hemos pecado contra ti.
Puede
cantarse otro canto apropiado. Acabada la imposición de la ceniza, el sacerdote
se lava las manos y prosigue con la oración universal u oración de los
fieles, continuando la misa en la forma acostumbrada.
No se
dice Credo.
Oración de los fieles
Oremos
al Señor, nuestro Dios. Él nos escucha en este tiempo de gracia; nos ayuda en
este día de salvación.
- Por la Iglesia, para
que, escuchando la Palabra de Dios y perseverando en la oración, llegue a
celebrar con sinceridad la Pascua. Roguemos al Señor.
- Por los que sufren
hambre, para que nuestro ayuno de este día les procure el alimento necesario.
Roguemos al Señor.
- Por los que viven sin
fe, para que abran su corazón al don de Dios. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, que
hemos recibido la ceniza, para que tomemos en serio la oración, la limosna y el
ayuno, comprendiendo su sentido, y no echemos en saco roto la gracia de Dios.
Roguemos al Señor.
LITURGIA EUCARÍSTICA
LITURGIA EUCARÍSTICA
cantando humildemente tu alabanza:
Santo, Santo, Santo...
Antífona de comunión Sal 1, 2-3
El
que medita la ley del Señor día y noche da fruto en su sazón.
Oración después de la
comunión
Oración sobre el pueblo
Antes
de la despedida el sacerdote, extendiendo las manos dice:
El Señor esté con vosotros. R.
El
diácono o, en su defecto, el mismo sacerdote dice esta invitación:
Inclinaos para recibir la
bendición.
Luego,
el sacerdote, con las manos extendidas sobre el pueblo, dice la oración:
R. Amén.
R. Amén.
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