PARROQUIA DEL CARMEN:
- Desde las 10.00 a las 12.00 h.: Confesiones.
- A las 17.00: Santa Misa en la Cena del Señor (Misa in Coena Domini).
PARROQUIA DE LOS DOLORES:
- Desde las 12.00 a las 14.00 h.: Confesiones.
- A las 19.00: Santa Misa en la Cena del Señor (Misa in Coena Domini)
- A las 21.00: Hora Santa ante el Santísimo Sacramento.
NOTICIAS DE ACTUALIDAD
Portada
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SANTORAL DE HOY
Elogio: En Tarso, ciudad de Cilicia, san Cástor, mártir.
Santos Prisco, Malco y Alejandro, mártires
Conmemoración de los santos mártires Prisco, Malco y Alejandro, los cuales, durante la persecución bajo el emperador Valeriano, vivían en una granja cerca de Cesarea de Palestina, y sabiendo que en esa ciudad se ofrecían celestiales coronas de martirio, inflamados del ardor divino de la fe se presentaron espontáneamente ante el juez y le reprocharon que se ensañase tanto con la sangre de los santos, y éste, inmediatamente, los entregó a las fieras para que los devorasen. († c. 260)
San Cirilo, diácono y mártir
En Heliópolis, de Fenicia, san Cirilo, diácono y mártir, que bajo el emperador Juliano el Apóstata sufrió un cruel martirio. († c. 362)
San Proterio de Alejandría, obispo y mártir
En Alejandría de Egipto, san Proterio, obispo, que el Jueves Santo, tras un tumulto popular, fue cruelmente asesinado por los monofisitas, seguidores de su predecesor Dióscoro. († 454 o 457)
San Gontrán, rey
En Chálon-sur-Saóne, en Burgundia, sepultura de san Gountrán, rey de los francos, que distribuyó sus tesoros entre las iglesias y los pobres. († 593)
San Hilarión de Pelecete, abad
Cerca del monte Olimpo, en Bitinia, san Hilarión, abad del monasterio de Pelecete, que luchó valerosamente en defensa del culto de las santas imágenes. († s. VIII)
San Esteban Harding, abad
En el monasterio de Cister, en Borgoña, san Esteban Harding, abad, que, junto con otros monjes, llegó de Molesmes y estuvo, más tarde, al frente de este célebre cenobio, donde instituyó a los hermanos conversos, recibió a san Bernardo con treinta compañeros y fundó doce nuevos monasterios, uniéndolos con el vínculo de la Carta de Caridad, para que no hubiese discordia alguna entre ellos, de modo que los monjes actuasen con unidad de amor, de Regla y con similares costumbres. († 1134)
Beato Conón, monje
En Naso, cerca de Mesina, en la isla de Sicilia, beato Conón, monje, el cual, de regreso de una peregrinación a los Santos Lugares, al encontrar difuntos a sus padres, distribuyó su hacienda familiar entre los indigentes y abrazó la vida eremítica, según la disciplina de los monjes orientales. († 1236)
Beato Antonio Patrizi, monje y presbítero
En Monticiano, cerca de Siena, en la Toscana, beato Antonio Patrizi, presbítero de la Orden de Ermitaños de San Agustín, que se distinguió por su eximio amor a los hermanos y al prójimo. († c. 1311)
Beata Juana María de Maillé, reclusa
En Tours, ciudad de Francia, beata Juana María de Maillé, la cual, al morir su esposo en la guerra, quedó reducida a la miseria y, desalojada por los suyos de su casa, vivió abandonada de todos y recluida en una pequeña celda cerca del convento de los Hermanos Menores, mendigando el pan, mas llena de confianza en el Señor. († 1414)
Beato Cristóbal Wharton, mártir
En York, en Inglaterra, beato Cristóbal Wharton, presbítero, mártir en tiempo de la reina Isabel I, ajusticiado por ser sacerdote. († 1600)
Beata Renata María Feillatreau, mártir
En Angers, en Francia, beata Renata María Feillatreau, mártir, que, estando casada, durante la Revolución Francesa murió guillotinada por su fidelidad hacia la Iglesia católica. († 1794)
San José Sebastián Pelczar, obispo y fundador
En Przemysl, lugar de Polonia, san José Sebastián Pelczar, obispo, fundador de la Congregación de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús y maestro eximio de la vida espiritual. († 1924)
Beato Dedë Maçaj, presbítero y mártir
En Përmet, Albania, beato Dedë Maçaj, presbítero de la arquidiócesis de Shkodrë-Pult y mártir. († 1947)
Beato Jean-Baptiste Malo, presbítero y mártir
En Vinh Hôi, Vu Quang, Hà Tinh, Vietnam, beato Jean-Baptiste Malo, sacerdote de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París y mártir. († 1954)
Elogio: En Tarso, ciudad de Cilicia, san Cástor, mártir.
Santos Prisco, Malco y Alejandro, mártires
Conmemoración de los santos mártires Prisco, Malco y Alejandro, los cuales, durante la persecución bajo el emperador Valeriano, vivían en una granja cerca de Cesarea de Palestina, y sabiendo que en esa ciudad se ofrecían celestiales coronas de martirio, inflamados del ardor divino de la fe se presentaron espontáneamente ante el juez y le reprocharon que se ensañase tanto con la sangre de los santos, y éste, inmediatamente, los entregó a las fieras para que los devorasen. († c. 260)
San Cirilo, diácono y mártir
En Heliópolis, de Fenicia, san Cirilo, diácono y mártir, que bajo el emperador Juliano el Apóstata sufrió un cruel martirio. († c. 362)
San Proterio de Alejandría, obispo y mártir
En Alejandría de Egipto, san Proterio, obispo, que el Jueves Santo, tras un tumulto popular, fue cruelmente asesinado por los monofisitas, seguidores de su predecesor Dióscoro. († 454 o 457)
San Gontrán, rey
En Chálon-sur-Saóne, en Burgundia, sepultura de san Gountrán, rey de los francos, que distribuyó sus tesoros entre las iglesias y los pobres. († 593)
San Hilarión de Pelecete, abad
Cerca del monte Olimpo, en Bitinia, san Hilarión, abad del monasterio de Pelecete, que luchó valerosamente en defensa del culto de las santas imágenes. († s. VIII)
San Esteban Harding, abad
En el monasterio de Cister, en Borgoña, san Esteban Harding, abad, que, junto con otros monjes, llegó de Molesmes y estuvo, más tarde, al frente de este célebre cenobio, donde instituyó a los hermanos conversos, recibió a san Bernardo con treinta compañeros y fundó doce nuevos monasterios, uniéndolos con el vínculo de la Carta de Caridad, para que no hubiese discordia alguna entre ellos, de modo que los monjes actuasen con unidad de amor, de Regla y con similares costumbres. († 1134)
Beato Conón, monje
En Naso, cerca de Mesina, en la isla de Sicilia, beato Conón, monje, el cual, de regreso de una peregrinación a los Santos Lugares, al encontrar difuntos a sus padres, distribuyó su hacienda familiar entre los indigentes y abrazó la vida eremítica, según la disciplina de los monjes orientales. († 1236)
Beato Antonio Patrizi, monje y presbítero
En Monticiano, cerca de Siena, en la Toscana, beato Antonio Patrizi, presbítero de la Orden de Ermitaños de San Agustín, que se distinguió por su eximio amor a los hermanos y al prójimo. († c. 1311)
Beata Juana María de Maillé, reclusa
En Tours, ciudad de Francia, beata Juana María de Maillé, la cual, al morir su esposo en la guerra, quedó reducida a la miseria y, desalojada por los suyos de su casa, vivió abandonada de todos y recluida en una pequeña celda cerca del convento de los Hermanos Menores, mendigando el pan, mas llena de confianza en el Señor. († 1414)
Beato Cristóbal Wharton, mártir
En York, en Inglaterra, beato Cristóbal Wharton, presbítero, mártir en tiempo de la reina Isabel I, ajusticiado por ser sacerdote. († 1600)
Beata Renata María Feillatreau, mártir
En Angers, en Francia, beata Renata María Feillatreau, mártir, que, estando casada, durante la Revolución Francesa murió guillotinada por su fidelidad hacia la Iglesia católica. († 1794)
San José Sebastián Pelczar, obispo y fundador
En Przemysl, lugar de Polonia, san José Sebastián Pelczar, obispo, fundador de la Congregación de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús y maestro eximio de la vida espiritual. († 1924)
Beato Dedë Maçaj, presbítero y mártir
En Përmet, Albania, beato Dedë Maçaj, presbítero de la arquidiócesis de Shkodrë-Pult y mártir. († 1947)
Beato Jean-Baptiste Malo, presbítero y mártir
En Vinh Hôi, Vu Quang, Hà Tinh, Vietnam, beato Jean-Baptiste Malo, sacerdote de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París y mártir. († 1954)
LITURGIA DE HOY
LITURGIA DE HOY
Introducción al Triduo pascual
140. Todos los años en el «sacratísimo triduo del Crucificado, del Sepultado y del Resucitado», o Triduo pascual, que se celebra desde la misa vespertina del Jueves en la cena del Señor hasta las Vísperas del Domingo de Resurrección, la Iglesia celebra, «en íntima comunión con Cristo su Esposo», los grandes misterios de la redención humana.
Otras observaciones
- Es sagrado el ayuno pascual de los dos primeros días del Triduo, en los cuales, según la antigua tradición, la Iglesia ayuna «porque el Esposo le ha sido arrebatado». El Viernes Santo de la Pasión del Señor hay que observar en todas partes el ayuno y la abstinencia, y se recomienda que se observe también durante el Sábado Santo, a fin de que la Iglesia pueda llegar con espíritu abierto a la alegría del Domingo de Resurrección (cf. PCFP, n. 39).
- Las celebraciones de la primera parte del Triduo (misa vespertina del Jueves Santo y celebraciones del Viernes y Sábado Santos durante el día) son intensamente sobrias; en cambio la Noche Santa de la Resurrección es una fiesta rebosante de alegría. El paso de la tristeza al gozo se expresa en la misma Vigilia pascual, celebración del tránsito de Cristo, de su muerte a su resurrección. Que se haga este paso en la liturgia es fundamental, para captar la realidad salvífica que se conmemora. La culminación del Triduo pascual es la Vigilia pascual, en la que hacemos memoria sacramental de la resurrección del Señor.
- Para la celebración adecuada del Triduo pascual se requiere un número conveniente de ministros y colaboradores, que han de ser instruidos cuidadosamente acerca de lo que han de hacer (PCFP, n. 41).
- No se celebren los oficios del Triduo pascual en aquellos lugares donde falte el número suficiente de participantes, ministros y cantores, y procúrese que los fieles se reúnan para participar en una iglesia más importante (PCFP, n. 43).
- Los pastores no dejen de explicar a los fieles, en el mejor modo posible, el significado y la estructura de las celebraciones, preparándoles a una participación activa y fructuosa (PCFP, n. 41).
- Tiene una importancia especial en las celebraciones de la Semana Santa, y especialmente durante el Triduo pascual, el canto del pueblo, de los ministros y del sacerdote celebrante, porque es concorde a la solemnidad de dichos días y, también, porque los textos adquieren toda su fuerza precisamente cuando son cantados (cf. PCFP, n. 42).
- En la celebración del matrimonio se advertirá a los esposos que tengan en cuenta la naturaleza peculiar de este tiempo litúrgico. En ningún caso se celebrará el matrimonio el Viernes Santo ni el Sábado Santo (cf. Ritual del matrimonio, n. 32).
- La práctica de organizar en una misma comunidad parroquial dos vigilias pascuales, una abreviada y otra muy desarrollada, es incorrecta, como contraria a los más elementales principios de la celebración pascual, que requieren una única asamblea, signo de la única Iglesia que se renueva en la celebración de los Misterios pascuales. Hay que favorecer el hecho de que los grupos particulares tomen parte en la celebración común de la Vigilia pascual, de suerte que todos los fieles, formando una única asamblea, puedan experimentar más profundamente el sentido de pertenencia a la comunidad eclesial.
(Hasta la Hora Nona):
JUEVES SANTO, Misa Crismal
La
misa crismal, que el obispo celebra con su presbiterio, y dentro de la cual
consagra el Santo Crisma y bendice los demás óleos, es como una manifestación
de comunión de los presbíteros con el propio obispo (cf. OGMR, 203). Con el
Santo Crisma consagrado por el obispo se ungen los recién bautizados, los
confirmados son sellados, y se ungen las manos de los presbíteros, la cabeza de
los obispos y la iglesia y los altares en su dedicación. Con el óleo de los
catecúmenos, estos se preparan y disponen al Bautismo. Con el óleo de los
enfermos, estos reciben el alivio en su debilidad.
MISAL: ants. y oracs. props.,
Gl., sin Cr., Pf. I de las ordenaciones.
LECC.: vol. II.
* Se toman y se llevan a las
iglesias los nuevos óleos benditos; los viejos se queman o se dejan que ardan
en la lámpara del Santísimo.
* Hoy no se permiten
otras celebraciones, tampoco la misa exequial.
Liturgia de las Horas: oficio de feria.
* En el Oficio de
lectura es aconsejable tomar el salmo 68 (viernes de la semana III del
salterio).
Martirologio: hoy se omite su
lectura.
Misa Crismal
El
obispo ha de ser tenido como el gran sacerdote de su grey, del cual se deriva y
depende, en cierto modo, la vida de sus fieles en Cristo.
La
misa crismal que concelebra el obispo con su presbiterio ha de ser como una
manifestación de la comunión de los presbíteros con él; conviene, pues, que
todos los presbíteros, en cuanto sea posible, participen en ella y comulguen
bajo las dos especies. Para significar la unidad del presbiterio diocesano,
conviene que los presbíteros, procedentes de las diversas zonas de la diócesis,
concelebren con el obispo.
La
liturgia cristiana recoge el uso del Antiguo Testamento, en el que eran ungidos
con el óleo de la consagración los reyes, sacerdotes y profetas, ya que ellos
prefiguraban a Cristo, cuyo nombre significa «el Ungido del Señor».
Con
el santo crisma consagrado por el obispo, se ungen los nuevos bautizados y los
confirmados son sellados, se ungen las manos de los presbíteros, la cabeza de
los obispos y la iglesia y el altar en su dedicación. Con el óleo de los
catecúmenos, estos se preparan y se disponen al bautismo. Con el óleo de los
enfermos, estos reciben alivio en su enfermedad.
Del
mismo modo se significa con el santo crisma que los cristianos, injertados por
el bautismo en el Misterio pascual de Cristo, han muerto, han sido sepultados y
resucitados con él, participando de su sacerdocio real y profético, y
recibiendo por la confirmación la unción espiritual del Espíritu Santo que se
les da.
Con
el óleo de los catecúmenos se extiende el efecto de los exorcismos, pues los
bautizados reciben la fuerza para que puedan renunciar al diablo y al pecado,
antes de que se acerquen y renazcan de la fuente de la vida.
El
óleo de los enfermos, cuyo uso atestigua Santiago, remedia las dolencias de
alma y cuerpo de los enfermos, para que puedan soportar y vencer con fortaleza
el mal y conseguir el perdón de los pecados.
La
bendición del óleo de los enfermos y del óleo de los catecúmenos, así como la
consagración del crisma, ordinariamente se hacen por el obispo el día de Jueves
Santo, en la misa propia que se celebra por la mañana, siguiendo el orden
establecido en el Pontifical Romano.
Pero
si el clero y el pueblo tienen dificultad para reunirse con el obispo en este
día, la misa crismal se puede anticipar a otro día, pero cercano a la Pascua.
La
materia apta del sacramento es el óleo de las olivas u, oportunamente, otro
aceite vegetal.
El
crisma se confecciona con óleo y aromas o esencias aromáticas.
El
obispo puede preparar el crisma privadamente antes de la celebración o bien
dentro de la misma acción litúrgica.
La
consagración del crisma es de competencia exclusiva del obispo.
El
óleo de los catecúmenos es bendecido por el obispo, juntamente con los otros
óleos, en la misa crismal.
Sin
embargo, la facultad de bendecir el óleo de los catecúmenos se concede a los
sacerdotes, cuando en el bautismo de adultos deben hacer la unción en la
correspondiente etapa del catecumenado.
El
óleo para la unción de los enfermos debe estar bendecido por el obispo o por un
sacerdote que por derecho propio o por peculiar concesión de la Santa Sede goce
de esta facultad.
Por
derecho propio pueden bendecir el óleo de los enfermos:
a) El
que, por derecho, se equipara al obispo diocesano.
b) Cualquier
sacerdote, en caso de verdadera necesidad.
Según
la costumbre tradicional de la liturgia latina, la bendición del óleo de los
enfermos se hace antes de finalizar la plegaria eucarística, mientras que la
bendición del óleo de los catecúmenos y la consagración del crisma se hacen
después de la comunión.
Pero
por razones pastorales, está permitido hacer todo el rito de bendición después
de la liturgia de la Palabra, observando el orden que se describe más adelante.
La preparación del obispo, de los concelebrantes y demás ministros, su entrada
en la iglesia y todo lo que hacen desde el comienzo de la misa hasta el final
de la liturgia de la Palabra, se realiza como en la misa estacional. Los
diáconos que toman parte en la bendición de los óleos, se dirigen al altar delante
de los presbíteros concelebrantes. En esta misa no se dice Credo.
La
oración de los fieles, que tiene formulario propio, está unida a la renovación
de las promesas sacerdotales.
Quienes
comulgan en esta misa pueden volver a comulgar en la misa vespertina.
RITOS INICIALES
Antífona de entrada Cf. Ap 1, 6
Jesucristo
nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre. A él, la gloria y el poder
por los siglos de los siglos. Amén.
Se
dice Gloria.
Oración colecta
Oh, Dios, que por la unción del Espíritu Santo
constituiste a tu Hijo Mesías y Señor,
concede, propicio, a quienes hiciste partícipes de su consagración,
ser testigos de la redención en el mundo.
Por nuestro Señor Jesucristo.
LITURGIA DE LA PALABRA
LITURGIA DE LA PALABRA
SALMO RESPONSORIAL (Sal 88, 21-22. 25 y 27 [R.: cf. 2a])
R. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor
Misericórdias tuas, Dómine, in aetérnum cantábo (en latín)
V. Encontré
a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado;
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso.
R. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.
V. Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán,
por mi nombre crecerá su poder.
Él me invocará: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora».
R. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.
Lectura
del libro del Apocalipsis 1, 5-8
GRACIA
Y PAZ a vosotros
de parte de Jesucristo,
el testigo fiel,
el primogénito de entre los muertos,
el príncipe de los reyes de la tierra.
Al que nos ama,
y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y
sacerdotes para Dios, su Padre.
A él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Mirad: viene entre las nubes. Todo ojo lo verá, también los que lo traspasaron.
Por él se lamentarán todos los pueblos de la tierra.
Sí, amén.
Dice el Señor Dios:
«Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el
todopoderoso»
Palabra de Dios.
✠
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 4, 16-21
EN AQUEL TIEMPO, Jesús fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido.
Me ha enviado a evangelizar a los pobres,
a proclamar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos, la vista;
a poner en libertad a los oprimidos;
a proclamar el año de gracia del Señor».
Palabra del Señor.
SANTA MISA CRISMAL
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica de San Pedro. Jueves Santo, 1 de abril de
2021
El
Evangelio nos presenta un cambio de sentimientos en las personas que escuchan
al Señor. El cambio es dramático y nos muestra cuánto la persecución y la Cruz
están ligadas al anuncio del Evangelio. La admiración que suscitan las palabras
de gracia que salían de la boca de Jesús duró poco en el ánimo de la gente de
Nazaret. Una frase que alguien murmuró en voz baja: «pero ¿quién es este? ¿El
hijo de José?» (Lc 4,22). Esa frase se “viralizó” insidiosamente. Y todos:
«pero ¿quién es este? ¿No es el hijo de José?
Se
trata de una de esas frases ambiguas que se sueltan al pasar. Uno la puede usar
para expresar con alegría: “Qué maravilla que alguien de origen tan humilde
hable con esta autoridad”. Y otro la puede usar para decir con desprecio: “Y
éste, ¿de dónde salió? ¿Quién se cree que es?”. Si nos fijamos bien, la frase
se repite cuando los apóstoles, el día de Pentecostés, llenos del Espíritu
Santo comienzan a predicar el Evangelio. Alguien dijo: «¿Acaso no son Galileos
todos estos que están hablando?» (Hch 2,7). Y mientras algunos recibieron la
Palabra, otros los dieron por borrachos.
Formalmente
parecería que se dejaba abierta una opción, pero si nos guiamos por los frutos,
en ese contexto concreto, estas palabras contenían un germen de violencia que
se desencadenó contra Jesús.
Se
trata de una “frase motiva” [1], como cuando uno dice: “¡Esto ya es demasiado!”
y agrede al otro o se va.
El
Señor, que a veces hacía silencio o se iba a la otra orilla, esta vez no dejó
pasar el comentario, sino que desenmascaró la lógica maligna que se escondía
debajo del disfraz de un simple chisme pueblerino. «Ustedes me dirán este
refrán: “¡Médico, sánate a ti mismo!”. Tienes que hacer aquí en tu propia
tierra las mismas cosas que oímos que hiciste en Cafarnaún» (Lc 4,23). “Sánate
a ti mismo…”.
“Que
se salve a sí mismo”. ¡Ahí está el veneno! Es la misma frase que seguirá al
Señor hasta la Cruz: «¡Salvó a otros! ¡Que se salve a sí mismo!» (cf. Lc
23,35); “y que nos salve a nosotros”, agregará uno de los dos ladrones (cf. v.
39).
El
Señor, como siempre, no dialoga con el mal espíritu, sólo responde con la
Escritura. Tampoco los profetas Elías y Eliseo fueron aceptados por sus
compatriotas y sí por una viuda fenicia y un sirio enfermo de lepra: dos
extranjeros, dos personas de otra religión. Los hechos son contundentes y
provocan el efecto que había profetizado Simeón, aquel anciano carismático: que
Jesús sería «signo de contradicción» (semeion antilegomenon) (Lc
2,34) [2].
La
palabra de Jesús tiene el poder de sacar a la luz lo que cada uno tiene en su
corazón, que suele estar mezclado, como el trigo y la cizaña. Y esto provoca
lucha espiritual. Al ver los gestos de misericordia desbordante del Señor y al
escuchar sus bienaventuranzas y los “¡ay de ustedes!” del Evangelio, uno se ve
obligado a discernir y a optar. En este caso su palabra no fue aceptada y esto
hizo que la multitud, enardecida, intentara acabar con su vida. Pero no era “la
hora” y el Señor, nos dice el Evangelio, «pasando en medio de ellos, se puso en
camino» (Lc 4,30).
No
era la hora, pero la rapidez con que se desencadenó la furia y la ferocidad del
encarnizamiento, capaz de asesinar al Señor en ese mismo momento, nos muestra
que siempre es la hora. Y esto es lo que quiero compartir hoy con ustedes,
queridos sacerdotes: que la hora del anuncio gozoso y la hora de la persecución
y de la Cruz van juntas.
El
anuncio del Evangelio siempre está ligado al abrazo de alguna Cruz concreta. La
luz mansa de la Palabra genera claridad en los corazones bien dispuestos y
confusión y rechazo en los que no lo están. Esto lo vemos constantemente en el
Evangelio.
La
semilla buena sembrada en el campo da fruto —el ciento, el sesenta, el treinta
por uno—, pero también despierta la envidia del enemigo que compulsivamente se
pone a sembrar cizaña durante la noche (cf. Mt 13,24-30.36-43).
La
ternura del padre misericordioso atrae irresistiblemente al hijo pródigo para
que regrese a casa, pero también suscita la indignación y el resentimiento del
hijo mayor (cf. Lc 15,11-32).
La
generosidad del dueño de la viña es motivo de agradecimiento en los obreros de
la última hora, pero también es motivo de comentarios agrios en los primeros,
que se sienten ofendidos porque su patrón es bueno (cf. Mt 20,1-16).
La
cercanía de Jesús que va a comer con los pecadores gana corazones como el de
Zaqueo, el de Mateo, el de la Samaritana…, pero también despierta sentimientos
de desprecio en los que se creen justos.
La
magnanimidad del rey que envía a su hijo pensando que será respetado por los
viñadores, desata sin embargo en ellos una ferocidad fuera de toda medida:
estamos ante al misterio de la iniquidad, que lleva a matar al Justo(cf. Mt
21,33-46).
Todo
esto, queridos hermanos sacerdotes, nos hacer ver que el anuncio de la Buena
Noticia está ligado misteriosamente a la persecución y a la Cruz.
San
Ignacio de Loyola, en la contemplación del Nacimiento —discúlpenme esta
publicidad de familia—, en esa contemplación del Nacimiento expresa esta verdad
evangélica cuando nos hace mirar y considerar lo que hacen san José y nuestra
Señora: «como es el caminar y trabajar, para que el Señor sea nacido en suma
pobreza, y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío,
de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí. Después —agrega
Ignacio—, reflexionando, sacar algún provecho espiritual» (Ejercicios
Espirituales, 116). El gozo del nacimiento del Señor, el dolor de la Cruz y la
persecución.
¿Qué
reflexión podemos hacer para sacar provecho para nuestra vida sacerdotal al
contemplar esta temprana presencia de la Cruz —de la incomprensión, del
rechazo, de la persecución— en el inicio y en el centro mismo de la predicación
evangélica?
Se me
ocurren dos reflexiones.
La
primera: nos causa estupor comprobar que la Cruz está presente en la vida del
Señor al inicio de su ministerio e incluso desde antes de su nacimiento. Está
presente ya en la primera turbación de María ante el anuncio del Ángel; está
presente en el insomnio de José, al sentirse obligado a abandonar a su
prometida esposa; está presente en la persecución de Herodes y en las penurias que
padece la Sagrada Familia, iguales a las de tantas familias que deben exiliarse
de su patria.
Esta
realidad nos abre al misterio de la Cruz vivida desde antes. Nos lleva a
comprender que la Cruz no es un suceso a posteriori, un suceso
ocasional, producto de una coyuntura en la vida del Señor. Es verdad que todos
los crucificadores de la historia hacen aparecer la Cruz como si fuera un daño
colateral, pero no es así: la Cruz no depende de las circunstancias. Las
grandes y pequeñas cruces de la humanidad —por decirlo de algún modo— nuestras
cruces, no dependen de las circunstancias.
¿Por
qué el Señor abrazó la Cruz en toda su integridad? ¿Por qué Jesús abrazó la
pasión entera, abrazó la traición y el abandono de sus amigos ya desde la
última cena, aceptó la detención ilegal, el juicio sumario, la sentencia
desmedida, la maldad innecesaria de las bofetadas y los escupitajos gratuitos…?
Si lo circunstancial afectara el poder salvador de la Cruz, el Señor no habría
abrazado todo. Pero cuando fue su hora, Él abrazó la Cruz entera. ¡Porque en la
Cruz no hay ambigüedad! La Cruz no se negocia.
La
segunda reflexión es la siguiente. Es verdad que hay algo de la Cruz que es
parte integral de nuestra condición humana, del límite y de la fragilidad. Pero
también es verdad que hay algo, que sucede en la Cruz, que no es inherente a
nuestra fragilidad, sino que es la mordedura de la serpiente, la cual, al ver
al crucificado inerme, lo muerde, y pretende envenenar y desmentir toda su
obra. Mordedura que busca escandalizar, esta es una época de escándalos,
mordedura que busca inmovilizar y volver estéril e insignificante todo servicio
y sacrificio de amor por los demás. Es el veneno del maligno que sigue
insistiendo: sálvate a ti mismo.
Y en
esta mordedura, cruel y dolorosa, que pretende ser mortal, aparece finalmente
el triunfo de Dios. San Máximo el Confesor nos hizo ver que con Jesús
crucificado las cosas se invirtieron: al morder la Carne del Señor, el demonio
no lo envenenó —sólo encontró en Él mansedumbre infinita y obediencia a la
voluntad del Padre— sino que, por el contrario, junto con el anzuelo de la Cruz
se tragó la Carne del Señor, que fue veneno para él y pasó a ser para nosotros
el antídoto que neutraliza el poder del Maligno [3].
Estas
son las reflexiones. Pidamos al Señor la gracia de sacar provecho de esta
enseñanza: hay cruz en el anuncio del Evangelio, es verdad, pero es una Cruz
que salva. Pacificada con la Sangre de Jesús, es una Cruz con la fuerza de la
victoria de Cristo que vence el mal, que nos libra del Maligno. Abrazarla con
Jesús y como Él, “desde antes” de salir a predicar, nos permite discernir y
rechazar el veneno del escándalo con que el demonio nos querrá envenenar cuando
inesperadamente sobrevenga una cruz en nuestra vida.
«Pero
nosotros no somos de los que retroceden (hypostoles)» (Hb 10,39) dice el
autor de la Carta a los Hebreos. «Pero nosotros no somos de los que
retroceden», es el consejo que nos da, nosotros no nos escandalizamos, porque
no se escandalizó Jesús al ver que su alegre anuncio de salvación a los pobres
no resonaba puro, sino en medio de los gritos y amenazas de los que no querían
oír su Palabra o deseaban reducirla a legalismo (moralistas, clericalista).
Nosotros
no nos escandalizamos porque no se escandalizó Jesús al tener que sanar
enfermos y liberar prisioneros en medio de las discusiones y controversias
moralistas, leguleyas, clericales que se suscitaban cada vez que hacía el bien.
Nosotros
no nos escandalizamos porque no se escandalizó Jesús al tener que dar la vista
a los ciegos en medio de gente que cerraba los ojos para no ver o miraba para
otro lado.
Nosotros
no nos escandalizamos porque no se escandalizó Jesús de que su proclamación del
año de gracia del Señor —un año que es la historia entera— haya provocado un
escándalo público en lo que hoy ocuparía apenas la tercera página de un diario
de provincia.
Y no
nos escandalizamos porque el anuncio del Evangelio no recibe su eficacia de
nuestras palabras elocuentes, sino de la fuerza de la Cruz (cf. 1 Co 1,17).
Del
modo como abrazamos la Cruz al anunciar el Evangelio —con obras y, si es
necesario, con palabras— se transparentan dos cosas: que los sufrimientos que
sobrevienen por el Evangelio no son nuestros, sino «los sufrimientos de Cristo
en nosotros» (2 Co 1,5), y que «no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a
Jesús como Cristo y Señor» y nosotros somos «servidores por causa de Jesús» (2
Co 4,5).
(Después de la hora nona):
COMIENZA EL TRIDUO PASCUAL
MISAL: ants. y oracs. props.,
Gl. (mientras se canta el himno «Gloria a Dios», de acuerdo con las costumbres
locales, se hacen sonar las campanas, que ya no se vuelven a tocar hasta el
«Gloria a Dios» de la Vigilia pascual), sin Credo, Pf. I Eucaristía, embolismos
props. en las PP. EE. No se puede decir la PE IV. No se dice «Podéis ir en
paz».
LECC.: vol. I (C).
- Éx 12, 1-8. 11-14. Prescripciones sobre la cena
pascual.
- Sal 115. R. El cáliz de
la bendición es comunión de la sangre de Cristo.
- 1 Cor 11, 23-26. Cada vez que coméis
y bebéis, proclamáis la muerte del Señor.
* La sagrada comunión solo se puede distribuir a los fieles dentro de la misa; a los enfermos se les puede llevar a cualquier hora.
*
Adórnese con flores el altar con la moderación conveniente al carácter de este
día. El sagrario ha de estar completamente vacío al inicio de la celebración;
se ha de consagrar en esta misa suficiente pan para que el clero y el pueblo
puedan comulgar hoy y mañana.
* El
lavatorio de los pies a aquellos previamente designados, que según la tradición
se hace en este día, significa el servicio y el amor de Cristo, que ha venido
«no para ser servido, sino para servir» (Mt 20, 28). Conviene que esta
tradición se mantenga y se explique según su propio significado.
* Los
donativos para los pobres, especialmente aquellos que se han podido reunir
durante la Cuaresma como fruto de la penitencia, pueden ser presentados en la
procesión de las ofrendas junto al pan y el vino, mientras se canta «Ubi
cáritas est vera» u otro canto apropiado.
*
Será muy conveniente que los diáconos, acólitos o ministros extraordinarios
lleven la Eucaristía a la casa de los enfermos que lo deseen, tomándola del
altar en el momento de la comunión, indicando de este modo su unión más intensa
con la Iglesia que celebra.
*
Terminada la misa, se despoja el altar en el cual se ha celebrado. Conviene que
las cruces que haya en la iglesia se cubran con un velo de color oscuro o
morado. No se encenderán velas o lámparas ante las imágenes de los santos.
* Hoy
no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.
SANTO TRIDUO PASCUAL
La
Iglesia celebra solemnemente los más grandes misterios de nuestra redención en
el Triduo sacro, haciendo memoria de su Señor crucificado, sepultado y
resucitado, con celebraciones especiales.
Se ha
de observar también en todas partes un ayuno pascual el Viernes en la Pasión
del Señor que, si parece oportuno, se prolongue el Sábado Santo, para llegar
con ánimo bien dispuesto al gozo del domingo de Resurrección.
Para
celebrar debidamente el Triduo sacro se requiere un número conveniente de
ministros laicos, que deben ser adecuadamente instruidos en aquellas cosas que
les corresponde realizar.
El
canto del pueblo, de los ministros y del sacerdote celebrante tiene una
importancia especial en las celebraciones de estos días; pues los textos
alcanzan su máxima fuerza cuando se cantan.
Por
consiguiente, no dejen los pastores de explicar a los fieles, del mejor modo
que puedan, el sentido y desarrollo de las celebraciones, y prepararlos para
una participación activa y fructuosa.
Las
celebraciones del Triduo sacro háganse en las iglesias catedrales y
parroquiales, y solamente en aquellas en las que puedan desarrollarse
dignamente, esto es, con asistencia de fieles, con número suficiente de
ministros y con posibilidad de cantar al menos algunas partes.
Conviene,
por tanto, que las pequeñas comunidades, asociaciones y pequeños grupos
particulares de cualquier tipo, se reúnan en estas iglesias para realizar las
celebraciones sagradas de una forma más noble.
JUEVES SANTO EN LA CENA
DEL SEÑOR
Misa vespertina
Por
la tarde, en la hora más oportuna, se celebra la misa de la Cena del Señor, en
la que participa plenamente toda la comunidad local y en la que todos los
sacerdotes y ministros ejercen su propio oficio.
Pueden
concelebrar todos los sacerdotes aunque en este día hayan celebrado la misa
crismal o deban celebrar otra misa para el bien de los fieles.
Donde
lo exija el bien pastoral, el ordinario del lugar puede permitir la celebración
de otra misa, por la tarde, en las iglesias u oratorios públicos o
semipúblicos, y en caso de verdadera necesidad, incluso por la mañana, pero
solamente para los fieles que de ningún modo puedan participar en la misa
vespertina.
Cuídese
que estas misas no se celebren solamente para bien de personas privadas o
pequeños grupos particulares y que nada perjudique la misa vespertina.
RITOS INICIALES
Antífona de entrada Cf. Ga 6, 14
Nosotros
hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo: en él está nuestra
salvación, vida y resurrección, por él hemos sido salvados y liberados.
Monición de entrada
Como
los primeros discípulos, reunidos con Jesús en el cenáculo la tarde de víspera
de la pasión, así también nosotros nos hemos congregado aquí esta tarde
memorable para recordarle a él, celebrando la Santa Cena.
Y el
mismo Señor se nos hace presente, se sienta con nosotros a la mesa y nos dice
también: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de
padecer».
Acto penitencial
Todo
como en el Ordinario de la Misa. Para la tercera fórmula pueden usarse las
invocaciones que se proponen a continuación.
- Tú el Servidor de
todos: Kýrie, eléison (o bien: Señor, ten piedad).
R. Kýrie, eléison (o bien: Señor, ten
piédad).
- Tú, el Maestro y
Señor: Christe, eléison (o bien: Cristo, ten piedad).
R. Kýrie, eléison (o bien: Señor, ten
piédad).
- Tú, el Crucificado y
Primogénito de entre los muertos: Kýrie, eléison (o bien: Señor, ten
piedad).
R. Kýrie, eléison (o bien: Señor, ten
piédad).
o
bien:
- Tú, que nos has amado
hasta el extremo: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
- Tú que aceptaste la
muerte para reunirnos en la unidad. Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
- Tú, que diste tu vida
por nosotros, tus amigos: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Se
dice Gloria.
Mientras
se canta el himno, se hacen sonar las campanas, que ya no se vuelven a tocar
hasta la Vigilia pascual, a no ser que el obispo diocesano juzgue oportuno
establecer otra cosa. Así mismo durante este tiempo puede usarse el órgano y
otros instrumentos musicales solo para sostener el canto.
Oración colecta
LITURGIA DE LA PALABRA
Lectura
del libro del Éxodo 12, 1-8. 11-14
EN
AQUELLOS DÍAS, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:
«Este
mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer
mes del año. Decid a toda la asamblea de los hijos de Israel: “El diez de este
mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia
es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino más próximo a
su casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte
hasta terminarlo.
Será
un animal sin defecto, macho, de un año; lo escogeréis entre los corderos o los
cabritos.
Lo guardaréis
hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de los hijos de Israel lo
matará al atardecer”. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel
de la casa donde lo comáis. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y
comeréis panes sin fermentar y hierbas amargas.
Y lo
comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la
mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del
Señor.
Yo
pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos de
la tierra de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia
de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.
La
sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre,
pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora,
cuando yo hiera a la tierra de Egipto.
Este será un día memorable para vosotros; en él celebraréis fiesta en honor del Señor. De generación en generación, como ley perpetua lo festejaréis.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL Sal 115, 12-13. 15-16. 17-18 (R.: cf. 1 Cor 10, 16)
R/. El cáliz de la bendición es comunión de la sangre de Cristo
Calix benedictiónis communicátio Sánguinis Christi est
V. ¿Cómo
pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando el nombre del Señor.
R. El cáliz de la bendición es comunión de la sangre de Cristo.
V. Mucho
le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.
R. El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo.
V. Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando el nombre del Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.
R. El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo.
Lectura de
la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 11, 23-26
HERMANOS:
Yo he
recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:
que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y,
pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
«Esto
es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».
Lo
mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este
cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en
memoria mía».
Por
eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte
del Señor, hasta que vuelva.
Palabra de Dios.
✠
Lectura del santo Evangelio según san Juan 13, 1-15
ANTES DE LA FIESTA de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban
cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón
Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había
puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la
cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en
la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la
toalla que se había ceñido.
Llegó
a Simón Pedro, y este le dice:
«Señor,
¿lavarme los pies tú a mí?».
Jesús
le replicó:
«Lo
que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».
Pedro
le dice:
«No
me lavarás los pies jamás».
Jesús
le contestó:
«Si
no te lavo, no tienes parte conmigo».
Simón
Pedro le dice:
«Señor,
no solo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús le dice:
«Uno
que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está
limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».
Porque
sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».
Cuando
acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».
Audio y
comentario del Evangelio de hoy (I)
Audio y comentario del Evangelio de hoy (II)
Después
de la proclamación del Evangelio, el sacerdote pronuncia la homilía, en la cual
se comentan los grandes misterios que se celebran en esta misa: la institución
de la sagrada Eucaristía y del orden sacerdotal, y el mandato del Señor sobre
la caridad fraterna.
SANTA MISA IN COENA
DOMINI
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
Basílica de San
Pedro, Jueves Santo, 9 de abril de 2020
La
Eucaristía, el servicio, la unción.
La
realidad que vivimos hoy en esta celebración: el Señor que quiere permanecer
con nosotros en la Eucaristía. Y nosotros nos convertimos siempre en sagrarios
del Señor; llevamos al Señor con nosotros, hasta el punto de que Él mismo nos
dice que si no comemos su cuerpo y bebemos su sangre, no entraremos en el Reino
de los Cielos. Este es el misterio del pan y del vino, del Señor con nosotros,
en nosotros, dentro de nosotros.
El
servicio. Ese gesto que es una condición para entrar en el Reino de los Cielos.
Servir, sí, a todos. Pero el Señor, en aquel intercambio de palabras que tuvo
con Pedro (cf. Jn 13,6-9), le hizo comprender que para entrar en el Reino de
los Cielos debemos dejar que el Señor nos sirva, que el Siervo de Dios sea
siervo de nosotros. Y esto es difícil de entender. Si no dejo que el Señor sea
mi siervo, que el Señor me lave, me haga crecer, me perdone, no entraré en el
Reino de los Cielos.
Y el
sacerdocio. Hoy quisiera estar cerca de los sacerdotes, de todos los
sacerdotes, desde el recién ordenado hasta el Papa. Todos somos sacerdotes: los
obispos, todos... Somos ungidos, ungidos por el Señor; ungidos para celebrar la
Eucaristía, ungidos para servir.
Hoy
no hemos tenido la Misa Crismal —espero que podamos tenerla antes de
Pentecostés, de lo contrario tendremos que posponerla hasta el año que viene—,
sin embargo, no puedo dejar pasar esta Misa sin recordar a los sacerdotes.
Sacerdotes que ofrecen su vida por el Señor, sacerdotes que son servidores. En
estos días, más de sesenta han muerto aquí, en Italia, atendiendo a los
enfermos en los hospitales, juntamente con médicos, enfermeros, enfermeras...
Son “los santos de la puerta de al lado”, sacerdotes que dieron su vida
sirviendo. Y pienso en los que están lejos. Hoy recibí una carta de un
sacerdote franciscano, capellán de una prisión lejana, que cuenta cómo vive
esta Semana Santa con los prisioneros. Sacerdotes que van lejos para llevar el
Evangelio y morir allí. Un obispo me dijo que lo primero que hacía cuando
llegaba a un lugar de misión, era ir al cementerio, a la tumba de los
sacerdotes que murieron allí, jóvenes, por la peste y enfermedades de aquel
lugar: no estaban preparados, no tenían los anticuerpos. Nadie sabe sus
nombres: sacerdotes anónimos. Los curas de los pueblos, que son párrocos en
cuatro, cinco, siete pueblos de montaña; van de uno a otro, y conocen a la
gente... Una vez, uno de ellos me dijo que sabía el nombre de todas las
personas de los pueblos. “¿En serio?”, le dije. Y él me dijo: “¡Y también el
nombre de los perros!”. Conocen a todos. La cercanía sacerdotal. Sacerdotes
buenos, sacerdotes valientes.
Hoy
os llevo en mi corazón y os llevo al altar. Sacerdotes calumniados. Muchas
veces sucede hoy, que no pueden salir a la calle porque les dicen cosas feas,
con motivo del drama que hemos vivido con el descubrimiento de las malas
acciones de sacerdotes. Algunos me dijeron que no podían salir de la casa con
el clergyman porque los insultaban; y ellos seguían.
Sacerdotes pecadores, que junto con los obispos y el Papa pecador no se olvidan
de pedir perdón y aprenden a perdonar, porque saben que necesitan pedir perdón
y perdonar. Todos somos pecadores. Sacerdotes que sufren crisis, que no saben
qué hacer, se encuentran en la oscuridad...
Hoy
todos vosotros, hermanos sacerdotes, estáis conmigo en el altar, vosotros,
consagrados. Sólo os digo esto: no sed tercos como Pedro. Dejaos lavar los
pies. El Señor es vuestro siervo, está cerca de vosotros para fortaleceros,
para lavaros los pies.
Y
así, con esta conciencia de la necesidad de ser lavado, ¡sed grandes
perdonadores! ¡Perdonad! Corazón de gran generosidad en el perdón. Es la medida
con la que seremos medidos. Como has perdonado, serás perdonado: la misma
medida. No tened miedo de perdonar. A veces hay dudas... Mirad a Cristo, mirad
al Crucificado. Allí está el perdón para todos. Sed valientes, incluso
arriesgando en el perdón para consolar. Y si no podéis dar el perdón
sacramental en ese momento, al menos dad el consuelo de un hermano que acompaña
y deja la puerta abierta para que [esa persona] regrese.
Doy
gracias a Dios por la gracia del sacerdocio, todos nosotros agradecemos. Doy
gracias a Dios por vosotros, sacerdotes. ¡Jesús os ama! Sólo os pide que os
dejéis lavar los pies.
Lavatorio de los pies
Terminada
la homilía, se procede al lavatorio de los pies donde lo aconseje el bien
pastoral.
Los
que han sido designados de entre el pueblo de Dios, acompañados por los
ministros, van a ocupar los asientos preparados para ellos. El sacerdote
(dejada la casulla, si es necesario) se acerca a cada uno y, con la ayuda de
los ministros, vierte agua sobre los pies y se los seca.
Mientras
tanto se cantan algunas de las siguientes antífonas o algún otro canto
apropiado.
Antífona
1. Cf. Jn 13, 4. 5. 15
El Señor, después de
levantarse de la Cena, echó agua en la jofaina y se puso a lavarles los pies a
los discípulos. Éste fué el ejemplo que les dejó.
Antífona
2. Cf. Jn 13, 12. 13. 15
El Señor Jesús, después de
haber cenado con sus discípulos, les lavó los pies y les dijo: «Comprendéis lo
que yo, Señor y Maestro, he hecho con vosotros? Os he dado ejemplo para que
vosotros también lo hagáis».
Antífona
3. Jn 13, 6. 7. 8
R. Señor,
¿lavarme los pies tú a mí?
Jesús le contestó: «Si no te
lavo los pies, no tienes parte conmigo».
V. Llegó
a Simón Pedro y éste le dice: R.
V. «Lo
que yo hago, tú no lo entiendes ahora; pero lo comprenderás más tarde». R.
Antífona
4. Cf. Jn 13, 14
Si yo, vuestro Señor y
Maestro, os he lavado los pies, cuánto más vosotros debéis lavaros los pies
unos a otros.
Antífona
5. Cf. Jn 13, 35
R. «En
esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».
V. Dijo Jesús a sus
discípulos: R.
Antífona
6. Cf. Jn 13, 34
Os doy un mandamiento nuevo:
que os améis unos a otros como yo os he amado, dice el Señor.
Antífona
7. 1Cor 13, 13
R. Permanezcan en
vosotros la fe, la esperanza, el amor, estas tres: la más grande es el amor.
V. Ahora
quedan la fe, la esperanza, el amor, estas tes: la más grande es el amor. R.
Inmediatamente
después del lavatorio de los pies el sacerdote se lava y seca las manos, vuelve
a ponerse la casulla y va a la sede desde la que dirige la oración universal.
No se
dice Credo.
Oración de los fieles
Oremos
a Dios Padre, que en Jesucristo su Hijo nos ha amado hasta el extremo.
- Por la Iglesia, cuerpo
de Cristo, para que guarde la unidad en la caridad, que quiso para ella
Jesucristo, y así el mundo crea. Roguemos al Señor.
- Por el Papa, los
obispos, los presbíteros y todos los que ejercen algún ministerio en la
Iglesia; para que su vida sea siempre, a imagen de Cristo, servicio y entrega a
sus hermanos. Roguemos al Señor.
- Por la unión de los
cristianos de oriente y occidente, para que encontremos la unidad en la Cena
del Señor. Roguemos al Señor.
- Por los gobernantes de
todas las naciones, para que sirvan a sus pueblos promoviendo la justicia y la
paz. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, reunidos
en este cenáculo para participar en la Cena del Señor, para que, siguiendo el
ejemplo de Cristo, vivamos la urgencia del mandamiento nuevo de amar a todos,
incluso a los que nos quieren mal. Roguemos al Señor.
LITURGIA EUCARÍSTICA
Al comienzo de la liturgia eucarística se puede organizar una procesión de los fieles en la cual, con el pan y el vino, se pueden presentar dones para los pobres.
Ant. Ubi cáritas est vera, Deus ibi est.
V. Exsultémus et in ipso iucundémur.
V. Timeámus et amémus Deum vivum.
V. Et ex corde diligámus nos sincéro.
V. Ne nos mente dividámur, caveámus.
V. Cessent iúrgia malígna, cessent lites.
V. Et in médio nostri sit Christus Deus.
V. Gloriánter vultum tuum, Christe Deus:
V. Gáudium, quod est imménsum atque probum,
V. Saecula per infiníta saeculórum. Amen.
Oración sobre las ofrendas
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
El cual, verdadero y único sacerdote,
al instituir el sacrificio de la eterna alianza
se ofreció el primero a ti como víctima de salvación,
y nos mandó perpetuar esta ofrenda en memoria suya.
Su carne, inmolada por nosotros, es alimento que nos fortalece;
su sangre, derramada por nosotros, es bebida que nos purifica.
Por eso, con los ángeles y arcángeles,
con los tronos y dominaciones,
y con todos los coros celestiales,
cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo...
Antífona de comunión Cf. 1Cor 11, 24-25
Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, dice el Señor; haced esto, cada vez que lo bebáis, en memoria mía.
Acabada la distribución de la comunión, se deja sobre el altar la píxide con el pan consagrado para la comunión del día siguiente. La misa acaba con la oración después de la comunión.
Oración después de la comunión
alimentados en el tiempo por la Cena de tu Hijo,
concédenos, de la misma manera,
merecer ser saciados en el banquete eterno.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Traslado del Santísimo Sacramento
Dicha la oración después de la comunión, el sacerdote, de pie, pone incienso en el incensario, y de rodillas inciensa tres veces el Santísimo Sacramento. Después, poniéndose el paño de hombros de color blanco, se levanta, toma en sus manos la píxide y la cubre con el extremo del humeral.
Se organiza la procesión, en la que, en medio de cirios e incienso, se lleva el Santísimo Sacramento por la iglesia hasta el lugar de la reserva, preparada en alguna parte de la iglesia o en alguna capilla convenientemente ornamentada. Va delante un ministro laico con la cruz, en medio de otros dos con cirios encendidos. Le siguen otros llevando velas encendidas. Delante del sacerdote que lleva el Santísimo Sacramento va el turiferario con el incensario humeante. Mientras tanto, se canta el himno Pange, lingua, en castellano: Que la lengua humana (excepto las dos últimas estrofas), u otro canto eucarístico.
Cuando la procesión ha llegado al lugar de la reserva, el sacerdote, con la ayuda del diácono si es necesario, deposita la píxide en el tabernáculo dejando la puerta abierta. A continuación, después de poner incienso, de rodillas, inciensa al Santísimo Sacramento, mientras se canta el Tantum ergo, en castellano: Adorad postrados, u otro canto eucarístico. Después, el diácono o el mismo sacerdote, cierra la puerta del sagrario
Después de un tiempo de adoración en silencio, el sacerdote y los ministros, hecha la genuflexión, vuelven a la sacristía.
Oportunamente se despoja el altar y se quitan, si es posible, las cruces de la iglesia. Si quedan algunas cruces en la iglesia, conviene que se cubran con un velo.
Los que han participado en la misa vespertina no celebran las Vísperas.
Exhórtese a los fieles a que dediquen algún tiempo de esta noche, según las circunstancias y costumbres de cada lugar, a la adoración del Santísimo Sacramento. Esta adoración, con todo, si se prolonga más allá de la medianoche, debe hacerse sin solemnidad.
Si en la misma iglesia no se celebra al día siguiente el Viernes Santo de la Pasión del Señor, la misa se concluye de modo acostumbrado y se guarda en el tabernáculo el Santísimo Sacramento.
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