30 de marzo - SÁBADO SANTO DE LA SEPULTURA DEL SEÑOR, Ayuno (recomendado)


 
 SÁBADO SANTO DE LA SEPULTURA DEL SEÑOR, Ayuno (recomendado)
  Oficio propio del Sábado Santo del Salterio
  (Liturgia de las Horas, Tomo II: Oficio de Lecturas - Laudes -Tercia  - Sexta  Nona - Vísperas - Completas)
 


PROGRAMA PARROQUIAL:
SÁBADO, 30 DE MARZO

PARROQUIA DEL CARMEN:

- Solemne Vigilia Pascual (a las 21.00 h.).

PARROQUIA DE LOS DOLORES:

- Solemne Vigilia Pascual (a las 23.00 h.).






NOTICIAS DE ACTUALIDAD


Portada

CULTURA ReL te regala el relato de la mística: así fueron los primeros pasos de Jesús con la cruz
POLÉMICAS «Mi hija me odiaba como el drogadicto odia a quien le impide drogarse»: hay que ser firme
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PERSONAJES Jean-Marie venció su adicción confiando en Dios y con la confesión
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CULTURA Todo lo que debes saber sobre la celebración que abre la Semana Santa
CULTURA Autor de «Confusión y verdad», fue pareja del poeta Dunstan Thompson
POLÉMICAS La periodista Jennifer Bilek sigue la pista del dinero en el mundo trans y sus ricas familias
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NUEVA EVANGELIZACIÓN Van Son propone charlar: «La gente es más abierta a escuchar tu historia que a hablar con teólogos»
PERSONAJES Una familia rota por el divorcio, ocio nocturno, drogas, Nueva Era... Dios le recondujo
 


SANTORAL DE HOY

San Juan Clímaco, abad



Elogio: En el monte Sinaí, san Juan, abad, que compuso la célebre obra «Escala del Paraíso», para la instrucción de los monjes, en la que señalaba el camino del progreso espiritual a modo de una ascensión por treinta peldaños hacia Dios, debido a lo cual recibió el sobrenombre de «Clímaco».

Refieren a este santo: San Anastasio del Monte Sinaí.

Elogio: En Siracusa, de Sicilia, san Zósimo, obispo, que, primero, fue humilde custodio del sepulcro de santa Lucía, y después, abad del monasterio de esta población.


Elogio: En Aguilera, en el reino de Castilla, san Pedro de Valladolid Regalado, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que, insigne por su humildad y el rigor de su penitencia, construyó dos cenobios, en los que sólo debían vivir doce hermanos en total soledad.


   San Segundo, mártir

En Asti, en la región transpadana, san Segundo, mártir. († s. inc)

   San Domnino, mártir

En Tesalónica, ciudad de Macedonia, san Domnino, mártir. († s. IV)

   San Régulo de Senlis, obispo   

En Senlis, en la Galia lugdunense, san Régulo, obispo. († s. IV)

   Santos Mártires de Constantinopla, mártires   

Conmemoración de muchos santos mártires, que en Constantinopla, en tiempo del emperador Constancio, por orden del obispo arriano Macedonio fueron desterrados o torturados con toda clase de suplicios. († s. IV)

   Santa Osburga, abadesa   

En Coventry, en Inglaterra, santa Osburga, primera abadesa del monasterio de este lugar. († c. 1018)

   San Clino, abad   

Cerca de Aquino, en la región del Lacio, san Clino, abad del monasterio de san Pietro della Foresta. († d. 1030)

   Beato Amadeo IX de Saboya, laico   

En Vercelli, en el Piamonte, beato Amadeo IX, duque de Saboya, que durante su gobierno fomentó por todos los medios la paz, y con su ayuda y celo sostuvo las causas de los pobres, las viudas y los huérfanos. († 1472)

   Santos Antonio Daveluy, obispo, y compañeros, mártires   

En la aldea de Su-Ryong, en Corea, santos mártires Antonio Daveluy, obispo, Pedro Aumaître, Martín Lucas Huin, presbíteros, José Chang Chu-gi, Tomás Son Cha-son y Lucas Hwang Sok-tu, catequistas, que por su fe en Cristo murieron decapitados. († 1866)

   San Luis de Casoria, religioso presbítero   

En Nápoles, en Italia, san Luis (Arcángel) Palmentieri de Casoria, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que, impulsado por el ardor de la caridad hacia los pobres de Cristo, instituyó dos congregaciones: los Hermanos de la Caridad y las Hermanas Franciscanas de Santa Isabel. († 1885)

   San Leonardo Murialdo, presbítero

En Turín, también en Italia, san Leonardo Murialdo, presbítero, que fundó la Pía Sociedad de San José, para educar en la fe y la caridad cristianas a los niños abandonados. († 1900)

   San Julio Álvarez Mendoza, presbítero y mártir

En la aldea de San Julián, en el territorio de Guadalajara, en México, san Julio Álvarez Mendoza, presbítero y mártir, que en la cruel persecución contra la religión atestiguó con su sangre su fidelidad a Cristo. († 1927)

   Beata María Restituta Kafka, virgen y mártir   

Cerca de Viena, de Austria, beata María Restituta (Hélena) Kafka, virgen de la Congregación de las Hermanas Franciscanas de la Caridad Cristiana y mártir, la cual, originaria de Moravia, ejerció el servicio de enfermera en un hospital y, detenida en tiempo de guerra por los enemigos de la fe, murió decapitada. († 1943)


LITURGIA DE HOY


SANTO TRIDUO PASCUAL


DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA

Sábado Santo

146. "Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte, su descenso a los infiernos y esperando en la oración y el ayuno su Resurrección".

La piedad popular no puede permanecer ajena al carácter particular del Sábado Santo; así pues, las costumbres y las tradiciones festivas vinculadas a este día, en el que durante una época se anticipaba la celebración pascual, se deben reservar para la noche y el día de Pascua.

La "Hora de la Madre"

147. En María, conforme a la enseñanza de la tradición, está como concentrado todo el cuerpo de la Iglesia: ella es la "credentium collectio universa". Por esto la Virgen María, que permanece junto al sepulcro de su Hijo, tal como la representa la tradición eclesial, es imagen de la Iglesia Virgen que vela junto a la tumba de su Esposo, en espera de celebrar su Resurrección.

En esta intuición de la relación entre María y la Iglesia se inspira el ejercicio de piedad de la Hora de la Madre: mientras el cuerpo del Hijo reposa en el sepulcro y su alma desciende a los infiernos para anunciar a sus antepasados la inminente liberación de la región de las tinieblas, la Virgen, anticipando y representando a la Iglesia, espera llena de fe la victoria del Hijo sobre la muerte.

Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte, su descenso a los infiernos, y se abstiene absolutamente del sacrificio de la Misa, quedando desnudo el altar hasta que, después de la solemne Vigilia o expectación nocturna de la Resurrección, se inauguren los gozos de la Pascua, con cuya exuberancia iniciarán los cincuenta días pascuales.


Liturgia de las Horas: oficio prop. (morado). Vísperas props. del Sábado Santo.

* Se recomienda con insistencia que en este día se celebre en las iglesias el Oficio de lectura y las Laudes, con participación de los fieles. Cuando esto no es posible, prepárese una celebración de la Palabra o un ejercicio piadoso que corresponda al misterio de este día.

* Pueden ser expuestas en la iglesia, a la veneración de los fieles, la imagen de Cristo crucificado, o en el sepulcro, o descendiendo a los infiernos, ya que ilustran el misterio del Sábado Santo, así como la imagen de la bienaventurada Virgen de los Dolores.

* En este día no se puede distribuir la sagrada comunión, a no ser en caso de viático.

* Según una antigua tradición, la Iglesia ayuna «porque el Esposo le ha sido arrebatado». Se recomienda que se observe también durante el Sábado Santo, a fin de que la Iglesia pueda llegar con espíritu ligero y abierto a la alegría del domingo de Resurrección (Carta circular sobre las fiestas pascuales, n. 39).

* Hoy no se permiten otras celebraciones, tampoco la misa exequial.

Martirologio: hoy se omite su lectura.

MISAL

SÁBADO SANTO

1. Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, su descenso a los infiernos, y esperando su resurrección en oración y ayuno.

2. La Iglesia se abstiene del sacrificio de la misa, quedando por ello desnudo el altar hasta que, después de la solemne Vigilia o expectación nocturna de la resurrección, se inauguren los gozos de la Pascua, cuya exuberancia inundará los cincuenta días pascuales.

3. En este día no se puede distribuir la sagrada comunión, a no ser en el modo de Viático.


SÁBADO SANTO - En la noche:
COMIENZA EL TIEMPO PASCUAL


VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA

Según una antiquísima tradición, esta es una noche de vela en honor del Señor, y la Vigilia que tiene lugar en la misma, conmemorando la Noche Santa en la que el Señor resucitó, ha de considerarse como «la madre de todas las Santas Vigilias» (san Agustín).

Durante la Vigilia, la Iglesia espera la Resurrección del Señor y la celebra con los sacramentos de la iniciación cristiana (CO, 332). Los fieles, tal como lo recomienda el Evangelio (Lc 12, 35-48), deben asemejarse a los criados que con las lámparas encendidas en sus manos esperan el retorno de su Señor, para que, cuando llegue, los encuentre en vela y los invite a sentarse a su mesa.

Esta vigilia es figura de la Pascua auténtica de Cristo, de la noche de la verdadera liberación, en la cual, «rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo» (pregón pascual).


Misa de la Vigilia Pascual (blanco).

MISAL: ants. y oracs. props., Gl., Pf. I Pascua «en esta noche», embolismos props. en las PP. EE. No se puede decir la PE IV. Despedida con doble «Aleluya».

LECC.: vol. I (C).

 - Gén 1, 1 — 2, : Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.

- Sal 103: R. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

o bien: Sal 32: R. La misericordia del Señor llena la tierra.

2ª - Gén 22, 1-18: El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.

- Sal 15: R. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

3ª - Éx 14, 15 — 15, 1a: Los hijos de Israel entraron en medio del mar, por lo seco.

- Salmo: Éx 15, 1-18: R. Cantaré al Señor, gloriosa es su victoria.

4ª - Is 54, 5-14: Con amor eterno te quiere el Señor, tu libertador.

- Sal 29: R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

5ª - Is 55, 1-11: Venid a mí y viviréis. Sellaré con vosotros una alianza perpetua.

- Salmo: Is 12, 2-6: R. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.

 - Bar 3, 9-15. 32 — 4, 4: Camina al resplandor del Señor.

- Sal 18: R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

7ª - Ez 36, 16-17a. 18-28: Derramaré sobre vosotros un agua pura, y os daré un corazón nuevo.

- Sal 41: R. Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío.

o bien: Sal 50: R. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro.

- Rom 6, 3-11: Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más.

- Sal 117: R. Aleluya, aleluya, aleluya.

- Mc 16, 1-8. Ha resucitado y va por delante de vosotros a Galilea.

Durante la Cuaresma nos hemos preparado para la celebración de esta noche en la que renovaremos las promesas bautismales desde la fe en la resurrección del Señor. Comenzaremos con la bendición del cirio pascual que significa Cristo resucitado, desde quien brota para nosotros la luz de la fe. Y con los cirios encendidos escucharemos el pregón pascual. Después, la liturgia de la Palabra, que con las oraciones que siguen a cada lectura nos irá acercando a la plenitud de la revelación que oiremos en el Evangelio: «Cristo ha resucitado como había dicho».


La celebración litúrgica consta de las siguientes partes:

1. Lucernario: bendición del fuego, procesión y pregón pascual.

2. Liturgia de la Palabra: la Iglesia proclama y medita las maravillas que Dios ha hecho en favor de su pueblo.

3. Liturgia bautismal: por los sacramentos de iniciación cristiana los nuevos discípulos de Cristo se comprometen a seguirle con fidelidad. La Iglesia renueva su compromiso bautismal.

4. Liturgia eucarística: es la Eucaristía más importante de todo el Año litúrgico.



TEXTOS DE LA MISA

1. Según una antiquísima tradición, ésta es una noche de vela en honor del Señor (Ex 12, 42). Los fieles, tal como lo recomienda el Evangelio (Lc 12, 35-37), deben asemejarse a los criados que, con las lámparas encendidas en sus manos, esperan el retorno de su Señor, para que cuando llegue les encuentre en vela y los invite a sentarse a su mesa.

2. La Vigilia de esta noche, que es la mayor y más noble de todas las solemnidades, ha de ser una sola en cada iglesia. Se desarrolla de la siguiente manera: después del lucernario y el pregón pascual (que es la primera parte de la Vigilia), la santa Iglesia, llena de fe en la palabra y en las promesas del Señor, contempla las maravillas que el Señor Dios realizó desde el principio en favor de su pueblo (segunda parte o liturgia de la Palabra), hasta que, al acercarse el día y acompañada ya de sus nuevos hijos renacidos en el Bautismo (tercera parte), es invitada a la mesa que el Señor ha preparado para su pueblo como memorial de su muerte y resurrección hasta que vuelva (cuarta parte).

3. Toda la celebración de la Vigilia pascual debe hacerse durante la noche. Por ello no debe escogerse ni una hora tan temprana que la Vigilia empiece antes del inicio de la noche, ni tan tardía que concluya después del alba del domingo.

4. La misa de la Vigilia pascual, aunque se celebre antes de la medianoche, es ya la misa de Pascua del Domingo de Resurrección.

5. Los fieles que participan en esta misa de la noche pueden comulgar de nuevo en la misa del día de Pascua. El que celebra o concelebra la misa de la noche pascual puede celebrar o concelebrar de nuevo la misa del día de Pascua. La Vigilia pascual ocupa el lugar del oficio de lectura.

6. Según costumbre, asista al sacerdote un diácono; en su ausencia, el sacerdote celebrante o un concelebrante asuman las funciones de su orden, excepto las que a continuación se indican.

El sacerdote y el diácono se revisten con las vestiduras blancas que han de usar en la misa.

7. Han de prepararse velas para todos los fieles que participen en la Vigilia. Se apagan las luces de la iglesia.


RITOS INICIALES


Primera parte:
LUCERNARIO O SOLEMNE COMIENZO DE LA VIGILIA

 

Bendición del fuego y preparación del cirio

8. En un lugar adecuado, fuera de la iglesia, se enciende la hoguera. Congregado allí el pueblo, llega el sacerdote con los ministros. Uno de ellos lleva el cirio pascual. No se lleva la cruz procesional ni los ciriales.

Donde no pueda encenderse el fuego fuera de la iglesia, el rito se desarrolla como se indica en el número 13.

9. El sacerdote y los fieles se signan cuando él dice:


En el nombre del Padre...

El sacerdote saluda, como de costumbre, al pueblo congregado y hace una breve monición sobre el sentido de esta vigilia nocturna con estas palabras u otras semejantes:

Queridos hermanos: En esta noche santa, en que nuestro Señor Jesucristo ha pasado de la muerte a la vida, la Iglesia invita a todos sus hijos, diseminados por el mundo, a que se reúnan para velar en oración. Si recordamos así la Pascua del Señor, escuchando su palabra y celebrando sus misterios, podremos esperar tener parte en su triunfo sobre la muerte y vivir con él en Dios.

10. Seguidamente el sacerdote, con las manos extendidas, bendice el fuego diciendo:

Oremos.


Oh Dios, que por medio de tu Hijo
has dado a los fieles la claridad de tu luz,
santifica + este fuego nuevo
y concédenos que la celebración de estas fiestas de Pascua
encienda en nosotros deseos tan santos
que podamos llegar con corazón limpio
a las fiestas de la eterna luz.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

11. Bendecido el fuego nuevo, un acólito, u otro ministro, lleva el cirio pascual ante el celebrante; este, con un punzón, graba una cruz en el cirio. Después, traza en la parte superior de esta cruz la letra griega alfa, y debajo de la misma la letra griega omega; en los ángulos que forman los brazos de la cruz traza los cuatro números del año en curso.

Mientras hace estos signos, dice:

1. Cristo ayer y hoy,

Graba el trazo vertical de la cruz.

2. principio y fin,

Graba el trazo horizontal.

3. alfa

Graba la letra alfa sobre el trazo vertical.

4. y omega.

Graba la letra omega debajo del trazo vertical.

5. Suyo es el tiempo

Graba el primer número del año en curso en el ángulo izquierdo superior de la cruz.

6. y la eternidad.

Graba el segundo número del año en curso en el ángulo derecho superior de la cruz.

7. A él la gloria y el poder,

Graba el tercer número del año en curso en el ángulo izquierdo inferior de la cruz.

8. por los siglos de los siglos. Amén.

Graba el cuarto número del año en curso en el ángulo derecho inferior de la cruz.


12. Acabada la incisión de la cruz y de los otros signos, el sacerdote puede incrustar en el cirio cinco granos de incienso, en forma de cruz, mientras dice:

1. Por sus llagas

2. santas y gloriosas,

3. nos proteja

4. y nos guarde

5. Jesucristo nuestro Señor. Amén.


 1

4 2 5

3

 

13. Donde por alguna dificultad no se enciende la hoguera, la bendición del fuego se acomodará a las circunstancias. Reunido el pueblo en la iglesia como de costumbre, el sacerdote y los ministros, uno de los cuales lleva el cirio pascual, se dirigen a la puerta de la iglesia. El pueblo, en cuanto sea posible, se vuelve hacia el celebrante. El sacerdote saluda al pueblo y hace la monición inicial, tal como se indica en el número 9; después bendice el fuego y prepara el cirio como se indica en los nn. 10-12.


14. El sacerdote enciende el cirio pascual con el fuego nuevo, diciendo:

La luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu.


Procesión

15. Encendido el cirio, uno de los ministros toma carbones encendidos del fuego y los pone en el incensario. El sacerdote, según costumbre, impone el incienso. El diácono, o en su ausencia otro ministro idóneo, recibe del ministro el cirio pascual y se organiza la procesión. El turiferario, con el incensario humeante, camina delante del diácono o el ministro que lleva el cirio pascual. Sigue el sacerdote con los ministros y el pueblo, llevando todos en la mano las velas apagadas. A la puerta de la iglesia, el diácono, de pie y levantando el cirio canta:

Luz del Cristo.

Y todos responden:

Demos gracias a Dios.

El sacerdote enciende su vela del cirio pascual.

 

16. Después, el diácono continúa hasta el centro de la iglesia y, de pie y elevando el cirio, canta de nuevo:

Luz de Cristo.

Y todos responden:

Demos gracias a Dios.

Todos encienden sus velas de la llama del cirio pascual, y avanzan.


17. El diácono, al llegar ante el altar, de pie y vuelto al pueblo, eleva el cirio y canta por tercera vez:

Luz de Cristo.

Y todos responden:

Demos gracias a Dios.

El diácono pone el cirio pascual sobre un candelero solemne colocado junto al ambón o en medio del presbiterio.

Y se encienden las luces de la iglesia, excepto las velas del altar.

 

Pregón pascual

 18. Cuando el sacerdote ha llegado al altar, va a su sede, entrega la candela al ministro, impone y bendice el incienso como para el Evangelio en la misa. El diácono va ante el sacerdote, y diciendo: Padre, dame tu bendición, pide y recibe la bendición del sacerdote, que dice en voz baja:

El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para que anuncies dignamente su pregón pascual; en el nombre del Padre, y del Hijo + y del Espíritu Santo.

El diácono responde:

Amén.

Esta bendición se omite si el pregón pascual es anunciado por alguien que no sea diácono.

19. El diácono, una vez incensados el libro y el cirio, anuncia el pregón pascual en el ambón o púlpito, estando todos de pie y con las velas encendidas en las manos.

El pregón pascual puede ser anunciado, en ausencia del diácono, por el mismo sacerdote o por otro presbítero concelebrante. Si, por necesidad, anuncia el pregón un cantor laico, omite las palabras: Por eso, queridos hermanos, hasta el fin de la invitación, y el saludo: El Señor esté con vosotros.

El pregón puede ser cantado también en su forma más breve.

 

(Forma larga del pregón pascual) 

Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y por la victoria de Rey tan poderoso que las trompetas anuncien la salvación.

Goce también la tierra, inundada de tanta claridad, y que, radiante con el fulgor del Rey eterno, se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero. Alégrese también nuestra madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante; resuene este templo con las aclamaciones del pueblo.

[Por eso, queridos hermanos, que asistís a la admirable claridad de esta luz santa, invocad conmigo la misericordia de Dios omnipotente, para que aquel que, sin mérito mío, me agregó al número de sus diáconos, infundiendo el resplandor de su luz, me ayude a cantar las alabanzas de este cirio.


V. El Señor esté con vosotros.

R. Y con tu espíritu.]

V. Levantemos el corazón.

R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.

V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.

R. Es justo y necesario.


En verdad es justo y necesario aclamar con nuestras voces y con todo el afecto del corazón a Dios invisible, el Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.

Porque él ha pagado por nosotros al eterno Padre la deuda de Adán y, derramando su sangre, canceló el con misericordia el recibo del antiguo pecado.

Porque éstas son las fiestas de Pascua, en las que se inmola el verdadero Cordero, cuya sangre consagra las puertas de los fieles.

Ésta es la noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, nuestros padres, y los hiciste pasar el mar Rojo por el camino seco.

Ésta es la noche en que la columna de fuego esclareció las tinieblas del pecado.

Esta es la noche en que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y son agregados a los santos.

Ésta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo. ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados?

¡Que asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo entregaste al Hijo!

Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!

¡Qué noche tan dichosa! Solo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos.

Esta es la noche de la que estaba escrito: «Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo».

Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos.

En esta noche de gracia, acepta, Padre santo, este sacrificio vespertino de alabanza que la santa Iglesia te ofrece por medio de sus ministros en la solemne ofrenda de este cirio, hecho con cera de abejas.

Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para la gloria de Dios. Y aunque distribuye su luz, no mengua al repartirla, porque se alimenta de esta cera fundida, que elaboró la abeja fecunda para hacer esta lámpara preciosa.

¡Qué noche tan dichosa, en que se une el cielo con la tierra, lo humano con lo divino!

Te rogamos, Señor, que este cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche. Y, como ofrenda agradable, se asocie a las lumbreras del cielo. Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo, ese lucero que no conoce ocaso, y es Cristo, tu Hijo resucitado, que, al salir del sepulcro, brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina por los siglos de los siglos.

R. Amén.

 

LITURGIA DE LA PALABRA

Lecturas de la Vigilia Pascual en la Noche Santa. Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor (Lec. I B).


Segunda parte:
LITURGIA DE LA PALABRA

20. En esta vigilia, «Madre de todas las vigilias», se proponen nueve lecturas: siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo (Epístola y Evangelio), que se han de leer todas donde sea posible, para salvaguardar la índole de la Vigilia, que requiere larga duración.

21. Por motivos graves de orden pastoral puede reducirse el número de lecturas del antiguo Testamento; pero téngase siempre en cuenta que la lectura de la palabra divina es parte fundamental de esta Vigilia pascual. Deben leerse, por lo menos, tres lecturas del Antiguo Testamento, concrete mente de la Ley y los Profetas, y cantarse los respectivos salmos responsoriales. Nunca puede omitirse la lectura del capítulo 14 del Éxodo (tercera lectura) ni su canto.

22. Apagadas las velas todos se sientan. Antes de comenzar las lecturas, el sacerdote hace una breve monición al pueblo con estas palabras u otras semejantes:

Queridos hermanos: Con el pregón solemne de la Pascua, hemos entrado ya en la noche santa de la resurrección del Señor. Escuchemos, en silencio meditativo, la palabra de Dios. Recordemos las maravillas que Dios ha realizado para salvar al primer Israel, y cómo en el avance continuo de la historia de la salvación, al llegar los últimos tiempos, envió al mundo a su Hijo, para que, con su muerte y resurrección, salvara a todos los hombres. Mientras contemplamos la gran trayectoria de esta historia santa, oremos intensamente, para que el designio de salvación universal, que Dios inició con Israel, llegue a su plenitud y alcance a toda la humanidad por el misterio de la resurrección de Jesucristo.

 

23. Después siguen las lecturas. El lector se dirige al ambón y lee la primera de ellas. Seguidamente el salmista o un cantor dice el salmo, proclamando el pueblo la respuesta. Acabado el salmo, todos se levantan y el sacerdote dice: Oremos, y, después de que todos han orado en silencio durante algún tiempo, dice la oración correspondiente a la lectura. En lugar del salmo responsorial puede guardarse un espacio de silencio sagrado, omitiendo en este caso la pausa después del Oremos.


PRIMERA LECTURA
Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno

(forma larga)

Lectura del libro del Génesis 1, 1-2, 2

AL PRINCIPIO creó Dios el cielo y la tierra. La tierra estaba informe y vacía; la tiniebla cubría la superficie del abismo, mientras el espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. Dijo Dios:

«Exista la luz».
Y la luz existió.
Vio Dios que la luz era buena. Y separó Dios la luz de la tiniebla. Llamó Dios a la luz «día» y a la tiniebla llamó «noche».
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día primero.
Y dijo Dios:
«Exista un firmamento entre las aguas, que separe aguas de aguas».
E hizo Dios el firmamento y separó las aguas de debajo del firmamento de las aguas de encima del firmamento.
Y así fue.
Llamó Dios al firmamento «cielo».
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día segundo.
Dijo Dios:
«Júntense las aguas de debajo del cielo en un solo sitio, y que aparezca lo seco».
Y así fue.
Llamó Dios a lo seco «tierra», y a la masa de las aguas llamó «mar».
Y vio Dios que era bueno.
Dijo Dios:
«Cúbrase la tierra de verdor, de hierba verde que engendre semilla, y de árboles frutales que den fruto según su especie y que lleven semilla sobre la tierra».
Y así fue.
La tierra brotó hierba verde que engendraba semilla según su especie, y árboles que daban fruto y llevaban semilla según su especie.
Y vio Dios que era bueno.
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día tercero.
Dijo Dios:
«Existan lumbreras en el firmamento del cielo, para separar el día de la noche, para señalar las fiestas, los días y los años, y sirvan de lumbreras en el firmamento del cielo, para iluminar sobre la tierra».
Y así fue.
E hizo Dios dos lumbreras grandes: la lumbrera mayor para regir el día, la lumbrera menor para regir la noche; y las estrellas. Dios las puso en el firmamento del cielo para iluminar la tierra, para regir el día y la noche y para separar la luz de la tiniebla.
Y vio Dios que era bueno.
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día cuarto.
Dijo Dios:
«Bullan las aguas de seres vivientes, y vuelen los pájaros sobre la tierra frente al firmamento del cielo».
Y creó Dios los grandes cetáceos y los seres vivientes que se deslizan y que las aguas fueron produciendo según sus especies, y las aves aladas según sus especies.
Y vio Dios que era bueno.
Luego los bendijo Dios, diciendo:
«Sed fecundos y multiplicaos, llenad las aguas del mar; y que las aves se multipliquen en la tierra».
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día quinto.
Dijo Dios:
«Produzca la tierra seres vivientes según sus especies: ganados, reptiles y fieras según sus especies».
Y así fue.
E hizo Dios las fieras según sus especies, los ganados según sus especies y los reptiles según sus especies.
Y vio Dios que era bueno.
Dijo Dios:
«Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra».
Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó.
Dios los bendijo; y les dijo Dios:
«Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la tierra».
Y dijo Dios:
«Mirad, os entrego todas las hierbas que engendran semilla sobre la superficie de la tierra y todos los árboles frutales que engendran semilla: os servirán de alimento. Y la hierba verde servirá de alimento a todas las fieras de la tierra, a todas las aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra y a todo ser que respira».
Y así fue.
Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día sexto.
Así quedaron concluidos el cielo, la tierra y todo el universo.
Y habiendo concluido el día séptimo la obra que había hecho, descansó el día séptimo de toda la obra que había hecho.

Palabra de Dios.
 
PRIMERA LECTURA
Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno

(forma breve)

Lectura del libro del Génesis 1, 1. 26-31a

AL PRINCIPIO creó Dios el cielo y la tierra.
Dijo Dios:
«Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra».
Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó.
Dios los bendijo; y les dijo Dios:
«Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la tierra».
Y dijo Dios:
«Mirad, os entrego todas las hierbas que engendran semilla sobre la superficie de la tierra y todos los árboles frutales que engendran semilla: os servirán de alimento. Y la hierba verde servirá de alimento a todas las fieras de la tierra, a todas las aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra y a todo ser que respira».
Y así fue.
Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.

Palabra de Dios.

Como salmo responsorial se puede elegir entre el 103 y el 32

Salmo responsorial a la primera lectura (opción 1)

Sal 103, 1-2a. 5-6. 10 y 12. 13-14. 24 y 35c (R.: cf. 30)

R. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

V. Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.

R. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

V. Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas.

R. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

V. De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto.

R. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

V. Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre.
Él saca pan de los campos.

R. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra. 

V. Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.
¡Bendice, alma mía, al Señor!

R. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

o bien, Salmo responsorial a la primera lectura (opción 2) 

Sal 32, 4-5. 6-7. 12-13. 20 y 22.

R. La misericordia del Señor llena la tierra.

V. La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.

R. La misericordia del Señor llena la tierra.

V. La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos;
encierra en un odre las aguas marinas,
mete en un depósito el océano.

R. La misericordia del Señor llena la tierra.

V. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres.

R. La misericordia del Señor llena la tierra.

V. Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

R. La misericordia del Señor llena la tierra.

 

24. Después de la primera lectura: (La creación: Gén 1, 1-2, 2 ó 1, 1. 26-31a) y el salmo (103 ó 32).


Oremos.

Dios todopoderoso y eterno,
admirable en todas tus obras,
que tus redimidos comprendan cómo la creación del mundo,
en el comienzo de los siglos,
no fue obra de mayor grandeza
que el sacrificio de Cristo, nuestra Pascua inmolada,
en la plenitud de los tiempos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

O bien (La creación del hombre):


Oremos.

Oh, Dios, que admirablemente creaste al hombre
y de modo más admirable aún lo redimiste:
concédenos resistir sabiamente a los atractivos del pecado
para alcanzar la eterna alegría.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

 

SEGUNDA LECTURA
El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe

(forma larga)

Lectura del libro del Génesis 22,1-18

EN AQUELLOS DÍAS, Dios puso a prueba a Abrahán. Le dijo:
«¡Abrahán!».
El respondió:
«Aquí estoy».
Dios dijo:
«Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré».
Abrahán madrugó, aparejó el asno y se llevó consigo a dos criados y a su hijo Isaac; cortó leña para el holocausto y se encaminó al lugar que le había indicado Dios.
Al tercer día levantó Abrahán los ojos y divisó el sitio desde lejos. Abrahán dijo a sus criados:
«Quedaos aquí con el asno; yo con el muchacho iré hasta allá para adorar, y después volveremos con vosotros».
Abrahán tomó la leña para el holocausto, se la cargó a su hijo Isaac, y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos.
Isaac dijo a Abrahán, su padre:
«Padre».
Él respondió:
«Aquí estoy, hijo mío».
El muchacho dijo:
«Tenemos fuego y leña, pero, ¿dónde está el cordero para el holocausto?».
Abrahán contestó:
«Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío». Y siguieron caminando juntos.
Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo:
«¡Abrahán, Abrahán!».
Él contestó:
«Aquí estoy».
El ángel le ordenó:
«No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo».
Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.
Abrahán llamó aquel sitio «El Señor ve», por lo que se dice aún hoy «En el monte el Señor es visto».
El ángel del Señor llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo y le dijo:
«Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todas las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial a la segunda lectura, Sal 15, 5 y 8. 9-10. 11 (R.: 1)

R. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

V. El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

R. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

V. Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la región de los muertos
ni dejarás a tu fiel ver la corrupción.

R. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

V. Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

R. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

 

25. Después de la segunda lectura (El sacrificio de Abrahán: Gén 22, 1-18 ó 1-2. 9a. 10-13. 15-18) y el salmo (15).


Oremos.

Oh, Dios, Padre supremo de los creyentes,
que multiplicas sobre la tierra los hijos de tu promesa
con la gracia de la adopción
y, por el Misterio pascual,
hiciste de tu siervo Abrahán el padre de todas las naciones,
como lo habías prometido,
concede a tu pueblo responder dignamente
a la gracia de tu llamada.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

 

TERCERA LECTURA
Los hijos de Israel entraron en medio del mar, por lo seco

Lectura del libro del Éxodo 14,15-15,1a

EN AQUELLOS DÍAS, el Señor dijo a Moisés:
«¿Por qué sigues clamando a mí? Di a los hijos de Israel que se pongan en marcha. Y tú, alza tu cayado, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los hijos de Israel pasen por medio del mar, por lo seco. Yo haré que los egipcios se obstinen y entren detrás de vosotros, y me cubriré de gloria a costa del faraón y de todo su ejército, de sus carros y de sus jinetes. Así sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando me haya cubierto de gloria a costa del faraón, de sus carros y de sus jinetes».
Se puso en marcha el ángel del Señor, que iba al frente del ejército de Israel, y pasó a retaguardia. También la columna de nube, que iba delante de ellos, se desplazó y se colocó detrás, poniéndose entre el campamento de los egipcios y el campamento de Israel. La nube era tenebrosa y transcurrió toda la noche sin que los ejércitos pudieran aproximarse el uno al otro. Moisés extendió su mano sobre el mar y el Señor hizo retirarse el mar con un fuerte viento del este que sopló toda la noche; el mar se secó y se dividieron las aguas. Los hijos de Israel entraron en medio del mar, en lo seco, y las aguas les hacían de muralla a derecha e izquierda. Los egipcios los persiguieron y entraron tras ellos, en medio del mar: todos los caballos del faraón, sus carros y sus jinetes.
Era ya la vigilia matutina cuando el Señor miró desde la columna de fuego y humo hacia el ejército de los egipcios y sembró el pánico en el ejército egipcio. Trabó las ruedas de sus carros, haciéndolos avanzar pesadamente.
Los egipcios dijeron:
«Huyamos ante Israel, porque el Señor lucha por él contra Egipto».
Luego dijo el Señor a Moisés:
«Extiende tu mano sobre el mar, y vuelvan las aguas sobre los egipcios, sus carros y sus jinetes».
Moisés extendió su mano sobre el mar; y al despuntar el día el mar recobró su estado natural, de modo que los egipcios, en su huida, toparon con las aguas. Así precipitó el Señor a los egipcios en medio del mar.
Las aguas volvieron y cubrieron los carros, los jinetes y todo el ejército del faraón, que había entrado en el mar. Ni uno solo se salvó.
Mas los hijos de Israel pasaron en seco por medio del mar, mientras las aguas hacían de muralla a derecha e izquierda.
Aquel día salvó el Señor a Israel del poder de Egipto, e Israel vio a los egipcios muertos, en la orilla del mar. Vio, pues, Israel la mano potente que el Señor había desplegado contra los egipcios, y temió el pueblo al Señor, y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo.
Entonces Moisés y los hijos de Israel entonaron este canto al Señor:

No se dice Palabra de Dios.


Salmo responsorial a la tercera lectura, Ex 15, 1b-2. 3-4. 5-6. 17-18 (R.: 1b)

R. Cantaré al Señor, gloriosa es su victoria.

V. Cantaré al Señor, gloriosa es su victoria,

caballos y carros ha arrojado en el mar.
Mi fuerza y mi poder es el Señor,
El fue mi salvación.
Él es mi Dios: yo lo alabaré;
el Dios de mis padres: yo lo ensalzaré.

R. Cantaré al Señor, gloriosa es su victoria.

V. El Señor es un guerrero,

su nombre es “El Señor”.
Los carros del faraón los lanzó al mar,
ahogó en el mar Rojo a sus mejores capitanes.

R. Cantaré al Señor, gloriosa es su victoria.

V. Las olas los cubrieron,

bajaron hasta el fondo como piedras.
Tu diestra, Señor, es magnífica en poder,
tu diestra, Señor, tritura al enemigo.

R. Cantaré al Señor, gloriosa es su victoria.

V. Lo introduces y lo plantas en el monte de tu heredad,

lugar del que hiciste tu trono, Señor;
santuario, Señor, que fundaron tus manos.
El Señor reina por siempre jamás.

R. Cantaré al Señor, gloriosa es su victoria.

Palabra de Dios.


26. Después de la tercera lectura (El paso del mar Rojo: Ex 14, 15-15, 1) y su cántico (Éx 15).


Oremos.

También ahora, Señor,
vemos brillar tus antiguas maravillas,
y lo mismo que en otro tiempo manifestabas tu poder
al librar a un solo pueblo de la persecución del Faraón,
hoy aseguras la salvación de todas las naciones,
haciéndolas renacer por las aguas del bautismo;
te pedimos que los hombres del mundo entero
lleguen a ser hijos de Abrahán y miembros del nuevo Israel.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

O bien:

Oremos.

Oh, Dios, que has iluminado los prodigios
de los tiempos antiguos con la luz del nuevo Testamento,
el mar Rojo fue imagen de la fuente bautismal,
y el pueblo, liberado de la esclavitud,
imagen de la familia cristiana;
concede a todas las gentes,
elevadas por su fe a la dignidad de pueblo elegido,
regenerarse por la participación de tu Espíritu.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


CUARTA LECTURA
Con amor eterno te quiere el Señor, tu libertador.

Lectura del libro de Isaías 54,5-14

QUIEN te desposa es tu Hacedor:

su nombre es Señor todopoderoso.
Tu libertador es el Santo de Israel:
se llama «Dios de toda la tierra».
Como a mujer abandonada y abatida
te llama el Señor;
como a esposa de juventud, repudiada
—dice tu Dios—.
Por un instante te abandoné,
pero con gran cariño te reuniré.
En un arrebato de ira,
por un instante te escondí mi rostro,
pero con amor eterno te quiero
—dice el Señor, tu libertador—.
Me sucede como en los días de Noé:
juré que las aguas de Noé
no volverían a cubrir la tierra;
así juro no irritarme contra ti
ni amenazarte.
Aunque los montes cambiasen
y vacilaran las colinas,
no cambiaría mi amor,
ni vacilaría mi alianza de paz
—dice el Señor que te quiere—.
¡Ciudad afligida, azotada por el viento,
a quien nadie consuela!
Mira, yo mismo asiento tus piedras sobre azabaches, tus cimientos sobre zafiros;
haré tus almenas de rubí,
tus puertas de esmeralda,
y de piedras preciosas tus bastiones.
Tus hijos serán discípulos del Señor,
gozarán de gran prosperidad tus constructores.
Tendrás tu fundamento en la justicia:
lejos de la opresión, no tendrás que temer;
lejos del terror, que no se acercará.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial a la cuarta lectura, Sal 29, 2 y 4. 5-6. 11 y 12a y 13b (R.: 2a)

R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

V. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
y me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.

R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

V. Tañed para el Señor, fieles suyos,
celebrad el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo.

R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

V. Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor Dios mío, te daré gracias por siempre.

R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.


27. Después de la cuarta lectura (La nueva Jerusalén: Is 54, 5-14) y el salmo (29).


Oremos.

Dios todopoderoso y eterno,
multiplica, fiel a tu palabra,
la descendencia que aseguraste a la fe de nuestros padres,
y aumenta con tu adopción los hijos de la promesa,
para que tu Iglesia vea en qué medida
se ha cumplido ya, en gran medida,
cuanto creyeron y esperaron los patriarcas.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

U otra de las oraciones que siguen a las lecturas omitidas.

 

QUINTA LECTURA
Venid a mí, y viviréis. Sellaré con vosotros una alianza perpetua

Lectura del libro de Isaías 55,1-11

ESTO dice el Señor:

«Sedientos todos, acudid por agua;
venid, también los que no tenéis dinero:
comprad trigo y comed, venid y comprad,
sin dinero y de balde, vino y leche.
¿Por qué gastar dinero en lo que no alimenta
y el salario en lo que no da hartura?
Escuchadme atentos y comeréis bien,
saborearéis platos sustanciosos.
Inclinad vuestro oído, venid a mí:
escuchadme y viviréis.
Sellaré con vosotros una alianza perpetua,
las misericordias firmes hechas a David:
lo hice mi testigo para los pueblos,
guía y soberano de naciones.
Tú llamarás a un pueblo desconocido,
un pueblo que no te conocía correrá hacia ti;
porque el Señor tu Dios,
el Santo de Israel te glorifica.
Buscad al Señor mientras se deja encontrar,
invocadlo mientras está cerca.
Que el malvado abandone su camino,
y el malhechor sus planes;
que se convierta al Señor, y él tendrá piedad,
a nuestro Dios, que es rico en perdón.
Porque mis planes no son vuestros planes,
vuestros caminos no son mis caminos
—oráculo del Señor—.
Cuanto dista el cielo de la tierra,
así distan mis caminos de los vuestros,
y mis planes de vuestros planes.
Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo,
y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar,
para que dé semilla al sembrador
y pan al que come,
así será mi palabra que sale de mi boca:
no volverá a mí vacía,
sino que cumplirá mi deseo
y llevará a cabo mi encargo».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial a la quinta lectura, Is 12, 2-3. 4bcde. 5-6 (R.: 3)

R. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.

V. «Él es mi Dios y Salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación».
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación.

R. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.

V. «Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso».

R. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.

V. Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión,
porque es grande es en medio de ti el Santo de Israel.

R. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.


28. Después de la quinta lectura (La salvación que se ofrece gratuitamente a todos: Is 55, 1-11) y el cántico (Is 12).


Oremos.

Dios todopoderoso y eterno,
esperanza única del mundo que anunciaste por la voz de tus profetas
los misterios de los tiempos presentes,
atiende los deseos de tu pueblo,
porque ninguno de tus fieles puede progresar en la virtud
sin la inspiración de tu gracia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
 

SEXTA LECTURA
Camina al resplandor del Señor

Lectura del libro de Baruc 3,9-15. 32-4,4

ESCUCHA, Israel, mandatos de vida;
presta oído y aprende prudencia.
¿Cuál es la razón, Israel,
de que sigas en país enemigo,
envejeciendo en tierra extranjera;
de que te crean un ser contaminado,
un muerto habitante del Abismo?
¡Abandonaste la fuente de la sabiduría!
Si hubieras seguido el camino de Dios,
habitarías en paz para siempre.
Aprende dónde está la prudencia,
dónde el valor y la inteligencia,
dónde una larga vida,
la luz de los ojos y la paz.
¿Quién encontró su lugar
o tuvo acceso a sus tesoros?
El que todo lo sabe la conoce,
la ha examinado y la penetra;
el que creó la tierra para siempre
y la llenó de animales cuadrúpedos;
el que envía la luz y le obedece,
la llama y acude temblorosa;
a los astros que velan gozosos
arriba en sus puestos de guardia,
los llama, y responden: «Presentes»,
y brillan gozosos para su Creador.
Este es nuestro Dios,
y no hay quien se le pueda comparar;
rastreó el camino de la inteligencia
y se lo enseñó a su hijo, Jacob,
se lo mostró a su amado, Israel.
Después apareció en el mundo
y vivió en medio de los hombres.
Es el libro de los mandatos de Dios,
la ley de validez eterna:
los que la guarden vivirán;
los que la abandonen morirán.
Vuélvete, Jacob, a recibirla,
camina al resplandor de su luz;
no entregues a otros tu gloria, 
ni tu dignidad a un pueblo extranjero.
¡Dichosos nosotros, Israel,
que conocemos lo que agrada al Señor!

Palabra de Dios.
 

Salmo responsorial a la sexta lectura, Sal 18, 8. 9. 10. 11 (R.: Jn 6, 68c)

R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

V. La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye a los ignorantes.

R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

V. Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos.

R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

V. El temor del Señor es puro
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y eternamente justos.

R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

V. Más preciosos que el oro,
más que el oro fino;
más dulce que la miel
de un panal que destila.

R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.


29. Después de la sexta lectura (La fuente de la sabiduría: Bar 3, 9-15. 31-4, 4).


Oremos.

Oh, Dios, que sin cesar haces crecer a tu Iglesia
con la convocatoria de todas las gentes,
defiende con tu constante protección
a cuantos purificas en el agua del bautismo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


SÉPTIMA LECTURA
Derramaré sobre vosotros un agua pura, y os daré un corazón nuevo.

Lectura de la profecía de Ezequiel 36, 16-17a. 18-28

ME VINO esta palabra del Señor:

«Hijo de hombre, la casa de Israel profanó
con su conducta y sus acciones
la tierra en que habitaba.
Me enfurecí contra ellos,
por la sangre que habían derramado en el país,
y por haberlo profanado con sus ídolos.
Los dispersé por las naciones,
y anduvieron dispersos por diversos países.
Los he juzgado según su conducta y sus acciones.
Al llegar a las diversas naciones,
profanaron mi santo nombre,
ya que de ellos se decía:
“Estos son el pueblo del Señor
y han debido abandonar su tierra”.
Así que tuve que defender mi santo nombre,
profanado por la casa de Israel
entre las naciones adonde había ido.
Por eso, di a la casa de Israel:
“Esto dice el Señor Dios:
No hago esto por vosotros, casa de Israel,
sino por mi santo nombre, profanado por vosotros
en las naciones a las que fuisteis.
Manifestaré la santidad de mi gran nombre,
profanado entre los gentiles,
porque vosotros lo habéis profanado en medio de ellos. Reconocerán las naciones que yo soy el Señor —oráculo del Señor Dios—,
cuando por medio de vosotros les haga ver mi santidad.
Os recogeré de entre las naciones,
os reuniré de todos los países
y os llevaré a vuestra tierra.
Derramaré sobre vosotros un agua pura
que os purificará:
de todas vuestras inmundicias e idolatrías
os he de purificar;
y os daré un corazón nuevo,
y os infundiré un espíritu nuevo;
arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra,
y os daré un corazón de carne.
Os infundiré mi espíritu,
y haré que caminéis según mis preceptos,
y que guardéis y cumpláis mis mandatos.
Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres.
Vosotros seréis mi pueblo,
y yo seré vuestro Dios”».

Palabra de Dios.


Salmo responsorial a la séptima lectura, Sal 41, 3. 5bcd; 42, 3. 4 (R.: 41, 2)

R. Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío.

V. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?

R. Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío.

V. Cómo entraba en el recinto santo,
cómo avanzaba hacia la casa de Dios,
entre cantos de júbilo y alabanza,
en el bullicio de la fiesta.

R. Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío.

V. Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada.

R. Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío.

V. Me acercaré al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
y te daré gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío.

R. Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío.


Salmo responsorial a la séptima lectura (cuando se celebra el Bautismo, opción 1)

Is 12, 2-3. 4bcde. 5-6 (R.: 3)

R. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.

V. «Él es mi Dios y Salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación».
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación.

R. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.

V. «Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso».

R. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.

V. Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sion,
porque es grande en medio de ti el Santo de Israel.

R. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.


Salmo responsorial a la séptima lectura (cuando se celebra el Bautismo, opción 2)

Sal 50, 12-13. 14-15. 18-19 (R.: 12a)

R. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro.

V. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

R. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro.

V. Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso;
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

R. Oh Dios, crea en mí un corazón puro.

V. Los sacrificios no te satisfacen;
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
El sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú, oh, Dios, tú no lo desprecias.

R. Oh Dios, crea en mí un corazón puro.


30. Después de la séptima lectura (El corazón nuevo y el espíritu nuevo: Ez 36, 16-28) y el salmo (41-42).


Oremos.

Oh, Dios, poder inmutable y luz sin ocaso,
mira con bondad el sacramento admirable de la Iglesia entera
y, en cumplimiento de tus eternos designios,
lleva a feliz término la obra de la salvación humana;
y que todo el mundo experimente y vea cómo lo abatido se levanta,
lo viejo se renueva y todo vuelve a su integridad original,
por el mismo Jesucristo, de quien todo procede.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

O bien:

Oremos.

Oh, Dios, que para celebrar el Misterio pascual
nos instruyes con las páginas de ambos Testamentos,
danos a conocer tu misericordia,
para que, al percibir los bienes presentes,
se afiance la esperanza de los futuros.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


31. Después de de la última lectura del Antiguo Testamento, con su salmo responsorial y oración, se encienden los cirios del altar, y el sacerdote entona el himno Gloria a Dios, que todos prosiguen mientras se hacen sonar las campanas, según las costumbres de cada lugar.

32. Acabado el himno, el sacerdote dice la oración colecta, como de costumbre.


Oremos.

Oh, Dios, que has iluminado esta noche santísima
con la gloria de la resurrección del Señor,
aviva en tu Iglesia el espíritu de la adopción filial,
para que, renovados en cuerpo y alma,
nos entreguemos plenamente a tu servicio.
Por nuestro Señor Jesucristo.


33. Seguidamente un lector proclama la lectura del Apóstol.


 
EPÍSTOLA
Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 6,3-11

HERMANOS:
Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte.
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva.
Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que fuera destruido el cuerpo de pecado, y, de este modo, nosotros dejáramos de servir al pecado; porque quien muere ha quedado libre del pecado.
Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez para siempre; y quien vive, vive para Dios.
Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.

Palabra de Dios.

34. Acabada la epístola, todos se levantan, y el sacerdote entona solemnemente por tres veces, elevando gradualmente el tono de la voz, el Aleluya, que repiten todos. Si fuese necesario, el salmista entona el Aleluya.

Después el salmista o cantor proclama el salmo 117, y el pueblo intercala Aleluya en cada una de sus estrofas.

 

Salmo responsorial a la epístola Sal 117, 1-2. 16-17. 22-23

R. Aleluya, aleluya. aleluya. 

V. Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

R. Aleluya, aleluya. aleluya.

V. «La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa».
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.

R. Aleluya, aleluya. aleluya. 

V. La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

R. Aleluya, aleluya. aleluya.


35. El sacerdote, según el modo acostumbrado, pone el incienso y bendice al diácono. Para el Evangelio no se llevan cirios, sino solamente incienso.


(Año B:)

EVANGELIO 
Jesús el Nazareno, el crucificado, ha resucitado

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 16, 1-8

EN AQUEL TIEMPO, María la Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían una a otras:
-¿Quién nos correrá la piedra a la entrada del sepulcro?
Al mirar vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo:
-No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. HA RESUCITADO. Mirad el sitio donde lo pusieron. Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo.
Salieron corriendo del sepulcro, temblando de espanto. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían.

Palabra del Señor.


36. Después del Evangelio no se omita la homilía, aunque sea breve.


Audio y comentario del Evangelio de hoy (II)


VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana. Sábado Santo, 20 de abril de 2019

1. Las mujeres llevan los aromas a la tumba, pero temen que el viaje sea en balde, porque una gran piedra sella la entrada al sepulcro. El camino de aquellas mujeres es también nuestro camino; se asemeja al camino de la salvación que hemos recorrido esta noche. Da la impresión de que todo en él acabe estrellándose contra una piedra: la belleza de la creación contra el drama del pecado; la liberación de la esclavitud contra la infidelidad a la Alianza; las promesas de los profetas contra la triste indiferencia del pueblo. Ocurre lo mismo en la historia de la Iglesia y en la de cada uno de nosotros: parece que el camino que se recorre nunca llega a la meta. De esta manera se puede ir deslizando la idea de que la frustración de la esperanza es la oscura ley de la vida.

Hoy, sin embargo, descubrimos que nuestro camino no es en vano, que no termina delante de una piedra funeraria. Una frase sacude a las mujeres y cambia la historia: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» (Lc 24,5); ¿por qué pensáis que todo es inútil, que nadie puede remover vuestras piedras? ¿Por qué os entregáis a la resignación o al fracaso? La Pascua, hermanos y hermanas, es la fiesta de la remoción de las piedras. Dios quita las piedras más duras, contra las que se estrellan las esperanzas y las expectativas: la muerte, el pecado, el miedo, la mundanidad. La historia humana no termina ante una piedra sepulcral, porque hoy descubre la «piedra viva» (cf. 1 P 2,4): Jesús resucitado. Nosotros, como Iglesia, estamos fundados en Él, e incluso cuando nos desanimamos, cuando sentimos la tentación de juzgarlo todo en base a nuestros fracasos, Él viene para hacerlo todo nuevo, para remover nuestras decepciones. Esta noche cada uno de nosotros está llamado a descubrir en el que está Vivo a aquél que remueve las piedras más pesadas del corazón. Preguntémonos, antes de nada: ¿cuál es la piedra que tengo que remover en mí, cómo se llama esta piedra?

A menudo la esperanza se ve obstaculizada por la piedra de la desconfianza. Cuando se afianza la idea de que todo va mal y de que, en el peor de los casos, no termina nunca, llegamos a creer con resignación que la muerte es más fuerte que la vida y nos convertimos en personas cínicas y burlonas, portadoras de un nocivo desaliento. Piedra sobre piedra, construimos dentro de nosotros un monumento a la insatisfacción, el sepulcro de la esperanza. Quejándonos de la vida, hacemos que la vida acabe siendo esclava de las quejas y espiritualmente enferma. Se va abriendo paso así una especie de psicología del sepulcro: todo termina allí, sin esperanza de salir con vida. Esta es, sin embargo, la pregunta hiriente de la Pascua: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? El Señor no vive en la resignación. Ha resucitado, no está allí; no lo busquéis donde nunca lo encontraréis: no es Dios de muertos, sino de vivos (cf. Mt 22,32). ¡No enterréis la esperanza!

Hay una segunda piedra que a menudo sella el corazón: la piedra del pecado. El pecado seduce, promete cosas fáciles e inmediatas, bienestar y éxito, pero luego deja dentro soledad y muerte. El pecado es buscar la vida entre los muertos, el sentido de la vida en las cosas que pasan. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? ¿Por qué no te decides a dejar ese pecado que, como una piedra en la entrada del corazón, impide que la luz divina entre? ¿Por qué no pones a Jesús, luz verdadera (cf. Jn 1,9), por encima de los destellos brillantes del dinero, de la carrera, del orgullo y del placer? ¿Por qué no le dices a las vanidades mundanas que no vives para ellas, sino para el Señor de la vida?

2. Volvamos a las mujeres que van al sepulcro de Jesús. Ante la piedra removida, se quedan asombradas; viendo a los ángeles, dice el Evangelio, quedaron «despavoridas» y con «las caras mirando al suelo» (Lc 24,5). No tienen el valor de levantar la mirada. Y cuántas veces nos sucede también a nosotros: preferimos permanecer encogidos en nuestros límites, encerrados en nuestros miedos. Es extraño: pero, ¿por qué lo hacemos? Porque a menudo, en la situación de clausura y de tristeza nosotros somos los protagonistas, porque es más fácil quedarnos solos en las habitaciones oscuras del corazón que abrirnos al Señor. Y sin embargo solo él eleva. Una poetisa escribió: «Ignoramos nuestra verdadera estatura, hasta que nos ponemos en pie» (E. Dickinson, We never know how high we are). El Señor nos llama a alzarnos, a levantarnos de nuevo con su Palabra, a mirar hacia arriba y a creer que estamos hechos para el Cielo, no para la tierra; para las alturas de la vida, no para las bajezas de la muerte: ¿por qué buscáis entre los muertos al que vive?

Dios nos pide que miremos la vida como Él la mira, que siempre ve en cada uno de nosotros un núcleo de belleza imborrable. En el pecado, él ve hijos que hay que elevar de nuevo; en la muerte, hermanos para resucitar; en la desolación, corazones para consolar. No tengas miedo, por tanto: el Señor ama tu vida, incluso cuando tienes miedo de mirarla y vivirla. En Pascua te muestra cuánto te ama: hasta el punto de atravesarla toda, de experimentar la angustia, el abandono, la muerte y los infiernos para salir victorioso y decirte: “No estás solo, confía en mí”. Jesús es un especialista en transformar nuestras muertes en vida, nuestros lutos en danzas (cf. Sal 30,12); con Él también nosotros podemos cumplir la Pascua, es decir el paso: el paso de la cerrazón a la comunión, de la desolación al consuelo, del miedo a la confianza. No nos quedemos mirando el suelo con miedo, miremos a Jesús resucitado: su mirada nos infunde esperanza, porque nos dice que siempre somos amados y que, a pesar de todos los desastres que podemos hacer, su amor no cambia. Esta es la certeza no negociable de la vida: su amor no cambia. Preguntémonos: en la vida, ¿hacia dónde miro? ¿Contemplo ambientes sepulcrales o busco al que Vive?

3. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Las mujeres escuchan la llamada de los ángeles, que añaden: «Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea» (Lc 24,6). Esas mujeres habían olvidado la esperanza porque no recordaban las palabras de Jesús, su llamada acaecida en Galilea. Perdida la memoria viva de Jesús, se quedan mirando el sepulcro. La fe necesita ir de nuevo a Galilea, reavivar el primer amor con Jesús, su llamada: recordarlo, es decir, literalmente volver a Él con el corazón. Es esencial volver a un amor vivo con el Señor, de lo contrario se tiene una fe de museo, no la fe de pascua. Pero Jesús no es un personaje del pasado, es una persona que vive hoy; no se le conoce en los libros de historia, se le encuentra en la vida. Recordemos hoy cuando Jesús nos llamó, cuando venció nuestra oscuridad, nuestra resistencia, nuestros pecados, cómo tocó nuestros corazones con su Palabra.

Hermanos y hermanas, volvamos a Galilea.

Las mujeres, recordando a Jesús, abandonan el sepulcro. La Pascua nos enseña que el creyente se detiene por poco tiempo en el cementerio, porque está llamado a caminar al encuentro del que Vive. Preguntémonos: en mi vida, ¿hacia dónde camino? A veces nos dirigimos siempre y únicamente hacia nuestros problemas, que nunca faltan, y acudimos al Señor solo para que nos ayude. Pero entonces no es Jesús el que nos orienta sino nuestras necesidades. Y es siempre un buscar entre los muertos al que vive. Cuántas veces también, luego de habernos encontrado con el Señor, volvemos entre los muertos, vagando dentro de nosotros mismos para desenterrar arrepentimientos, remordimientos, heridas e insatisfacciones, sin dejar que el Resucitado nos transforme. Queridos hermanos y hermanas, démosle al que Vive el lugar central en la vida. Pidamos la gracia de no dejarnos llevar por la corriente, por el mar de los problemas; de no ir a golpearnos con las piedras del pecado y los escollos de la desconfianza y el miedo. Busquémoslo a Él, dejémonos buscar por Él, busquémoslo a Él en todo y por encima de todo. Y con Él resurgiremos.


LITURGIA BAUTISMAL

Tercera parte:
LITURGIA BAUTISMAL

37. Después de la homilía se procede a la liturgia bautismal. El sacerdote, con los ministros, se dirige a la fuente bautismal, si esta se encuentra situada a la vista de los fieles. Si no es así, se coloca un recipiente con agua en el presbiterio.

38. Si hay catecúmenos, se los llama y sus padrinos los presentan; pero si los catecúmenos son niños, son sus padres y padrinos quienes los llevan y presentan a toda la asamblea congregada.

39. Si hay procesión al baptisterio o a la fuente, se organiza inmediatamente. Abre la procesión un ministro con el cirio pascual, siguen los bautismos con los padrinos, luego los demás ministros, el diácono y el sacerdote. Durante la procesión se cantan las letanías (n. 43). Terminadas estas, el sacerdote hace la monición (n. 40).

40. Si la liturgia bautismal se desarrolla en el presbiterio, el sacerdote hace inmediatamente la monición introductoria con estas palabras u otras parecidas.

A. Si hay bautismos:


Queridos hermanos: acompañemos unánimes con nuestra oración la esperanza de nuestros hermanos que van a la fuente de la regeneración, para que el Padre omnipotente les otorgue todo el auxilio de su misericordia.


B. Si se bendice la fuente, pero no hay bautismos:


Invoquemos, queridos hermanos, a Dios todopoderoso para que su gracia descienda sobre esta fuente, y cuantos en ella renazcan, sean incorporados a Cristo como hijos de adopción.


41. Dos cantores entonan las letanías a las que todos responden estando en pie (por razón del tiempo pascual). Si la procesión hasta el baptisterio es larga, las letanías se cantan durante dicha procesión; entonces, se llama a los que se van a bautizar antes de empezar la procesión. Se abre la procesión con el cirio pascual, luego siguen los catecúmenos con sus padrinos, después los ministros, el diácono y el sacerdote. En este caso, la monición precedente se hace antes de la bendición del agua.

42. Si no hay bautismos ni se ha de bendecir la fuente, omitidas las letanías, se procede inmediatamente a la bendición del agua (n. 52).

43. En las letanías se pueden añadir algunos nombres de santos, especialmente el del titular de la iglesia, el de los patronos del lugar y el de los que van a ser bautizados.


Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.

Cristo, ten piedad. Cristo, ten piedad.

Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.

Santa María, Madre de Dios. Ruega por nosotros.

San Miguel. Ruega por nosotros.

Santos Ángeles de Dios. Rogad por nosotros.

San Juan Bautista. Ruega por nosotros.

San José. Ruega por nosotros.

Santos Pedro y Pablo. Rogad por nosotros.

San Andrés. Ruega por nosotros.

San Juan. Ruega por nosotros.

Santa María Magdalena. Ruega por nosotros.

San Esteban. Ruega por nosotros.

San Ignacio de Antioquía. Ruega por nosotros.

San Lorenzo. Ruega por nosotros.

Santas Perpetua y Felicidad. Rogad por nosotros.

Santa Inés. Ruega por nosotros.

San Gregorio. Ruega por nosotros.

San Agustín. Ruega por nosotros.

San Atanasio. Ruega por nosotros.

San Basilio. Ruega por nosotros.

San Martín. Ruega por nosotros.

San Benito. Ruega por nosotros.

Santos Francisco y Domingo. Rogad por nosotros.

San Francisco Javier. Ruega por nosotros.

San Juan María [Vianney]. Ruega por nosotros.

Santa Catalina [de Siena]. Ruega por nosotros.

Santa Teresa de Jesús. Ruega por nosotros.

Santos y Santas de Dios. Rogad por nosotros.

Muéstrate propicio. Líbranos, Señor.

De todo mal. Líbranos, Señor.

De todo pecado. Líbranos, Señor.

De la muerte eterna. Líbranos, Señor.

Por tu encarnación. Líbranos, Señor.

Por tu muerte y resurrección. Líbranos, Señor.

Por el envío del Espíritu Santo. Líbranos, Señor.

Nosotros, que somos pecadores. Te rogamos, óyenos.


A. Si hay bautizos:

Para que regeneres a estos elegidos con la gracia del bautismo. Te rogamos, óyenos.

B. Si no hay bautizos:

Para que santifiques esta agua en la que renacerán tus nuevos hijos. Te rogamos, óyenos.

Jesús, Hijo de Dios vivo. Te rogamos, óyenos.

Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.

Cristo, escúchanos. Cristo, escúchanos.

 

Si hay bautismos, el sacerdote dice la siguiente oración con las manos extendidas:


Dios todopoderoso y eterno,
manifiesta tu presencia en estos sacramentos,
obra de tu amor sin medida,
y envía el espíritu de adopción para recrear los nuevos pueblos
que alumbrará para ti la fuente bautismal;
así tu poder dará eficacia a la humilde acción de nuestro ministerio.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

 

Bendición del agua bautismal

44. El sacerdote bendice el agua bautismal, diciendo la siguiente oración con las manos extendidas:

Oh, Dios, que realizas en tus sacramentos obras admirables con tu poder invisible,

y de diversos modos te has servido de tu criatura el agua

para significar la gracia del bautismo.

Oh, Dios, cuyo Espíritu, en los orígenes del mundo, se cernía sobre las aguas,

para que ya desde entonces concibieran el poder de santificar.

Oh, Dios, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio

prefiguraste el nuevo nacimiento,

de modo que una misma agua, misteriosamente, 

pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad.

Oh, Dios, que hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo a los hijos de Abrahán,

para que el pueblo liberado de la esclavitud del Faraón

fuera imagen de la familia de los bautizados.

Oh, Dios, cuyo Hijo, al ser bautizado por Juan en el agua del Jordán,

fue ungido por el Espíritu Santo;

colgado en la cruz vertió de su costado agua, junto con la sangre;

y después de su resurrección mandó a sus apóstoles:

«Id y haced discípulos de todos los pueblos,

bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo»,

mira el rostro de tu Iglesia y dígnate abrir para ella la fuente del bautismo.

Que esta agua reciba, por el Espíritu Santo, la gracia de tu Unigénito,

para que el hombre, creado a tu imagen,

lavado, por el sacramento del bautismo,

de todas las manchas de su vieja condición,

renazca, como niño, a nueva vida por el agua y el Espíritu.

Y, metiendo, si lo cree oportuno, el cirio pascual en el agua una o tres veces, prosigue:

Te pedimos, Señor, que el poder del Espíritu Santo, por tu Hijo,

descienda hasta el fondo de esta fuente,

Y, teniendo el cirio en el agua, prosigue:

para que todos los sepultados con Cristo en su muerte, por el bautismo,

resuciten a la vida con él.

Que vive y reina contigo.

R. Amén.


45. Seguidamente saca el cirio del agua, y el pueblo hace la siguiente aclamación:


Manantiales, bendecid al Señor,

ensalzadlo con himnos por los siglos.

 

46. Terminada la bendición del agua bautismal con la consiguiente aclamación del pueblo, el sacerdote, de pie, interroga a los adultos y a los padres o padrinos de los niños, para hacer las renuncias, como se determina en los respectivos rituales.

Si la unción de los adultos con el óleo de los catecúmenos no se ha hecho anteriormente en los ritos preparatorios, se hace en este momento.

47. Después, el sacerdote interroga sobre la fe a cada adulto, y si se trata de niños, pide a la vez a los padres y padrinos la triple profesión de fe, como se indica en los respectivos rituales.

Cuando en esta noche son muchos los que han de ser bautizados, se puede ordenar el rito de modo que, inmediatamente después de la respuesta de los bautizandos, padres y padrinos, el celebrante pida y reciba la renovación de las promesas bautismales de todos los presentes.

48. Terminado el interrogatorio, el sacerdote bautiza a los elegidos adultos y niños.

49. A continuación del bautismo el sacerdote unge a los niños con el crisma. A todos, adultos y niños, se les entrega la vestidura blanca. Seguidamente, el sacerdote o el diácono toma el cirio pascual de manos de un ministro y de él se encienden las velas de los neófitos. En el bautismo de los niños se omite el rito del Effetá.

50. Después, si no han tenido lugar en el presbiterio la ablución bautismal y los demás ritos explanativos, se regresa al presbiterio, ordenando la procesión como antes, llevando los neófitos, o sus padres y padrinos, las velas encendidas. Durante la procesión se entona el canto bautismal Vi que manaba agua u otro apropiado (n. 54).

51. Si los bautizados son adultos, el obispo o, en su ausencia, el presbítero que confirió el bautismo, les administra inmediatamente el sacramento de la Confirmación en el presbiterio, como se indica en el Pontifical o en el Ritual Romano.


Bendición del agua común

52. Si no hay bautizos ni se bendice la fuente bautismal, el sacerdote bendice el agua con la siguiente oración:

Invoquemos, queridos hermanos, a Dios Padre todopoderoso, para que bendiga esta agua, que va a ser derramada sobre nosotros en memoria de nuestro bautismo, y pidámosle que nos renueve interiormente, para que permanezcamos fieles al Espíritu que hemos recibido.

Después de una breve oración en silencio, prosigue con las manos juntas:

Señor, Dios nuestro,
muéstrate propicio a tu pueblo que vela en esta noche santa.
Dígnate bendecir esta agua
ahora que celebramos la acción admirable de nuestra creación
y la maravilla, aún más grande, de nuestra redención.
Tú la creaste para hacer fecunda la tierra
y para dar alivio y frescor a nuestros cuerpos.
La hiciste también instrumento de tu misericordia
al librar a tu pueblo, por medio de ella, de la esclavitud
y al apagar su sed en el desierto;
por los profetas la revelaste como signo de la nueva alianza
que quisiste sellar con los hombres.
Y finalmente, también por ella, santificada por Cristo en el Jordán,
renovaste nuestra naturaleza pecadora en el baño del nuevo nacimiento.
Que esta agua, Señor, avive en nosotros el recuerdo de nuestro bautismo
y nos haga participar en el gozo de nuestros hermanos, bautizados en la Pascua.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

 

Renovación de las promesas del bautismo

 53. Acabado el rito del bautismo (y de la confirmación), o después de la bendición del agua, si no hubo bautismos, todos de pie y con las velas encendidas en sus manos, renuevan las promesas del bautismo, a no ser que se hubiera hecho junto con los que van a ser bautizados (cf. n. 49).

El sacerdote se dirige a los fieles con estas o semejantes palabras:

Queridos hermanos: Por el Misterio pascual hemos sido sepultados con Cristo en el bautismo, para que vivamos una vida nueva. Por tanto, terminado el ejercicio de la Cuaresma, renovemos las promesas del santo bautismo, con las que en otro tiempo renunciamos a Satanás y a sus obras, y prometimos servir fielmente a Dios en la santa Iglesia católica.

I

Sacerdote: ¿Renunciáis a Satanás?

Todos: Sí, renuncio.

Sacerdote: ¿Y a todas sus obras?

Todos: Sí, renuncio.

Sacerdote: ¿Y a todas sus seducciones?

Todos: Sí, renuncio.*

II

Sacerdote: ¿Renunciáis al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios?

Todos: Si, renuncio.

Sacerdote: ¿Renunciáis a todas las seducciones del mal, para que no domine en vosotros el pecado?

Todos: Si, renuncio.

Sacerdote: ¿Renunciáis a Satanás, padre y príncipe del pecado?

Todos: Si, renuncio.*

 

*Prosigue el sacerdote: 

¿Creéis en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra?

Todos: Si, creo.

Sacerdote: ¿Creéis en Jesucristo, su Hijo único, nuestro Señor, que nació de Santa María Virgen, murió, fue sepultado, resucitó de entre los muertos y está sentado a la derecha del Padre?

Todos: Sí, creo.

Sacerdote: ¿Creéis en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia católica, en la comunión de los santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de la carne y en la vida eterna?

Todos: Sí, creo.

Y concluye el sacerdote: 

Que Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos regeneró por el agua y el Espíritu Santo y que nos concedió la remisión de los pecados, nos guarde en su gracia, en el mismo Jesucristo nuestro Señor, para la vida eterna.

Todos: Amén.

 

54. El sacerdote asperja al pueblo con agua bendita, mientras todos cantan:

Antífona

Vi que manaba agua del lado derecho del templo, aleluya. Y habrá vida dondequiera que llegue la corriente y cantarán: Aleluya, aleluya.


Se puede cantar otro canto de índole bautismal.

55. Mientras tanto los neófitos son conducidos a su lugar entre los fieles.

Si la bendición del agua bautismal se hizo en el presbiterio, el diácono y los ministros llevan el recipiente del agua al baptisterio.

Si no hubo bendición del agua bautismal, el agua bendita se deja en lugar conveniente.

56. Acabada la aspersión, el sacerdote vuelve a la sede, donde, omitida la profesión de fe, dirige la oración de los fieles, en la que los neófitos participan por primera vez.

 

Oración de los fieles

Por medio de Jesucristo el Señor, resucitado de la muerte por el poder del Espíritu Santo, dirigimos en esta santa noche nuestra súplicas al Padre.

- Por todos los que, reunidos en asamblea por todo el mundo, renuevan esta noche su adhesión a Cristo Jesús. Roguemos al Señor.

- Por los catecúmenos que, iluminados con la luz de Cristo, se incorporan esta noche a la Iglesia por los sacramentos de la iniciación cristiana. Roguemos al Señor.

- Por el papa, por nuestro obispo, por todos los obispos, sacerdotes, diáconos y demás ministros de la Iglesia. Roguemos al Señor.

- Por el rey, por el gobierno de nuestro país, por los gobernantes de todos los pueblos y naciones. Roguemos al Señor.

- Por toda la humanidad que, rescatada en Cristo de la muerte, todavía sufre en la espera de su plena liberación. Roguemos al Señor.

- Por nosotros que, renacidos del agua y del Espíritu, nos disponemos a participar en el banquete de la Pascua y queremos vivir en plenitud el Misterio pascual. Roguemos al Señor.


Señor y Dios nuestro, tú, que, por el poder del Espíritu,
has resucitado a Jesús del reino de los muertos
para tu gloria y para nuestra salvación,
escucha la oración que la Iglesia te dirige en esta santa noche,
apoyada en la intercesión del mismo Jesucristo tu Hijo,
que vive y reina por los siglos de los siglos.
R/. Amén.


LITURGIA EUCARÍSTICA

Cuarta parte:
LITURGIA EUCARÍSTICA

 57. El sacerdote va al altar y comienza la liturgia eucarística como de costumbre.

58. Conviene que el pan y el vino sean llevados por los neófitos, y si son niños, por sus padres y padrinos.

 

Oración sobre las ofrendas

Acepta, Señor, con estas ofrendas la oración de tu pueblo,
para que los sacramentos pascuales
que inauguramos nos hagan llegar, con tu ayuda, a la vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

 

Prefacio pascual I
El misterio pascual

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
glorificarte siempre, Señor;
pero más que nunca exaltarte en esta noche
en que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.
Porque él es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo;
muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida.

Por eso, con esta efusión de gozo pascual,
el mundo entero se desborda de alegría,
y también los coros celestiales,
los ángeles y los arcángeles,
cantan el himno de tu gloria diciendo sin cesar:

Santo, Santo, Santo...
 

62. Antes del Cordero de Dios, el sacerdote exhorta brevemente a los neófitos sobre la primera comunión que van a recibir y sobre el valor de tan gran misterio, que es culmen de la iniciación y centro de toda vida cristiana.

63. Conviene que los neófitos reciban la sagrada comunión bajo las dos especies, junto con los padrinos, madrinas, padres y cónyuges católicos, así como los catequistas laicos. Conviene también que, con el consentimiento del obispo diocesano, donde las circunstancias lo aconsejen, todos los fieles sean admitidos a la sagrada comunión bajo las dos especies.


Antífona de comunión Cf. 1 Cor 5, 7-8

Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así pues, celebremos con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad. Aleluya.

Oportunamente se canta el salmo 117.

 

Oración después de la comunión

Derrama, Señor, en nosotros tu Espíritu de caridad,
para que hagas vivir concordes en el amor
a quienes has saciado con los sacramentos pascuales.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
 
Bendición solemne

Que os bendiga Dios todopoderoso
en la solemnidad pascual que hoy celebramos
y, compasivo, os defienda de toda asechanza del pecado.

R. Amén.

El que os ha renovado para la vida eterna,
en la resurrección de su Unigénito,
os colme con el premio de la inmortalidad.

R. Amén.

Y quienes, terminados los días de la pasión del Señor,
habéis participado en los gozos de la fiesta de Pascua,
podáis llegar, por su gracia, con espíritu exultante
a aquellas fiestas que se celebran con alegría eterna.

R. Amén.

Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo + y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros.

R. Amén.

Según las circunstancias, se puede emplear también la fórmula de bendición conclusiva del Ritual del Bautismo de adultos y de niños.

Para despedir al pueblo, el diácono, o el mismo sacerdote, canta:

Podéis ir en paz, aleluya, aleluya.

R. Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya.

[Si no se canta se dice]


Esto se observa durante toda la Octava de Pascua.

El cirio pascual se enciende en todas las celebraciones litúrgicas más solemnes de este tiempo.



Pensamientos para el Evangelio de hoy

«Lo que hay que considerar en estos hechos es la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer que no se apartaba del sepulcro. Ella fue la única en verlo, porque se había quedado buscándolo, pues lo que da fuerza a las buenas obras es la perseverancia en ellas» (San Gregorio Magno)

«Jesús no ha vuelto a una vida humana normal de este mundo, como Lázaro y los otros muertos que Jesús resucitó. Él ha entrado en una vida distinta, nueva; en la inmensidad de Dios» (Benedicto XVI)

«El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya san Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: ‘Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce’. El Apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 639)

 



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