05 de marzo - MIÉRCOLES DE CENIZA, feria (Día de ayuno y abstinencia)


  
  MIÉRCOLES DE CENIZA, feria (Día de ayuno y abstinencia)
  Oficio propio del Miércoles de Ceniza, Semana IV del Salterio
 (Cambio de Salterio: Liturgia de las Horas, Tomo II: Oficio de Lecturas  Laudes - Tercia   - Sexta Nona Vísperas - Completas)



PROGRAMA PARROQUIAL:
MIÉRCOLES, 05 DE MARZO

PARROQUIA DEL CARMEN:

Eucaristía del Miércoles de Ceniza con de la Imposición de la Ceniza (a las 18.30 h.).

PARROQUIA DE LOS DOLORES:

- Celebración de la Imposición de la Ceniza con los niños de catequesis (a las 17.30 h.).

- Rezo del Santo Rosario (19.00 h.) y Eucaristía del Miércoles de Ceniza, en la Parroquia (a las 19.30 h.): Segundo Día del Quinario del Cristo de la Lanzada.

- Celebración de la Imposición de la Ceniza - Comunidades Neocatecumenales (a las 20.30 h.).



DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA

TIEMPO DE CUARESMA 

Introducción al tiempo de Cuaresma

Del Directorio sobre la Piedad popular y la Liturgia (nn. 124-125)

La Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua. Tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más frecuente a las «armas de la penitencia cristiana»: la oración, el ayuno y la limosna (cf. Mt 6,1-6.16-18). En el ámbito de la piedad popular no se percibe fácilmente el sentido mistérico de la Cuaresma y no se han asimilado algunos de los grandes valores y temas, como la relación entre el «sacramento de los cuarenta días» y los sacramentos de la iniciación cristiana, o el misterio del «éxodo», presente a lo largo de todo el itinerario cuaresmal. Según una constante de la piedad popular, que tiende a centrarse en los misterios de la humanidad de Cristo, en la Cuaresma los fieles concentran su atención en la pasión y muerte del Señor.

El comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el rito romano, se caracteriza por el austero símbolo de las cenizas, que distingue la liturgia del Miércoles de Ceniza. Propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. Se debe ayudar a los fieles, que acuden en gran número a recibir la ceniza, a que capten el significado interior que tiene este gesto, que abre a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual.



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ADORACIÓN PERPETUA
DEL STMO. SACRAMENTO EN VIVO

Parroquia Ntra. Sra. de la Merced
Instituto del Verbo Encarnado
Capilla "San Ignacio de Loyola"
(Manresa, España)


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"Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna" (Mt 19,29)

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El corto (short) de la semana:




NOTICIAS DE ACTUALIDAD


MENSAJE DEL SANTO PADRE

FRANCISCO

PARA LA CUARESMA 2025

«Caminemos juntos en la esperanza»

Queridos hermanos y hermanas:

Con el signo penitencial de las cenizas en la cabeza, iniciamos la peregrinación anual de la santa cuaresma, en la fe y en la esperanza. La Iglesia, madre y maestra, nos invita a preparar nuestros corazones y a abrirnos a la gracia de Dios para poder celebrar con gran alegría el triunfo pascual de Cristo, el Señor, sobre el pecado y la muerte, como exclamaba san Pablo: «La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?» ( 1 Co 15,54-55). Jesucristo, muerto y resucitado es, en efecto, el centro de nuestra fe y el garante de nuestra esperanza en la gran promesa del Padre: la vida eterna, que ya realizó en Él, su Hijo amado (cf. Jn 10,28; 17,3) [1].

En esta cuaresma, enriquecida por la gracia del Año jubilar, deseo ofrecerles algunas reflexiones sobre lo que significa caminar juntos en la esperanza y descubrir las llamadas a la conversión que la misericordia de Dios nos dirige a todos, de manera personal y comunitaria.

Antes que nada, caminar. El lema del Jubileo, “Peregrinos de esperanza”, evoca el largo viaje del pueblo de Israel hacia la tierra prometida, narrado en el libro del Éxodo; el difícil camino desde la esclavitud a la libertad, querido y guiado por el Señor, que ama a su pueblo y siempre le permanece fiel. No podemos recordar el éxodo bíblico sin pensar en tantos hermanos y hermanas que hoy huyen de situaciones de miseria y de violencia, buscando una vida mejor para ellos y sus seres queridos. Surge aquí una primera llamada a la conversión, porque todos somos peregrinos en la vida. Cada uno puede preguntarse: ¿cómo me dejo interpelar por esta condición? ¿Estoy realmente en camino o un poco paralizado, estático, con miedo y falta de esperanza; o satisfecho en mi zona de confort? ¿Busco caminos de liberación de las situaciones de pecado y falta de dignidad? Sería un buen ejercicio cuaresmal confrontarse con la realidad concreta de algún inmigrante o peregrino, dejando que nos interpele, para descubrir lo que Dios nos pide, para ser mejores caminantes hacia la casa del Padre. Este es un buen “examen” para el viandante.

En segundo lugar, hagamos este viaje juntos. La vocación de la Iglesia es caminar juntos, ser sinodales [2]. Los cristianos están llamados a hacer camino juntos, nunca como viajeros solitarios. El Espíritu Santo nos impulsa a salir de nosotros mismos para ir hacia Dios y hacia los hermanos, y nunca a encerrarnos en nosotros mismos [3]. Caminar juntos significa ser artesanos de unidad, partiendo de la dignidad común de hijos de Dios (cf. Ga 3,26-28); significa caminar codo a codo, sin pisotear o dominar al otro, sin albergar envidia o hipocresía, sin dejar que nadie se quede atrás o se sienta excluido. Vamos en la misma dirección, hacia la misma meta, escuchándonos los unos a los otros con amor y paciencia.

En esta cuaresma, Dios nos pide que comprobemos si en nuestra vida, en nuestras familias, en los lugares donde trabajamos, en las comunidades parroquiales o religiosas, somos capaces de caminar con los demás, de escuchar, de vencer la tentación de encerrarnos en nuestra autorreferencialidad, ocupándonos solamente de nuestras necesidades. Preguntémonos ante el Señor si somos capaces de trabajar juntos como obispos, presbíteros, consagrados y laicos, al servicio del Reino de Dios; si tenemos una actitud de acogida, con gestos concretos, hacia las personas que se acercan a nosotros y a cuantos están lejos; si hacemos que la gente se sienta parte de la comunidad o si la marginamos [4]. Esta es una segunda llamada: la conversión a la sinodalidad.

En tercer lugar, recorramos este camino juntos en la esperanza de una promesa. La esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5), mensaje central del Jubileo [5], sea para nosotros el horizonte del camino cuaresmal hacia la victoria pascual. Como nos enseñó el Papa Benedicto XVI en la Encíclica Spe salvi, «el ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: “Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” ( Rm 8,38-39)» [6]. Jesús, nuestro amor y nuestra esperanza, ha resucitado [7], y vive y reina glorioso. La muerte ha sido transformada en victoria y en esto radica la fe y la esperanza de los cristianos, en la resurrección de Cristo.

Esta es, por tanto, la tercera llamada a la conversión: la de la esperanza, la de la confianza en Dios y en su gran promesa, la vida eterna. Debemos preguntarnos: ¿poseo la convicción de que Dios perdona mis pecados, o me comporto como si pudiera salvarme solo? ¿Anhelo la salvación e invoco la ayuda de Dios para recibirla? ¿Vivo concretamente la esperanza que me ayuda a leer los acontecimientos de la historia y me impulsa al compromiso por la justicia, la fraternidad y el cuidado de la casa común, actuando de manera que nadie quede atrás? 

Hermanas y hermanos, gracias al amor de Dios en Jesucristo estamos protegidos por la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5). La esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme [8]. En ella la Iglesia suplica para que «todos se salven» ( 1 Tm 2,4) y espera estar un día en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo. Así se expresaba santa Teresa de Jesús: «Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo» ( Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3) [9].

Que la Virgen María, Madre de la Esperanza, interceda por nosotros y nos acompañe en el camino cuaresmal.

Roma, San Juan de Letrán, 6 de febrero de 2025, memoria de los santos Pablo Miki y compañeros, mártires.

Francisco

__________________
[1] Cf. Carta enc. Dilexit nos (24 octubre 2024), 220.
[2] Cf. Homilía en la Santa Misa por la canonización de los beatos Juan Bautista Scalabrini y Artémides Zatti (9 octubre 2022).
[3] Cf. ibíd.
[4] Cf. ibíd.
[5] Cf. Bula Spes non confundit, 1.

 


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La Diócesis de Huelva inicia la Cuaresma con la Misa de Imposición de Cenizas

Este miércoles, 5 de marzo, las parroquias de la Diócesis de Huelva celebrarán la tradicional Misa de Imposición de Cenizas, rito con el que la Iglesia da comienzo a la Cuaresma. En la Santa Iglesia Catedral, esta celebración estará presidida por el obispo diocesano, Mons. Santiago Gómez, a las 19.00 horas. | Imagen: Miércoles de ceniza correspondiente al año 2024.


El Obispo de Huelva pide oraciones por la salud del Papa Francisco

Con este gesto de comunión y cercanía, la Iglesia en Huelva se une a toda la Iglesia universal en la súplica por el bienestar del Papa

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SANTORAL DE HOY


Elogio: En Cesarea de Palestina, san Adriano, mártir, que en la persecución desencadenada bajo el emperador Diocleciano, en el día en que solían celebrarse los festejos de la Fortuna, por orden del procurador Firmiliano, y por su fe en Cristo, fue arrojado ante un león y después degollado a espada.

 

   San Teófilo de Cesarea, obispo   

Conmemoración de san Teófilo, obispo de Cesarea de Palestina, que bajo el emperador Septimio Severo brilló por su sabiduría e integridad de vida. († 195)

   San Conon el Jardinero, mártir

En Panfilia, san Conón, mártir, hortelano de profesión, que en tiempo del emperador Decio fue obligado a correr ante un carro con los pies atravesados por clavos y, cayendo de rodillas, entregó el espíritu mientras oraba. († c. 250)

   San Lucio I, papa   

En Roma, en la vía Apia, en el cementerio de Calixto, sepultura de san Lucio, papa, sucesor de Cornelio, que sufrió el exilio por la fe de Cristo y, en tiempos angustiosos, fue eximio confesor de la fe, actuando con moderación y prudencia. († 254)

   San Foca, mártir   

En Sinope, en el Ponto, san Foca, mártir, labrador de oficio, que sufrió muchas injurias por el nombre del Redentor. († c. s. IV)

   San Gerásimo, eremita   

En Palestina, en la ribera del Jordán, san Gerásimo, anacoreta, que en tiempo del emperador Zenón, convertido a la fe ortodoxa por obra de san Eutimio, se entregó a grandes penitencias, y ofreció a todos los que bajo su dirección se ejercitaban en la vida monástica la norma de una integérrima disciplina y el modo de sustentarse. († 475)

   San Kierano de Sahigir, abad y obispo   

En Sahigir, en la región de Ossory, en Hibernia, san Kierano, obispo y abad. († 530)

   San Virgilio de Arlés, obispo   

En Arlés, en la Provenza, san Virgilio, obispo, que recibió como huéspedes a san Agustín y a sus monjes cuando estos viajaban hacia Inglaterra por encargo del papa san Gregorio Magno. († c. 618)

   Beato Cristóbal Macassoli, religioso presbítero

En Vigevano, en Lombardía, beato Cristóbal Macassoli, presbítero de la Orden de Hermanos Menores, insigne por su predicación y su caridad para con los pobres. († 1485)

   Beato Jeremías Kostistik de Valacchia, religioso   

En Nápoles, de la Campania, beato Jeremías (Juan) Kostistik de Valacchia, religioso de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, que, con caridad y alegría, asistió incesantemente a los enfermos durante cuarenta años. († 1625)

   San Juan José de la Cruz, religioso presbítero   

También en Nápoles, san Juan José de la Cruz (Carlos Cayetano) Calosirto, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que, siguiendo las huellas de san Pedro de Alcántara, restableció la disciplina de la Regla en muchos conventos de la región napolitana. († 1734)

   Beato Lazër Shantoja, presbítero y mártir 

En Tirana, Albania, beato Lazër Shantoja, presbítero de la arquidiócesis de Shkodrë-Pult y mártir. († 1945)


LITURGIA DE HOY

 

TIEMPO DE CUARESMA

Cuarta semana del salterio


Comienza a utilizarse el volumen II de la Liturgia de las Horas.

En la misa dominical: volumen I-C del Leccionario.

En la misa ferial: volumen II del Leccionario.


Día de ceniza e inicio de la muy sagrada Cuaresma: he aquí que vienen días de penitencia para la remisión de los pecados, para la salvación de las almas; he aquí el tiempo favorable, en el que se asciende a la montaña santa de la Pascua (elog. del Martirologio Romano).


Día 1º de Cuaresma:

Tiempo favorable para convertirse obrando según Dios


Misa de feria (morado).

MISAL: ants. y oracs. props., se omite el acto penitencial, Pf. III o IV Cuaresma. No se puede decir la PE IV.

LECC.: vol. II.

- Jl 2, 12-18. Rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos.
- Sal 50. R. Misericordia, Señor, hemos pecado.
- 2 Cor 5, 20 — 6, 2. Reconciliaos con Dios: ahora es tiempo favorable.
- Mt 6, 1-6. 16-18. Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

La conversión del corazón es volvernos hacia el Dios compasivo y misericordioso que manifiesta su bendición a través del perdón. Esto es lo que buscamos con las prácticas cuaresmales a través de las obras de caridad y de penitencia que nos preparan para llegar con un corazón limpio a la pascua de resurrección. Con el salmo nos reconocemos pecadores y necesitados para no echar en saco roto la gracia de Dios. Un Dios Padre de todos que está en lo escondido y ve en lo escondido.  Después del Evangelio y la homilía, se bendice e impone la ceniza, hecha de los ramos de olivo o de otros árboles, bendecidos el año precedente.

- La bendición e imposición de la ceniza se puede hacer también fuera de la misa. En este caso es recomendable que preceda una liturgia de la Palabra, utilizando la antífona de entrada, la oración colecta, las lecturas con sus cantos, como en la misa. Sigue después la homilía y la bendición e imposición de la ceniza. El rito concluye con la oración universal, bendición y despedida de los fieles.

- Hoy no se permiten otras celebraciones, excepto la misa exequial.

Después del Evangelio y la homilía, se bendice e impone la ceniza, hecha de los ramos de olivo o de otros árboles, bendecidos el año precedente.

* La bendición e imposición de la ceniza se puede hacer también fuera de la misa. En este caso es recomendable que preceda una liturgia de la Palabra, utilizando la antífona de entrada, la oración colecta, las lecturas con sus cantos, como en la misa. Sigue después la homilía y la bendición e imposición de la ceniza. El rito concluye con la oración universal, bendición y despedida de los fieles.

* Hoy no se permiten otras celebraciones, excepto la misa exequial.

Liturgia de las Horas: oficio de feria.

Martirologio: elogs. del 6 de marzo, pág. 193.

CALENDARIOS: Sigüenza-Guadalajara: Aniversario de la ordenación episcopal de Mons. Julián Ruiz Martorell, obispo (2011).


RITOS INICIALES 

En la misa de este día se bendice y se impone la ceniza, hecha de ramos de olivo o de otros árboles, bendecidos el año precedente.

La bendición e imposición de la ceniza se puede hacer también fuera de la misa. En este caso es recomendable que preceda una liturgia de la Palabra, utilizando la antífona de entrada, la oración colecta, las lecturas con sus cantos, como en la misa. Sigue después la homilía y la bendición e imposición de la ceniza. El rito concluye con la oración universal, bendición y despedida de los fieles.

 

Ritos iniciales y liturgia de la Palabra

 

Antífona de entrada Cf. Sab 11, 23-24.

Te compadeces de todos, Señor, y no aborreces nada de lo que hiciste; pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan, y los perdonas, porque tú eres nuestro Dios y Señor.

 

Monición de entrada

Con esta celebración inauguramos la Cuaresma, tiempo especialmente propicio para escuchar la Palabra de Dios, y asimilarla en profundidad mediante la meditación y la oración.

Con la escucha de la Palabra de Dios, la oración, la limosna y el ayuno, nos preparamos para celebrar el momento cumbre del año cristiano: la Pascua del Señor: su pasión, muerte y resurrección; en la noche santa de la resurrección de Cristo renovaremos los compromisos de nuestro bautismo.

Por todo ello, la Cuaresma lleva consigo una llamada de Dios a la conversión: a reconocer nuestros pasos extraviados y orientar toda nuestra vida de acuerdo con la voluntad de Dios sobre nosotros.

Se omite el acto penitencial, ya que en esta celebración es sustituido por la imposición de la ceniza.

 

Oración colecta

Concédenos, Señor,
comenzar el combate cristiano con el ayuno santo,
para que, al luchar contra los enemigos espirituales,
seamos fortalecidos con la ayuda de la austeridad.
Por nuestro Señor Jesucristo.


LITURGIA DE LA PALABRA  

PRIMERA LECTURA 
Rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos

Lectura de la profecía de Joel 2, 12-18
AHORA —oráculo del Señor—,
convertíos a mí de todo corazón, 
con ayunos, llantos y lamentos; 
rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos, 
y convertíos al Señor vuestro Dios, 
un Dios compasivo y misericordioso, 
lento a la cólera y rico en amor, 
que se arrepiente del castigo.
¡Quién sabe si cambiará y se arrepentirá 
dejando tras de sí la bendición, 
ofrenda y libación 
para el Señor, vuestro Dios! 
Tocad la trompeta en Sion, 
proclamad un ayuno santo, 
convocad a la asamblea, 
reunid a la gente, 
santificad a la comunidad, 
llamad a los ancianos; 
congregad a los muchachos 
y a los niños de pecho; 
salga el esposo de la alcoba 
y la esposa del tálamo.
Entre el atrio y el altar 
lloren los sacerdotes, 
servidores del Señor, 
y digan: 
«Ten compasión de tu pueblo, Señor; 
no entregues tu heredad al oprobio 
ni a las burlas de los pueblos». 
¿Por qué van a decir las gentes: 
«Dónde está su Dios»? 
Entonces se encendió 
el celo de Dios por su tierra 
y perdonó a su pueblo.
Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL (Sal 50, 3-4. 5-6ab. 12-13. 14 y 17 [R.: cf. 3a])
 
V. Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
R. Misericordia, Señor, hemos pecado.
V. Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad en tu presencia.
R. Misericordia, Señor, hemos pecado.
V. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
R. Misericordia, Señor, hemos pecado.
V. Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
R. Misericordia, Señor, hemos pecado.

SEGUNDA LECTURA 
Reconciliaos con Dios: ahora es tiempo favorable

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5, 20-6, 2

HERMANOS: 

Actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. 

Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él. 

Y como cooperadores suyos, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios. Pues dice: 

«En el tiempo favorable te escuché, 
en el día de la salvación te ayudé».

Pues mirad: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación.

Palabra de Dios. 

 

Versículo antes del Evangelio cf. Sal 94, 8ab. 7d

No endurezcáis hoy vuestro corazón; escuchad la voz del Señor.


EVANGELIO
Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 6, 1-6.16-18

EN AQUEL TIEMPO, dijo Jesús a sus discípulos:

«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial. 

Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa. 

Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 

Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. 

Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará. 

Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga. 

Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».

Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.


 

Catecismo de la Iglesia Católica

1438 Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia (cf SC 109-110; CIC can. 1249-1253; CCEO 880-883). Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras).

 

SANTA MISA, BENDICIÓN E IMPOSICIÓN DE LA CENIZA

SANTO PADRE FRANCISCO

Iniciamos el camino de la cuaresma. Este se abre con las palabras del profeta Joel, que indican la dirección a seguir. Hay una invitación que nace del corazón de Dios, que con los brazos abiertos y los ojos llenos de nostalgia nos suplica: «Vuélvanse a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Vuélvanse a mí. La cuaresma es un viaje de regreso a Dios. Cuántas veces, ocupados o indiferentes, le hemos dicho: “Señor, volveré a Ti después, espera… Hoy no puedo, pero mañana empezaré a rezar y a hacer algo por los demás”. Y así un día después de otro. Ahora Dios llama a nuestro corazón. En la vida tendremos siempre cosas que hacer y tendremos excusas para dar, pero, hermanos y hermanas, hoy es el tiempo de regresar a Dios.

Vuélvanse a mí, dice, con todo el corazón. La cuaresma es un viaje que implica toda nuestra vida, todo lo que somos. Es el tiempo para verificar las sendas que estamos recorriendo, para volver a encontrar el camino de regreso a casa, para redescubrir el vínculo fundamental con Dios, del que depende todo. La cuaresma no es hacer un ramillete espiritual, es discernir hacia dónde está orientado el corazón. Este es el centro de la cuaresma: ¿Hacia dónde está orientado mi corazón? Preguntémonos: ¿Hacia dónde me lleva el navegador de mi vida, hacia Dios o hacia mi yo? ¿Vivo para agradar al Señor, o para ser visto, alabado, preferido, puesto en el primer lugar y así sucesivamente? ¿Tengo un corazón “bailarín”, que da un paso hacia adelante y uno hacia atrás, ama un poco al Señor y un poco al mundo, o un corazón firme en Dios? ¿Me siento a gusto con mis hipocresías, o lucho por liberar el corazón de la doblez y la falsedad que lo encadenan?

 

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica de San Pedro. Miércoles, 17 de febrero de 2021

El viaje de la cuaresma es un éxodo, es un éxodo de la esclavitud a la libertad. Son cuarenta días que recuerdan los cuarenta años en los que el pueblo de Dios viajó en el desierto para regresar a su tierra de origen. Pero, ¡qué difícil es dejar Egipto! Fue más difícil dejar el Egipto que estaba en el corazón del pueblo de Dios, ese Egipto que se llevaron siempre dentro, que dejar la tierra de Egipto… Es muy difícil dejar el Egipto. Siempre, durante el camino, estaba la tentación de añorar las cebollas, de volver atrás, de atarse a los recuerdos del pasado, a algún ídolo. También para nosotros es así: el viaje de regreso a Dios se dificulta por nuestros apegos malsanos, se frena por los lazos seductores de los vicios, de las falsas seguridades del dinero y del aparentar, del lamento victimista que paraliza. Para caminar es necesario desenmascarar estas ilusiones.

Pero nos preguntamos: ¿cómo proceder entonces en el camino hacia Dios? Nos ayudan los viajes de regreso que nos relata la Palabra de Dios.

Miramos al hijo pródigo y comprendemos que también para nosotros es tiempo de volver al Padre. Como ese hijo, también nosotros hemos olvidado el perfume de casa, hemos despilfarrado bienes preciosos por cosas insignificantes y nos hemos quedado con las manos vacías y el corazón infeliz. Hemos caído: somos hijos que caen continuamente, somos como niños pequeños que intentan caminar y caen al suelo, y siempre necesitan que su papá los vuelva a levantar. Es el perdón del Padre que vuelve a ponernos en pie: el perdón de Dios, la confesión, es el primer paso de nuestro viaje de regreso. He dicho la confesión, por favor, los confesores, sean como el padre, no con el látigo, sino con el abrazo.

Después necesitamos volver a Jesús, hacer como aquel leproso sanado que volvió a agradecerle. Diez fueron curados, pero sólo él fue también salvado, porque volvió a Jesús (cf. Lc 17,12-19). Todos, todos tenemos enfermedades espirituales, solos no podemos curarlas; todos tenemos vicios arraigados, solos no podemos extirparlos; todos tenemos miedos que nos paralizan, solos no podemos vencerlos. Necesitamos imitar a aquel leproso, que volvió a Jesús y se postró a sus pies. Necesitamos la curación de Jesús, es necesario presentarle nuestras heridas y decirle: “Jesús, estoy aquí ante Ti, con mi pecado, con mis miserias. Tú eres el médico, Tú puedes liberarme. Sana mi corazón”.

Además, la Palabra de Dios nos pide que volvamos al Padre, nos pide que volvamos a Jesús, y estamos llamados a volver al Espíritu Santo. La ceniza sobre la cabeza nos recuerda que somos polvo y al polvo volveremos. Pero sobre este polvo nuestro Dios ha infundido su Espíritu de vida. Entonces, no podemos vivir persiguiendo el polvo, detrás de cosas que hoy están y mañana desaparecen. Volvamos al Espíritu, Dador de vida, volvemos al Fuego que hace resurgir nuestras cenizas, a ese Fuego que nos enseña a amar. Seremos siempre polvo, pero, como dice un himno litúrgico, polvo enamorado. Volvamos a rezar al Espíritu Santo, redescubramos el fuego de la alabanza, que hace arder las cenizas del lamento y la resignación.

Hermanos y hermanas: Nuestro viaje de regreso a Dios es posible sólo porque antes se produjo su viaje de ida hacia nosotros. De otro modo no habría sido posible. Antes que nosotros fuéramos hacia Él, Él descendió hacia nosotros. Nos ha precedido, ha venido a nuestro encuentro. Por nosotros descendió más abajo de cuanto podíamos imaginar: se hizo pecado, se hizo muerte. Es cuanto nos ha recordado san Pablo: «A quien no cometió pecado, Dios lo asemejó al pecado por nosotros» (2 Co 5,21). Para no dejarnos solos y acompañarnos en el camino descendió hasta nuestro pecado y nuestra muerte, ha tocado el pecado, ha tocado nuestra muerte. Nuestro viaje, entonces, consiste en dejarnos tomar de la mano. El Padre que nos llama a volver es Aquel que sale de casa para venir a buscarnos; el Señor que nos cura es Aquel que se dejó herir en la cruz; el Espíritu que nos hace cambiar de vida es Aquel que sopla con fuerza y dulzura sobre nuestro barro.

He aquí, entonces, la súplica del Apóstol: «Déjense reconciliar con Dios» (v. 20). Déjense reconciliar: el camino no se basa en nuestras fuerzas; nadie puede reconciliarse con Dios por sus propias fuerzas, no se puede. La conversión del corazón, con los gestos y las obras que la expresan, sólo es posible si parte del primado de la acción de Dios. Lo que nos hace volver a Él no es presumir de nuestras capacidades y nuestros méritos, sino acoger su gracia. Nos salva la gracia, la salvación es pura gracia, pura gratuidad. Jesús nos lo ha dicho claramente en el Evangelio: lo que nos hace justos no es la justicia que practicamos ante los hombres, sino la relación sincera con el Padre. El comienzo del regreso a Dios es reconocernos necesitados de Él, necesitados de misericordia, necesitados de su gracia. Este es el camino justo, el camino de la humildad. ¿Yo me siento necesitado o me siento autosuficiente?

Hoy bajamos la cabeza para recibir las cenizas. Cuando acabe la cuaresma nos inclinaremos aún más para lavar los pies de los hermanos. La cuaresma es un abajamiento humilde en nuestro interior y hacia los demás. Es entender que la salvación no es una escalada hacia la gloria, sino un abajamiento por amor. Es hacerse pequeños. En este camino, para no perder la dirección, pongámonos ante la cruz de Jesús: es la cátedra silenciosa de Dios. Miremos cada día sus llagas, las llagas que Él ha llevado al Cielo y muestra al Padre todos los días en su oración de intercesión. Miremos cada día sus llagas. En esos agujeros reconocemos nuestro vacío, nuestras faltas, las heridas del pecado, los golpes que nos han hecho daño. Sin embargo, precisamente allí vemos que Dios no nos señala con el dedo, sino que abre los brazos de par en par. Sus llagas están abiertas por nosotros y en esas heridas hemos sido sanados (cf. 1 P 2,24; Is 53,5). Besémoslas y entenderemos que justamente ahí, en los vacíos más dolorosos de la vida, Dios nos espera con su misericordia infinita. Porque allí, donde somos más vulnerables, donde más nos avergonzamos, Él viene a nuestro encuentro. Y ahora que ha venido a nuestro encuentro, nos invita a regresar a Él, para volver a encontrar la alegría de ser amados.

 

Bendición e imposición de la ceniza


Después de la homilía, el sacerdote, de pie, dice con las manos juntas:

Con actitud humilde oremos, hermanos, a Dios nuestro Padre, para que se digne bendecir con su gracia estas cenizas que vamos a imponer en nuestras cabezas en señal de penitencia.

Y, después de una breve oración en silencio, con las manos extendidas, dice una de las siguientes oraciones:

Oh, Dios, que te dejas vencer por el que se humilla
y encuentras agrado en quien expía sus pecados,
escucha benignamente nuestras súplicas
y derrama la gracia + de tu bendición
sobre estos siervos tuyos que van a recibir la ceniza,
para que, fieles a las prácticas cuaresmales,
puedan llegar, con el corazón limpio,
a la celebración del Misterio pascual de tu Hijo.
El, que vive y reina por los siglos de los siglos.


R. Amén.


O bien:


Oh, Dios, que no quieres la muerte del pecador, sino su arrepentimiento,
escucha con bondad nuestras súplicas
y dígnate bendecir + esta ceniza que vamos a imponer sobre nuestra cabeza;
y, porque sabemos que somos polvo y al polvo hemos de volver,
concédenos, por medio de las prácticas cuaresmales,
alcanzar el perdón de los pecados
y emprender una nueva vida a imagen de tu Hijo resucitado.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.

Y asperja con agua bendita las cenizas, sin decir nada.

Seguidamente, el sacerdote impone la ceniza a todos los presentes que se acercan hasta él; a cada uno le dice:

Convertíos y creed en el EvangelioCf. Mc 1, 15

O bien:

Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás. Cf. Gn 3, 19

 

Mientras tanto se canta:

Antífona 1 Cf. Jl 2, 13

Cambiemos nuestro vestido por la ceniza y el cilicio; ayunemos y lloremos delante del Señor, porque nuestro Dios es compasivo y misericordioso para perdonar nuestros pecados.

Antífona 2 Jl 2, 17; Est 4, 17

Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, servidores del Señor, y digan: ten compasión de tu pueblo y no cierres, Señor, los labios de los que te alaban.

Antífona 3 Sal 50, 3

Dios mío, borra mi culpa.

Puede repetirse después de cada uno de los versículos del salmo 50: Misericordia, Dios mío.

 

Responsorio Cf. Bar 3, 2; Sal 78, 9

R. Corrijamos aquello que por ignorancia hemos cometido, no sea que, sorprendidos por el día de la muerte, busquemos, sin poder encontrarlo, el tiempo de hacer penitencia. * Escucha, Señor, y ten piedad, porque hemos pecado contra ti.

V. Socórrenos, Dios Salvador nuestro; por el honor de tu nombre, líbranos, Señor. Escucha, Señor, y ten piedad, porque hemos pecado contra ti.

Puede cantarse otro canto apropiado. Acabada la imposición de la ceniza, el sacerdote se lava las manos y prosigue con la oración universal u oración de los fieles, continuando la misa en la forma acostumbrada.

No se dice Credo.

 

Oración de los fieles

Oremos al Señor, nuestro Dios. Él nos escucha en este tiempo de gracia; nos ayuda en este día de salvación.

- Por la Iglesia, para que, escuchando la Palabra de Dios y perseverando en la oración, llegue a celebrar con sinceridad la Pascua. Roguemos al Señor.

- Por los que sufren hambre, para que nuestro ayuno de este día les procure el alimento necesario. Roguemos al Señor.

- Por los que viven sin fe, para que abran su corazón al don de Dios. Roguemos al Señor.

- Por nosotros, que hemos recibido la ceniza, para que tomemos en serio la oración, la limosna y el ayuno, comprendiendo su sentido, y no echemos en saco roto la gracia de Dios. Roguemos al Señor.

Dios, Padre nuestro, que no quieres la muerte del pecador,
sino que se convierta y viva,
escucha nuestras súplicas.
Por Jesucristo, nuestro Señor.


LITURGIA EUCARÍSTICA

Oración sobre las ofrendas
Al ofrecer el sacrificio que inaugura solemnemente la Cuaresma,
te pedimos, Señor, que, mediante las obras de caridad y de penitencia,
dominemos las malas inclinaciones
y, limpios de pecado, merezcamos celebrar piadosamente la pasión de tu Hijo.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

 

Prefacio IV de Cuaresma
Los frutos del ayuno

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.

Tú, que, por el ayuno corporal,
refrenas nuestras pasiones,
elevas nuestro espíritu,
nos das fuerza y recompensa,
por Cristo, Señor nuestro.

Por él, los ángeles alaban tu gloria,
te adoran las dominaciones y tiemblan las potestades,
los cielos, sus virtudes y los santos serafines
te celebran unidos en común alegría.

Permítenos asociarnos a sus voces
cantando humildemente tu alabanza:

Santo, Santo, Santo...

 

Antífona de comunión Sal 1, 2-3

El que medita la ley del Señor día y noche da fruto en su sazón.

 

Oración después de la comunión

Los sacramentos que hemos recibido
nos sean de ayuda, Señor,
para que nuestros ayunos sean gratos a tus ojos
y nos sirvan de medicina.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

 

Oración sobre el pueblo

Antes de la despedida el sacerdote, extendiendo las manos dice:

El Señor esté con vosotros. R.

El diácono o, en su defecto, el mismo sacerdote dice esta invitación:

Inclinaos para recibir la bendición.

Luego, el sacerdote, con las manos extendidas sobre el pueblo, dice la oración:

Oh, Dios, infunde propicio un espíritu de contrición
sobre los que se inclinan ante tu grandeza,
y merezcan conseguir misericordiosamente
la recompensa prometida a los que se arrepienten.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.

V. Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo +, y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.

 R. Amén.


Pensamientos para el Evangelio de hoy

«En estos días, hay que poner especial solicitud y devoción en cumplir aquellas cosas que los cristianos deben realizar en todo tiempo: así viviremos, en santos ayunos, esta Cuaresma de institución apostólica» (San León Magno).

«Sabemos que este mundo cada vez más artificial nos hace vivir en una cultura del “hacer”, de lo “útil”, donde sin darnos cuenta excluimos a Dios de nuestro horizonte. La Cuaresma nos llama a “espabilarnos”, a recordarnos sencillamente que no somos Dios» (Francisco).

«La Ley Nueva practica los actos de la religión: la limosna, la oración y el ayuno, ordenándolos al ‘Padre que ve en lo secreto’ por oposición al deseo ‘de ser visto por los hombres’» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.969).


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